30/12/09

Viejos recuerdos...

Mensaje en una botella

No me conocéis, ni tenéis por qué leer esto.

Sé bien que ni lo deseáis.

¿Por qué, entonces, lo escribo?

No lo sé... tal vez para que no siga dentro de mí. ¿Conocéis esa sensación? La necesidad de sacar afuera algo que se os clavó sin quererlo ni beberlo, de desahogaros. Bueno... ¿por qué ibais a conocerla? Seguro que soy el más débil de por aquí.

Mis padres se separaron, mi novia me dejó, mis sueños fueron aplastados, mis ambiciones frustradas, mi camino trazado sin consultarme, mis ideas robadas, mi condición humana humillada, mi cuerpo apaleado, mi ¿espíritu? Perdido por ahí.

Por supuesto que no os voy a contar nada de eso. Sería lo obvio. Todos hemos sufrido en algún momento algo parecido, y no quiero que leáis lo mismo de siempre, que penséis y os sintáis como de costumbre, sólo que por otro en lugar de vosotros mismos. No sé si soy más fuerte que eso, pero me gustaría creerlo.

Sólo quiero escribirlo. Desahogarme. Sin saber por dónde empezar, sin ser capaz de hacerlo en tercera persona...

¿Os preguntáis si son hechos verídicos...? Bah, ¿qué os vais a preguntar? Es sólo mi imaginación, ilusionándome con que pueda importaros lo más mínimo, con que no estéis sólo de paso. Pero, ¡hay que ver lo que me gusta andarme con rodeos!

Puede que el mundo pese, y que evadirme sea lo que más anhelo porque así ni mis problemas ni los de otros parecerán tan importantes. Porque el mundo pesa, me creáis o no; puede que vosotros lo llaméis de otra manera, pero la verdad es que ni lo sé ni me importa, ahoramismo: el mundo pesa. No como una losa invisible sobre los hombros, sino como una opresión interna. Late en los músculos y hormiguea en las sienes, dejándote con la sensación de haber corrido una maratón, con las manos pesadas y el ánimo de luto. ¿Y si rompo a llorar?¿Y si lo asumo, aprieto los dientes y alzo el mentón?¿Y si lucho contra ello?¿Y si finjo ignorarlo...?

...y si, al final, todo ha sido para nada. No importa lo que haga, siguen pesándome mis problemas, y los de otros, y gruño y pataleo y lloro a viva voz, grito como un Aiel para abrazar el dolor que me inflingen, me autocompadezco en público y amenazo con volver a hacerlo, se me petrifican las manos encima del teclado a cada frase que escribo y me tiemblan los dedos de miedo, no de pasión, y entonces, como temía, el amor de mi vida se me escapa.

Y si, al final, pierdo las ganas de seguir intentándolo. Por quitarme un poco de encima, dejarme arrastrar, ¿comprendéis?... y si... y si... ¿y si me rindo?




Nah.

No me conocéis, ni tenéis por qué leer esto... pero os contaré algo sobre mí, os importe o no, porque ya lo he sacado todo y ahora algo nuevo me quema por dentro: NO ME GUSTAN LOS CONDICIONALES.

27/12/09

Os cuestiono...

A mis inexistentes escasos queridos lectores:

AyerHace unas semanas, me propuse un reto a mí mismo, como escritor. Tiene que ver con relatos eróticos, y escenas que no suelen darse muy a menudo en ellos por la dificultad que entraña quitarles el simplismo, lo absurdo, y a veces el elemento de repulsión que pueden llegar a provocar.

Me refiero a la felación y masturbación masculina.

Mi desafío se basaba en describir una escena así y hacer que resultase erótico. Tras intentarlo lo mejor que he podido, personas de cierta confianza me han transmitido su aprobación. Me gustaría preguntaros si tal contenido os turbaría en demasía, o si sentís curiosidad, o simplemente queréis que varíe mi "emocionalmente agotador" repertorio de relatos, y, por lo tanto, si quisieseis que lo publicase.

La confirmación absoluta a partir de las 7 respuestas positivas. Porque sí, me parece un número apropiado. Mientras tanto, la vida de este blog continuará como antes: a medias. Gracias por vuestra atención, y disculpad las molestias.

12/12/09

Perlitas

"El sexo es cuando dos personas que son novios y esposos hacen sexo por placer y amor, el sexo puede dejar embarazada a una mujer al ser sexo con un hombre, por eso hay preservativos para cuando mujer, hombre, hombre y mujer hacen sexo la mujer no quede embarazada, sino libre como el viento." Perla Shumajer. Reflexiones sobre sexo.

Jez, te copio una etiqueta

Perla Shumajer (frikipedia).

Perla Shumajer.

7/12/09

Re-venta

El otro día, paseando por una calle, me encontré tu nombre, ¿dónde fue...? En una tienda de recuerdos, o algo así. Era tu nombre, creo. Podría serlo. La verdad es que no... no llegué a verlo bien. No me acuerdo. Cuando vi que en el letrero ponía "Tienda de Recuerdos", entré corriendo, y pregunté si también los compraban. Me dijeron "Depende, tampoco espere mucho, el negocio no va muy bien...".
Le dije que se los regalaba, casi con lágrimas en los ojos, y te me quité de encima.
Fue desgarrador, pero también me sentí liberado. Aunque no lo sabía, porque no me acordaba de ti.
Hasta que, un buen día, vi una foto tuya. Supe que era importante, y algo me dolía muy profundo, muy bajito, pero no supe por qué.
Empecé a buscarte. Era desesperante, pero de pronto aparecías escondida en cajones por toda la casa. Fotos, joyas, ¡incluso algo de ropa al fondo del armario!
Encontré una tarjeta de una tienda de recuerdos. ¿Qué coño era eso?
Pero fui, y pregunté, y me indigné cuando me dijeron que ya habían vendido mi recuerdo. ¿Cómo se atrevían? Respondieron que era su trabajo, no podían evitarlo. Y no me quisieron decir a quién se lo habían vendido.
Casi me había dado por vencido, pero de pronto una mujer llamó llorando a mi puerta. Dijo que no podía soportarlo más, que dolía mucho, y quería suicidarse, quería que me llevase mis recuerdos. Pero yo no sabía cómo hacer eso.
Pero simplemente entró a trompicones y me calló con besos, fue muy salvaje y explícita. Nos dejamos la puerta abierta.
No, así no iba... ¿o sí? Sí, iba vestida de rojo y blanco, como tú en Roma. De algún modo, funcionó, a la mañana siguiente me dolías de nuevo a viva voz y ella se fue, llorando.
Así que ya ves. Aquí estoy. Hablándote sin esperar respuesta... bueno, menos mal que recuperé tu recuerdo a tiempo, ¿no...? Casi me pierdo el aniversario.

Hoy me duele un poco menos el estómago.

4/12/09

Disculpa que te escriba...

Yo llevaba bastante tiempo yendo a esa librería.
Es pequeña, estrecha y alargada, con apenas el espacio justo para que pase una persona entre las abarrotadas estanterías, que tienen incluso hojas de manuscritos sobresaliendo entre sus libros.
Las habían escrito clientes habituales que no tuvieron suerte como escritores y se conformaron con dejar sus historias ahí, para que los leyese quien quisiera (yo mismo dejé algunos textos). Las he hojeado bastante, y varias me han parecido sublimes, aunque muchas eran demasiado típicas para mi gusto.
En ese pequeño resquicio de paraíso literario, al fondo, hay una portezuela antigua, de madera desportillada y dintel bajo, que da a una habitación con sofás y una máquina de café, para que se siente a leer quien quiera. También hay una máquina de tabaco, y diversos ceniceros. Al entrar, el inconfundible aroma de los libros viejos se funde con el de Chesterfield, Fortuna, Marlboro…
Supongo que ya entendéis por qué me gusta tanto ir allí.
Un día, al entrar, noté algo raro en el ambiente. Solía haber ya un par de lectores asiduos entre los estantes, pero no había nadie. Charlie, el dependiente, me saludó con un cabeceo y volvió a sumergir la vista en algún ensayo de parapsicología. Ignorando la ausencia de otros lectores ávidos en el local, perdido entre los callejones de Cádiz, me encaminé hacia la sección de poemas (había cierto orden dentro de aquel caos) y saqué una antología de Machado, el menor.
Al abrir la puerta trasera, y agachar la cabeza para entrar, vi a una mujer ya sentada en uno de los sillones, que apenas me dirigió una mirada de reojo antes de seguir leyendo un montón de papeles grapados.
Me senté y, antes de abrir el libro, saqué un cigarrillo del paquete de Lucky que siempre suelo llevar en el bolsillo izquierdo.
- Preferiría que no fumases – dijo la individua de pelo castaño mirándome con seriedad – No me importa lo que hagas, pero YO querría no morir de cáncer de pulmón después de haberlo dejado – no pude evitar una sonrisa, pero guardé el tabaco.
- ¿Y cómo querrías morir?
- De un modo más original que tú y el resto del mundo – su expresión no varió un ápice mientras hacía esta afirmación.
Esta vez no pude evitarlo, y solté una carcajada. Esa frase me traía recuerdos de una persona que había casi enterrado en mi memoria. Su nombre se me escapaba, pero había escrito cosas muy interesantes.
Dejé de pensar en ella en cuanto abrí el libro, preparándome mentalmente para interpretar a Antonio una vez más.
Mi compañera de lectura resopló, despectiva. Alcé la vista, molesto.
- ¿Qué?
- Antonio Machado no es tan bueno – repuso encogiéndose de hombros – Ni la mayoría de poetas, en realidad.
- Tampoco le habría pedido su opinión a alguien que prefiere leer manuscritos de fracasados – repliqué imitando su gesto. Un destello de indignación cruzó por su mirada.
- Es de un viejo amigo.
Eso sí que no me lo esperaba. ¿Cuál de los desesperados que vagaba por aquella librería le pediría a alguien que viniese a leer sus textos?
No podía ver el título ni el autor desde donde estaba, pero tampoco le di mayor importancia.
Conocía la mayoría de borradores y relatos acumulados en las estanterías, y no recordaba que ninguno con grapas pasase de decente, así que ella tampoco debía tener tanta idea sobre literatura como parecía creer.
Aún así, cuando empecé con Machado, me entraron unas ganas indescriptibles de leer a Juan Ramón, y a Lorca, y dejar al sevillano aparcado entre su hermano mayor y un cuaderno de páginas amarillentas.
La observé, acusador, por el rabillo del ojo, y me sorprendió su actitud.
Con una expresión de profunda concentración, y un cierto brillo de emoción en las pupilas, saltaba de una línea a otra con la lentitud propia de quien está releyendo un libro de su pasado y encontrando viejas imágenes, vistas bajo un prisma distinto, a cada pie de página. Conocía bien esos aires, pues yo mismo me había enfrascado igual en muchas lecturas.
- ¿Tan bueno es? – se me escapó. Ella me taladró con su mirada, molesta por la interrupción.
- No – respondió con rotundidad – Pero hacía muchos años que… ¿y a ti qué te importa?
- Bueno… no recuerdo que ninguno de los textos grapados fuese emocionante, ni nada parecido. Curiosidad, supongo.
La misma sensación que acababa de nombrar se dibujó en sus facciones de un modo que me resultó encantador.
- ¿Conoces todos esos manuscritos?
- Y a algunos de sus autores – asentí, deseando que me mostrase lo que leía.
Ella me enseñó la portada.
“Sueños Perturbadores, por *”.
- Ah… ése era de relatos cortos, ¿verdad? – movió la cabeza de arriba abajo – Había alguno interesante, pero le faltaba…
- ¿Lo conocías?
- Sí, me acuerdo de él. Trabajaba en una revista, creo. Pero hace mucho que no lo veo. Me enteré de que se fue a Londres, o algo así. De todas formas, tampoco…
- ¿Sabes a qué parte de Londres?
- ¿Qué? No. Fue por un trabajo en un periódico… creo… el “London Journal”, o algo… ¡eh!¿Adónde vas?
La mujer irritante y misteriosa se había levantado y prácticamente evaporado en el marco de la puerta. No me había dado tiempo a reaccionar, y ya había salido a la calle.
Farfullando sobre lo poco ordenada que es la gente (es una mala costumbre que tengo), volví a dejar el mediocre recopilatorio de relatos en su lugar, así como la antología de Machado.
- Qué rara, ¿eh? – le dije a Charlie, sonriendo.
- Oh, ésa era **.
- Quie… ¿la escritora? – noté mi boca secarse de la impresión. No podía dar crédito a mis oídos… ¿La última ganadora del premio Nébula?¿Aquí…?
No volví a verla, más que en fotos. Resultó que sí era ella.
Tampoco supe si encontró al tal *. Seguramente no.
Londres es una ciudad enorme, según tengo entendido.

3/12/09

La anciana y la niña

La voz de la niña acabó escapando entre sus labios, azulados y fríos ya por la cercanía de nuestra eterna compañera, y, con su carita, que parecía porcelana de lisa y blanca, de brillante en aquél su momento último, con su carita enmarcada por rizos negros sobre el regazo de una anciana de rostro amable, expiró.

Y la anciana, que se supo entonces perdida e irremisiblemente condenada, rompió a llorar.


- Por favor, usted no lo entiende - la mujer tenía lágrimas en los ojos. Debía rondar ya los cincuenta, estaba entrada en carnes, bajo su mirada se adivinaban las horas de insomnio traducidas por una ojeriza expresión, el timbre de su voz rielaba de sopranos a irritabilidad, y pronunciaba con dificultad el castellano, con un fuerte acento que enronquecía las erres y siseaba las eses - No tengo otra elección. No puedo seguir...
- Me parece que es usted la que no lo entiende - frente a ella, otra mujer, más joven aunque con un rostro envejecido y canas abriéndose camino entre el estropeado pelo en el que aún se percibían restos de tinte, congelaba el micrófono por el que se comunicaba a través del cristal con su frialdad al hablar - No podemos hacer nada por ayudarla. Eso es todo. Siguiente - su mirada pasó por encima del hombro de la señora que estaba a punto de echarse a llorar.
Un hombre robusto y sonrosado, de barba espesa, mata de pelo rizado y ojos castaños, pasó junto a la rotunda y sollozante cincuentona y comenzó con voz pequeña, aún mirándola de reojo, quizá por vergüenza debido a su inacción, a su impotencia, pidiendo perdón con los ojos y sonrojándose aún más sus mejillas bajo la barba.
La llorosa mujer volvió con pasos titubeantes, derrotados, hasta los asientos donde la gente se sentaba a esperar su turno en el banco. Allí, mirando los colores de un panfleto, otra mujer que rondaría los treinta años y que tenía la misma complexión y semejanzas en las arrugas de la faz devolvía la sonrisa a la foto de una familia que la miraba con radiante felicidad desde el folleto.
Era de un plan de pensiones, pero su madre sabía que no podía leerlo, que no lo entendía, y que sólo disfrutaba con la visión de una familia feliz, la que ella no había podido darle, y de un niño pequeño, lo que tal vez nunca podría tener.
Llegó a España con dieciocho años, joven, dispuesta a empezar una vida nueva.
Acabó llevando la misma vida que casi todas las jóvenes que sueñan en otro país, casi en otro mundo, y la embarazaron y abandonaron preñada tres años después.
Ya todo fue una sucesión de malestares, de imposibilidades, de privaciones, de muerte.
Su hija era incapaz de entender lo que la rodeaba, su mentalidad quedó estancada en los cinco años. Y nadie la ayudó. Jamás.
No podía volver a casa, debía dinero a gente que no se lo permitiría, y empezaron a cobrárselo de otras maneras, cada cual más horrible e inhumana que la anterior.
Pero ella, ¿qué podía hacer?
Echaba de menos a su madre. Su juventud, su belleza, su libertad, su independencia, sus sueños. A todo.
Simplemente, no sabía, no podía continuar así.


- Sunt o bunica - murmuró, incapaz aún de creerlo.
No se había dado cuenta. ¿Cuándo se había quedado embarazada su hija?
La habían violado, seguro, no cabía en su mente la posibilidad de que una niña en el cuerpo de una mujer de cuarenta años consintiese algo así. Pero estaba preñada, y su madre no se había dado cuenta hasta que era demasiado tarde.
Y ahora...
- ¿Soy abuela? - titubeó al pronunciar español, que de pronto le parecía un idioma extraño, a pesar de que ya llevaba más de la mitad de su vida en aquel país infernal.
- Sí, señora - el médico la miró con expresión extraña en el rostro. Sus ropas, su faz, su vejez prematura debían delatarla. No serían buenas para la niña (había sido niña), no podían dejarla a su cuidado - Debe... cumplimentar el registro.
Todo fue automático. Escribió un nombre para su nieta. Toda su vida pasó ante sus ojos, y empezaron a humedecérsele. Supo que viviría lo mismo que había vivido con su hija.
Lloró.

- ¿Cómo ha sido? - el inspector chasqueó la lengua, frunciéndole el ceño a los periodistas y paparazzi que se habían reunido alrededor del cordón policial y señalaban la bolsa negra, fotografiándola sin parar, tal vez con la esperanza de que la cremallera se abriese por arte de magia y pudiesen encontrar la imagen más morbosa del año.
- Sobredosis de quetamina - el forense se quitaba los guantes y contemplaba con gesto absorto la bolsa, la faz rota en una expresión de profundo pesar.
- ¿La conocías? - su interlocutor había dejado de mirar a las cámaras con hosquedad y ahora examinaba a su compañero, suspicaz.
- Trabajaba de limpiadora en la central - él de pronto se había vuelto hacia su superior, con lágrimas en los ojos, incrédulo - ¿No la has reconocido?
- Estoy muy ocupado como para fijarme en las limpiadoras - gruñó, incómodo, el inspector - ¿Qué más da?
- No ha sido un suicidio, inspector, la obligaron a tomar esas pastillas, tiene heridas defensivas en los brazos y los labios - musitó con rabia contenida el forense - Era una mujer alegre y simpática, siempre sonreía a todo el mundo, y la han asesinado.
- ¿No habría que esperar a la autopsia para dar un veredicto? Además, ¿a qué viene tanto drama? Ya has visto otras víctimas de asesinato, si es que lo fuese.
- No entiendo cómo alguien pudo haberla matado, eso es todo - respondió con debilidad - Era retrasada, inspector. Una limpiadora amable y retrasada.

Cinco años. Su nieta había muerto con cinco años.

Su cuerpo fue encontrado a los seis días de morir, por el hedor. Las chispas al forzar la puerta provocaron la explosión del gas que había dejado acumularse en el cuchitril en que vivía para suicidarse.

Ni por los dientes fueron capaces de identificar su cadáver.

2/12/09

Juegos, ¡juegos!

Adivinad el autor, pues:



Hoy buscarás en vano
a tu dolor consuelo.

Lleváronse las hadas
el lino de tus sueños.
Está la fuente muda,
y está marchito el huerto.
Hoy sólo quedan lágrimas
para llorar. No hay que llorar, ¡silencio!

30/11/09

Triste comediante

No quiero seguir siendo un poeta de versos rotos,
de pies quebrados y manriques elegíacos,
de sensacionalismo puro y sentimiento vano,
de estética abstracta y vanguardismo insulso.

No aspiro a cambiar nada en estas cavilaciones,
sinsentidos que abren puertas a oscuros senderos,
perfecta sincronía de inequívocas sandeces,
absurda búsqueda de una lógica irrefutable.

¿Acaso los puntos suspensivos son realmente el recurso de cobardes
incapaces de poner punto y final? No me lo trago.
Terminar cada frase en una coma, o un punto,
no me hace parecer más valiente. La verdadera poesía nace en la prosa sin rima.

Buscarle una belleza a la similitud entre dos palabras,
¡qué sublime meta!¡Qué fin tan elevado!
¿Por qué, entonces, lo degradamos a octosílabo,
libre, blanca, abbab, estrofa, romance y soneto?

Encontrarle sentimientos a una imagen imaginaria.
Eso, señoras y señores. Eso, y nada más, es poesía.

29/11/09

I remember




Sé algo que tú no sabes.

Sé una y mil cosas, mil y una, cientos, decenas, decimales, sólo una pequeña parte, a ratos, ni siquiera estoy seguro de ello...
Aunque recuerdo unas cuantas.
Quedarse atrapado en el hueco del ascensor, por esconderse y atrancar la puerta para que nadie nos moleste, y aprovechar los recovecos en las escaleras, hasta sacarle los muelles a un colchón usado que huele a ti, y a otras, pero sobretodo a ti.
Pero hay revelaciones amargas entre piel y sudor, momentos en los que se atasca el aliento sólo para después casi vomitarlo con un suspiro o un gemido profundo, instantes en blanco de epifanía, de consciencia, y entonces se oye un grito desgarrador rajar mi cuello con tus dientes, y hacerme ver luces ante mis ojos, y paladear tu olor, perdidos mis labios detrás de tu oreja. Hay una convulsión, un orgasmo, y el dolor lacerante de saber que tiene fecha de caducidad.
¿Y qué si nada dura para siempre?¿Y qué si todo, a veces, parece marchitarse?
Entonces llueve y, en un remanso de paz, el silencio vuelve a adueñarse de la noche, en mitad de la calle luchan las gotas de agua por encontrar resquicios al centro de la tierra, ¿quién demonios les dio un libro de Verne?
Calla, rechistaré si hace falta, te pondré dos dedos sobre los labios, los cubriré con los míos, ¡calla!
Jadeamos, no lo siento, ardo, todo mi cuerpo arde, y el ombligo parece ser el epicentro, me hormiguean las ingles, y noto tus muslos estremecerse a mi alrededor. Siento punzadas de dolor y placer en brazos y espalda, y ansia, hambre, sed, síndrome de abstinencia.
Rompámoslo. Por favor, rompámoslo.
Quiero romper el silencio antes de que me haga recordar...

28/11/09

Aquí...

Aquí es donde me debato entre el filo del abismo y el frío llano. En realidad, más bien estoy al filo de una navaja, por la parte que corta, clavándome su hoja en los zapatos y empezando a sentir el metal en mis pies.
Aquí no temo, no tiemblo, no opino ni pienso, así que, por un momento, soy feliz. Sé cuáles son mis opciones, no me están ocultas como suelen, y eso lo hace todo mucho más sencillo. O casi.
Alguna vez tendré que decidir.
Pero aquí, el tiempo no importa, si finjo que no noto la sangre goteando, fluyendo, el hueso astillándose, el pie encangrenándose.
El abismo. Allí, me espera algo peor que la muerte.
El llano. Allí, me espera, por así decirlo, la vida.
El salto tampoco pareció tan alto, al final.

24/11/09

¡Oh...!

Escribir en tercera persona una autobiografía me parece demasiado poco egocéntrico. Anónimo.

22/11/09

Balbuceando

- ¿Cómo se da un golpe de estado en la actualidad? - preguntó, ladeando la cabeza para leer mejor los títulos en los lomos de los libros de la estantería. Tenía las manos en los bolsillos, expresión aburrida, y el traje de chaqueta arrugado y viejo, con algunas manchas en las mangas.
La habitación, lujosamente decorada aunque siniestra a la luz de la única lámpara, sumergía en tinieblas la parte superior de su oyente, recostado en un sillón rojo con las piernas cruzadas, y lanzando bocanadas de pálido e intrusivo humo al área iluminada.
Las estanterías a ambos lados de lo que a todas luces era un estudio rebosaban de libros sin catalogar, el escritorio estaba oculto bajo montañas y montañas de folios y carpetas, el diván egipcio tenía un cenicero lleno de colillas y fraguando un tenue aunque persistente olor a ceniza en el habitáculo, y el hombre de traje viejo paseaba por los límites de la ya agonizante luz de la bombilla mientras, al lado opuesto de la sala, el hombre a oscuras daba silenciosas caladas del undécimo, o duodécimo cigarrillo de las últimas dos horas.
- ¿Tú qué crees? - insistió el Trajeado, girándose para quedar encarado a su interlocutor.
Éste descruzó las piernas, golpeando con sonoridad el suelo con sus botas de montaña y manchando, por lo tanto, la tarima de madera con el barro que aún llevaba pegado a las suelas.
- Supongo que como siempre, con una revolución. - sus palabras llegaban casi distorsionadas, grises y cascadas, como si el humo hubiese imbuido sus propiedades en su voz. Aunque no pudo apreciarlo, el Trajeado supo que se había encogido de hombros.
- No, eso ya no sirve - siguió arrastrando los pies, siguiendo la línea claraoscura que delimitaba la visibilidad en el despacho, con la fija vista en el suelo y el ceño fruncido en un gesto de profunda concentración - La gente vive con miedo, y comodidad. Ambas cosas minan cualquier espíritu revolucionario.
- Se ha demostrado muchas veces en la historia que eso puede cambiar de la noche a la mañana... con el impulso adecuado - repuso el Hombre en Sombras.
- Hoy en día todo eso no es aplicable - replicó con aplomo el otro - La globalización, facilitada por los medios de comunicación, hacen que las afinidades se hayan... diluido demasiado.
- Resulta que hoy en día todo el mundo está en crisis, amigo mío, y eso, creo yo, es afín a muchas personas - ahora hablaba con sorna.
- Aún así, aún en crisis, tienen muchas comodidades. Y la comunicación sigue siendo imperativamente dominante. ¿Sabes qué sector ha sido el último afectado?
- ¿La comunicación? - interrogó en tono teatral el Hombre en Sombras, extendiendo los brazos en un movimiento que al otro no le pasó desapercibido, esta vez.
- No. El tabaco. Y la comunicación - ahora su voz era la que rezumaba teatralidad. Su colega soltó una carcajada ronca y grave, y dio una nueva calada al cigarro - Transportes, telefonía, internet, televisión, radio... bueno... - frunció el ceño - Excluye la radio. Y los periódicos. Llevan mucho en crisis, aún no entiendo cómo siguen a flote.
- Se podrían escribir enciclopedias sobre lo que tú no entiendes - comentó el Hombre en Sombras, apagando el cigarrillo sin alejarse demasiado del abrazo protector que le envolvía.
- Y otras tantas sobre lo que he llegado a entender - respondió irritado el otro - ¿Cómo, sino, pude encontrarte?¿Cómo, sino, es que he llegado hasta este punto pasando desapercibido?
- No tanto, amigo mío - sonrió su interlocutor.
- Sabes perfectamente a qué me refiero - el Trajeado se mostraba serio, y una nueva frialdad revestía sus afirmaciones - Te lo vuelvo a preguntar, ¿cómo provocarías un golpe de estado?
Él volvió a encogerse de hombros.
- Cortando la circulación económica. Paralizando los bancos, y dando un revés al mercado de valores.
- Tocándole el bolsillo a gente a la que no le gusta que le rasquen lo más mínimo - el tono de voz del Trajeado había pasado a ser burlón - Seguro que se te ocurre algo más original, no me decepciones así.
- No hablo de tocar los bolsillos que ya están llenos. - podía notarse lo divertido que le resultaba todo eso al Hombre en Sombras - Sino de romper los que ya están vacíos.
- Sigue sin ser original - la burla había dado paso al hastío. - ¿Eso es lo mejor que puedes ofrecer?
- Como ya te he dicho, el espíritu revolucionario puede volver a alzarse de la noche a la mañana - su sonrisa se ensanchó, y se incorporó de su asiento, encendiéndose un nuevo cigarrillo - Y los medios de comunicación... todo eso que has mencionado... bueno... - la luz iluminó las facciones de un joven que no rozaría los treinta años, con unas gafas de montura negra y el pelo rubio, desaliñado, cayéndole desordenado sobre unos ojos de un profundo color azul - Las armas que empuñan los poderosos siempre suelen tener doble filo.
A medida que el joven hablaba, el trajeado mudaba su expresión, del aburrimiento a la curiosidad, de la curiosidad a la sorpresa, y después a la satisfacción.
- Bueno... quizá... te haya subestimado.
- Y dime, amigo mío, ¿dónde pretendes dar este golpe de estado? - el joven chasqueó la lengua, relamiéndose los labios, ansiando ya el premio al final del camino. Su interlocutor levantó la lámpara, e iluminó una esquina del estudio, junto a un ventanal con las cortinas echadas, dejando ver un globo terráqueo de proporciones inmensas.
- ¿No te lo imaginas?
El joven enarcó una ceja, divertido, al verle pasear sus dedos sobre Norteamérica... pero el Trajeado sólo cogía impulso, haciendo girar el globo sobre sí mismo, y después haciéndose a un lado, abarcándolo por completo con un gesto.
- En todas partes.
Su interlocutor se atragantó con el humo.

19/11/09

Tragarse el orgullo

- Son cosas de adultos. Vete a jugar un ratito, ¿vale?
Las cosas de adultos eran aburridas, lentas, grandes e injustas. Al menos, esa era la definición que su pensante cabecita de seis años había encontrado satisfactoria. Aún así, de vez en cuando sentía curiosidad, y se acercaba a hurtadillas, sentado en el pasillo, a escuchar hablar a su madre con el vecino.
Hablaban de muchas cosas, algunas incomprensibles que él después le preguntaba a su padre cuando venía a recogerlo, como aquella vez que mencionaron "economía".
- Algo muy feo que aún no tiene que asustarte - le había explicado papá revolviéndole el pelo. Aquel día se enfado, porque a él no le asustaban las cosas feas, pero se le olvidó cuando, para pedirle perdón por herir su orgullo, su padre le regaló un helado. Después le preguntó qué era "orgullo", y, tras reírse, él respondió - Lo que hace que te enfades con las personas que quieres.
Se había puesto muy triste después de aquello, así que él, con su pensante cabecita de seis años, encontró la solución: le regaló su helado (lo que quedaba de él) y le prometió que no haría orgullo nunca más. Su padre volvió a reírse, y luego no se acordaron del orgullo y fueron al zoo, como ya habían planeado.
Al llevarlo de vuelta a casa, pasó algo extraño. Se oían ruidos raros y gemidos, y papá parecía asustado, quizá por miedo a que le hubiese pasado algo malo a mamá mientras estaba fuera, ya que llevaba unas semanas sin dormir en casa. Pero su padre se limitó a volver a cerrar la puerta, y montarse en el coche. Su hijo lo siguió, y se abrochó el cinturón mientras arrancaban.
- ¿Estás enfadado? - estaba muy serio, con la mirada fija en algún punto extraño más allá del cristal - Te prometo que no haré orgullo más nunca.
Él lo miró un momento como si no le reconociese, y después esbozó una sonrisa tan triste que le dieron ganas de llorar.
Dijo algo, pero su hijo no pudo oírle, entre el estampido de metal contra metal, de cristales rompiéndose, el claxon de un camión, el estallido de los airbag, y lo oscuro que se estaba poniendo todo a su alrededor...

29/10/09

EDAD: 7 años

Acabaría mal.
Todas las historias acababan mal, ya lo tenía más que comprobado y (según él) asumido. Había dejado muy atrás esos años soñando ser un superhéroe que salvaba el mundo de alguna catástrofe y rescataba a la doncella en apuros, también abía dejado atrás aquellos en los que era un simple hombre que salvaba a la humanidad de su propia autodestrucción acompañado por una femme fatale (a la que también rescataba en algún punto del proceso); incluso cuando se conformaba con salvar a una persona, doncella o diablesa, que le quisiese.
Parecía que el tamaño de sus sueños iba encogiendo junto con su menguante realidad...


El comandante Gorca asintió, girando sobre la esquina y apuntando en dirección adonde sabía que se ocultaba el último miembro de la Resistencia Humana X, el héroe en el que los restos desperdigados que ahora eran la raza humana había puesto sus últimas esperanzas. Pero no le quedaba ninguna, ellos tenían a la Princesa y eran muchos, mientra que él estaba solo. No, el Misterioso Salvador, que había ocultado su identidad para proteger a sus seres queridos, no podía hacer nada salvo intentar derrotarlo a él, el comandante de las Fuerzas Invasoras Extraterrestres, en combate singular.
Rodó sobre la arena, saltó sobre la vía hiperespacial con forma de tobogán, y corrió hacia el escondite del Misterioso Salvador con su arma preparada para disparar.
- ¡PAM! - gritó una voz muy cerca, a su derecha. El cañón de plástico de una de esas incivilizadas armas terrestres le apuntaba a la cara, sostenido con pulso firme por un sonriente Misterioso Salvador.
- ¡Eso no vale, no estabas en tu escondite! - Gorca se resistía a morir tan fácilmente, era el comandante más fuerte de la galaxia mundial.
- ¡Sí que vale, estaba escondido!
- ¡Pero no estabas en la casa de la Resistencia Humana X, no vale!¡Tú pierdes!
- Yo puedo esconderme donde quiera, ¡y he ganado! - el Misterioso Salvador se cruzó de brazos, sin sonreír ya, y los últimos supervivientes de la raza humana, que se habían reunido allí para contemplar la batalla entre el temible Gorca y su héroe, estallaron en gritos de felicidad, mientras, en el lado opuesto, los invasores extraterrestres alzaban voces de protesta.
- ¡Salva ha ganado! - intervino una voz chillona, y su dueña, una niña tan bonita como las muñecas de porcelana, con una rizada melena negra y unos ojos azules que destelleaban a la luz del sol, se adelantó - ¡Te ha ganado y me ha salvado!
- ¡Ja! - hizo el Misterioso Salvador con una sonrisa de autosuficiencia. Y Gorca se la borró d eun puñetazo. Él era más grande, más fuerte, y él ganaba.
Salvador cayó al suelo sujetándose la nariz con las manos, y, al ver la sangre entre los dedos, empezó a llorar. Su estúpida princesa Laura se agachó junto a él casi aullando su nombre.
- ¡Pues ahora gano yo! - chilló Carlos Gorca, que echó a correr para esconderse en los lavabos antes de que llegasen los maestros.



Sólo es el principio de una historia sobre cómo alguien puede ir perdiendo su identidad, derrota tras derrota. No está dedicado a triunfadores.

15/10/09

Conversaciones de msn

"Lo malo de los jevis es que si les lanzas jabón mueren" by Jezabel, comentando la posibilidad de lanzar un ejercito de Metal contra las hordas pijas que la acosan e impiden dormir.

Autoengaño

Cuando el recuerdo, antes glorificado objeto de autocompasivo y melancólico desprecio, se transforma en acogedor refugio, algo va muy mal.
La sensación de no ser, al menos no más allá de apático contemplador; de no sentir más allá del asfixiante calor que resbala por todos los poros, cerrados. Soterradas miradas de ardiente indiferencia grabando a fuego una imagen que sofoca el presente y ahuma la personalidad, que prende tan dentro que ni todo el océano antártico sería capaz de enfriarlo...
Invadido por dudas y resquemores, tratando de apartar la bruma matutina a soplos sólo para quedarse sin aire, y perder el conocimiento clamando oxígeno, o agua, o frío.
Y no ser respondido ni por el silencio.
La ausencia cobra forma, vida como una película en tercera persona, focalización externa heterodiegética, narrador a secas.
Un chico de casi veinte años que se incorpora sin saber ubicar el blanco en la gama de colores. No sabe que no puede ver más allá de infrarrojo o ultravioleta, así que ve. Ve manchas de rostro humano, de sudor, latidos, calor corporal, moviéndose entre frío cemento de paredes cenicientas; ve manchas de horror, blanca sangre reseca bajo capas de lejía y semen.
No sabe, y no entiende, ergo no piensa ni existe. No se cuestiona nada. Sólo ve.
Y sale del desconocido habitáculo, vaga (camina sin rumbo fijo) hasta que no distingue ni el sonido de su respiración. No sabe que no puede oír más allá de los ultrasonidos, así que oye. Oye las motas de polvo en caída libre con el vaho del aliento de los que estuvieron allí, oye la hemoglobina inyectando oxígeno a todos los cuepros que chirrian entre el ruidoso derrumbamiento de la pintura por la erosión del tiempo, oye la luz inundándolo todo.
No sabe, y no entiende, ergo no piensa ni existe. No se cuestiona nada. Sólo oye. Y huele, saborea y acaricia, infinitud de sombras, hasta las partículas más insignificantes. Pero no es.
No más allá de la sensación de estar consumiéndose.

Autosatisfacción.

5/10/09

¡Ella se muestra...!

Tarde, aunque siempre lo convierte en a tiempo.

"¿Es por mí por quien preguntas?"

Por cualquier anónima persona que me brille en la mirada y se sugiera en la comisura de mis labios al curvarse, en realidad, pero sí, pregunto por ti también. ¿Cómo no iba a hacerlo?

¿Cómo, si cada vez que miro el papel, sólo es tu nombre el que soy capaz de escribir?

A ratos, son otros, ficticios todos, imaginaciones mías, ninguna alcanza jamás a deslumbrarme si tiene nombre. Pero tú, oh, ¿tú? Tu pronombre vale más que mil suspiros de noches en vela haciendo y deshaciendo historias. Me conmueve realmente que te muestres más allá de un torcido reflejo en el espejo de carnaval que es mi mente, y vengas y me cuestiones, ¿por quién iba a preguntar si no?

Soy escritor a ratos, y sólo a ratos te miento, te exijo, te reclamo más allá de la realidad para que me ayudes a escribirte, o escribirnos, y sólo a ratos te encuentro, pero ¡qué momentos! Qué placer poder vivirlos más, si de verdad pudiese. Ella se muestra, he dicho, Ella, protagonista de tantas y tantas cavilaciones, devaneos, sinsentidos y, sobretodo, dolores de cabeza.

¿Quién es Ella?

Como ya he dicho, es por Ella que pregunto. Por ella escribo. Si me apuráis... diría que por Ella existo.

23/9/09

Asustado

Salir corriendo bajo la lluvia,
o sentarse a esperarla,
tal vez bailar con ella.
Reclinarse sobre la tierra o la hierba,
mirar el horizonte,
apagar un cigarrillo,
hablar en voz alta con uno mismo.
Observar con fijeza miradas,
hacer el amor mientras se folla,
susurrar sinsentidos al oído de alguien,
conocerla sin hablarse,
encender un cigarrillo.

Ocultarme apáticamente tras mis sonrisas, preocuparme y no tomarme nada en serio, llorar a escondidas en mí mismo, suspirar a solas para que nadie me oiga, subir el volumen de los auriculares para no oír a nadie, concentrarme en tinta y papel hasta desaparecer, gruñir con violencia a la vuelta, despertar con un ojo abierto y sintiendo un frío lacerante en la piel, abrazar mis musas y anhelarlas, desear fervientemente comprensión, leer, escribir, leer...

Salir, sentarse, tal vez bailar, reclinarse, mirarte, apagarme, hablarte, observarte, hacerme, susurrarte, conocerme, encenderte, ocultarme, preocuparme, llorar, suspirarte, subirme, concentrarme, gruñir, despertarte, abrazarte, desearte, leerte, escribirte, leerte...

Sorprenderme. Sorprenderte.

Tal vez... quererme. Quererte.

5/9/09

Entre las cenizas del recuerdo Peractio

Hay veces que un simple “lo siento” no es suficiente, y algo dentro de ti se niega a escuchar por mucho que la otra persona parezca arrepentida. Sentir mordeduras de dolor y hacer caso omiso, remordimientos mudos y orgullo herido, que lo único para lo que sirve es aumentar el sufrimiento. Lágrimas que amenazan salir, acalladas como una muchedumbre insurrecta, hacen darse cuenta de que hay que salvar la situación de alguna manera.
¿Huir?¿Afrontarla?
El escritor, en toda su aparente arrogancia y arrojo, se atraganta con las palabras y bebe en silencio, observando apáticamente el rostro de ella, de su melancolía en forma de mujer, de su rescoldo y a la vez última jarra de agua fría sobre las cenizas del recuerdo. Capaz tanto de llevárselas como la brisa, como de hacer que su vida combustione de nuevo y acabe asfixiándose con el humo de su propia autocompasión.
¿Huir?¿Afrontarla?
¿Qué hacer ante lo único que te ha mantenido vivo, que no cuerdo?
Necesitaba respuestas a mil preguntas, y su cerebro no era capaz de terminar de darle forma a ninguna. Había soñado con ese momento durante dos años, pero jamás había estado preparado para vivirlo realmente.
La ciudad parece más gris que de costumbre, los coches más silenciosos que nunca, los transeúntes encorbatados menos irritantes. Y allí, en una terraza sin importancia de una cafetería sin importancia en una ciudad irrisoria un pequeño hombre, del todo dispensable, se siente más vivo y muerto que nunca.
No entiende, ni con toda su relativamente amplia cultura y aventajado intelecto, nada. Se siente pequeño, se sabe tal y eso le deja un sabor amargo en la boca, porque nunca había estado tan seguro de algo.
Pero ella puede cambiar eso. Y puede porque él quiere, anhela con todo su ser que sea así. Aunque no dará el primer paso, eso ni pensarlo, tiene demasiado miedo y rencor dentro de él como para atreverse. Es sólo un escritor, y un hombre pequeño ante un mundo aterrador.
El pasado le reconcome por dentro, le devora a pasos agigantados, y teme todo. ¿A qué atreverse, si siempre van a hacerle daño?¿Quién se atrevería?
Hablamos de palabras mayores aquí, esto no es como salvar el mundo de una hecatombe ni marcar un hito en la historia con heroicidades. Esto son sentimientos de un único individuo, es su mundo, su yo por completo, pendiendo de un fino hilo que cada vez le parece más y más inseguro.
Y todos sabemos que una persona siempre va a importar más que todo el mundo.
¿Huir?¿Afrontarla?
¿Qué hacer cuando las cenizas de tu recuerdo toman forma y te abofetean?
¿Qué hacer cuando empiezas a darte cuenta de que ya nunca volverán a ser simples cenizas, sino que serán de nuevo todo lo que eran antes de arder, que volverán a SER, y que tendrás que soportarlo de ahora en adelante, porque ninguna brisa podrá llevárselas?
No todos somos tan fuertes como para deshacernos de nuestras cenizas por nosotros mismos. Hay gente tan débil que toda su personalidad está compuesta y construida por miedos, que dependen de múltiples puntos de apoyo, y que una aparente fuerza y estabilidad pueden desmoronarse de pronto por un leve desequilibrio.
Aunque, para ser más exacto con la metáfora, para esas personas un leve desequilibrio en su mundo significa el principio de un incendio en un edificio sin agua ni ventanas, sin modo de frenar el fuego ni huir de él. Todo quedará reducido a meras cenizas, sombras de recuerdos que fueron, y a nosotros, patéticos cobardes, sólo nos quedará la sensación de asfixia y el humo en los pulmones, impidiéndonos respirar hasta, al final, dejarnos inconscientes para que nuestro mundo arda y seamos consumidos por las llamas.
Y, un día, te vuelven a mostrar lo que fuiste, y esa visión se queda grabada en tu retina, y ya nunca se borra, pero… no deja de ser una visión. Y tú sigues ahogándote con el humo.
Y acabo siendo ceniza entre tus recuerdos…

¿Huir?¿Afrontarla…?
¿Qué hacer, si no soy más que un pequeño escritor consumiéndose entre las cenizas del recuerdo?



Intrascendencias

Blausblausblaus.


¿Quien es Ella?

¿Cuantos caminos debe recorrer un hombre (o una mujer)?

¿Por que me duele el pie a veces?

¿De donde vienen los gremlins?

¿Tienen vejiga los fantasmas?

¿Los hombres somos ilusos y torpes per se, o nuestras madres nos lo enseñan a proposito para que sigamos sin entender a las mujeres?



Preguntas de la vida...

3/9/09

Pseudonimado

A veces, entran ganas de romper cosas. En general, nada especifico, y, cuanto mas grande, mejor. Como tirar un televisor, una estanteria, o un colchon por la azotea.

Es un estado transitorio de locura o enajenacion mental en el que uno no es uno mismo, hasta que no parte algo. O lo parte to.

¿Y sabeis que sienta mejor incluso que reventar cosas grandes?

Reventar cosas CARAS. Despues, cuando vuelves a ser tu mismo, te das de chocazos con la pared y te arañas la cara como una plañidera (si es que se llamaban asi esas mujeres tan lloronas y ruidosas de los entierros, es que no lo recuerdo); pero, durante ese instante, te sientes poderoso, plantas cara a todo el mundo en plan "¡JA!¡He desperdiciado dinero, ese dios tan preciado para vosotros!". Vale, que si, que luego te cagas porque es un dios omnipresente que nos jode a todos por igual, pero has tenido un orgasmo de ateismo que lo flipas.

En fin, que no soy yo, y voy a partir algo. Grande. O caro. Ya vere que pillo antes.

10/8/09

Entre las cenizas del recuerdo V

Una sensación de caída que corroe el interior, aunque esté sentado. Es como si algo se retorciese en lo más profundo de mi pecho y se despegase de mis entrañas, bajando, dando vueltas en espiral y cayendo sin remisión hasta abismos desconocidos, fosas abisales inexploradas del subconsciente, aunque el yo consciente se sabe a salvo, en un sofá, con las piernas en alto y un cenicero sobre la rodilla del que se escapa un hilillo de humo porque acabo de mal apagar el cigarro.
Ahí, con el último cigarrillo que me quedaba, yacen las esperanzas de una noche sin ansiedad, ocultas entre las cenizas del recuerdo de conversaciones atrasadas y preguntas de respuesta evasiva. Increíblemente, se puede aguantar el tipo y mirar fijamente a los ojos al pasado de uno mismo, pero... este sentimiento... esta certeza de estar hundiéndome... no sé si mereció la pena.
¿Por qué se giró, y me llamó?¿Por qué, cómo pudo reconocerme?
Es como si un demonio que creía al fin exorcizado hubiese forzado la puerta de mi alma y se carcajease entre los restos de una existencia que se había desprotegido en su ausencia. Todo demasiado repentino, sin darme tiempo a levantar barreras de nuevo. Ha sido un ataque sorpresa y a traición que de nuevo me sume entre estos cojines y se acaba mi tabaco.
No es justo que pueda apuñalarme por la espalda con la misma facilidad que un susurrante asesino, experto de mis puntos débiles y además fundido entre las sombras como una más.
Las segundas partes nunca fueron buenas, dicen, y cuánta razón tienen. Incertidumbre, desconcierto, cuando creía al fin olvidado algo se levanta de su tumba y me atrapa sin esforzarse siquiera, sin pretenderlo.
Hay rencores que luchan por aflorar, pero los acallo con fiereza; también se manifiesta un cosquilleo incómodo entre los omoplatos, junto con una punzada molesta que se aposenta en mi nuca y me pone todos los vellos del cuerpo de punta.
Tampoco es justo que me excite al verla de nuevo. ¿Por qué?¿Por qué vuelve?¿Por qué demonios se giró en la calle?¿Por qué tuvo que reconocerme...?

¿Por qué tuvo que irse?





FOO FIGHTERS - LET IT DIE

A heart of gold but it lost its pride
Beautiful veins and bloodshot eyes
I've seen your face in another light
Why'd you have to go and let it die?

Why'd you have to go and let it die?
Why'd you have to go and let it die?
In too deep and out of time.
Why'd you have to go and let it die?

A simple man and his blushing bride
Intravenous, intertwined
Hearts gone cold your hands were tied
Why'd you have to go and let it die?

Why'd you have to go and let it die?
Why'd you have to go and let it die?
In too deep and out of time.
Why'd you have to go and let it die?

Do you ever think of me?
You're so considerate.
Do you ever think of me?
Oh, so considerate.

In too deep and lost in time
Why'd you have to go and let it die?
Beautiful veins and bloodshot eyes
Why'd you have to go and let it die?

Hearts gone cold and hands were tied.
Why'd you have to go and let it die?
Why'd you have to go and let it die?

Do you ever think of me?
You're so considerate.
Did you ever think of me?
Oh, so considerate.

In too deep and lost in time
Why'd you have to go and let it die?
Beautiful veins and bloodshot eyes
Why'd you have to go and let it die?

Hearts gone cold and hands were tied.
Why'd you have to go and let it die?

Why'd you have to go and let this die?
Why'd you have to go and let this die?
Why'd you have to go and let this die?
Why'd you have to go and let this die?

Why'd you have to go and let it die?

24/7/09

Señal tardía

A la espera de una señal tardía, sin saber siquiera hora exacta ni lugar, el tiempo aterido a las manos y los ojos, el cansancio a los párpados, el mieod al cuello, observo. Cuerpos huecos, mentes llenas de serrín, monótona y embriagadoramente manipulables.
El andén cambia de estación, se cancela un vuelo a última hora, y es impòsible salir ni entrar. Como en un poema de Poe, con fatídicas aves en sombrías habitaciones, o un cuento de Lovecraft, de míticos terrores que uno mismo inventa, o una película de Hitchcock, tranquila y, sin embargo, desquiciante.
Los sentidos se entumecen, las piernas se acimentan, y las puertas abiertas no invitan más que a un trágico final.
Ni una mirada ofrece libertad aquí. Sólo espera. Espera que se pega a mi piel, me asfixia, y que entre resuellos masculla caucho sobre alquitrán, gente que sale y entra, presa, presa y con las puertas abiertas.
A la espera de una señal tardía, grises en hora punta, horizontes que no conocen atardeceres. No hay agua, ni luz. Só.lo frías rosas negras enredándose en mis brazos y clavándome sus espinas, inyectándome gris.
Me inyectan rutina.

18/7/09

Entre las cenizas del recuerdo IV

Albergar tantos recuerdos tan largo tiempo aletargados que la mente ahora parece sumirse en otras vidas, en otras mentes, y ver a través de los ojos de otras personas infinitud de momentos de media sonrisa. Como mirando bajo el agua, intentando vanamente fijar la vista en una figura borrosa. El prisma anacrónico tiñe de escala de grises y distorsiona nombres y personas, y todo se difumina en vorágines de "ese no soy yo"... No puede ser nadie, ya fue, todo queda en el pasado, como los borradores de algún escritor que no sea tan melancólico como ese que ahora se sienta a beber ron miel con un cigarrillo en la boca, un álbum de fotos en una mano y una pila de viejos cuadernos recuperados de entre las cenizas del recuerdo sobre sus rodillas.

Eso es la añoranza. Creo. Algo parecido tenía aquel tipo tan raro de ayer a las once.


(Extraído del diario de una prostituta apodada "Jolene").

11/6/09

Gritos

Una historia para Mita. No quiero que llores ni grites. Sólo si puedo oírte.



¿Qué tal una noche de tormenta?
Oh, sí, fue terrible. Pero no sabes lo peor. No sólo hubo rayos, truenos y relámpagos, y lloraron los bebés y los perros empezaron a ladrarle al granizo que caía y pesaba toneladas, como si de pronto hubiesen decidido tirarle al mundo tres veces su peso en hielo.
No sólo se cometieron tres violaciones y dos asesinatos que, entre el ruido, pasaron desapercibidos. Tampoco sólo le pegó un padre a su hijo hasta dejarlo inconsciente por intentar proteger a su madre cuando llegó a casa borracho, resguardándose de la terrible tormenta.
No sólo rompió a llorar una mujer porque, en el mismo momento en el que la tormenta más arreciaba, su hija con leucemia expiró.
No sólo rompió a llorar otra porque encontrase a su hijo de diecisiete años muerto en la cama, aún con tres rayas de cocaína en la mesita de noche, esperando.
No sólo pasaron esas cosas, y no fueron lo peor que pasó aquella noche.
Aquella noche tres jóvenes chicas perdieron la inocencia que les quedaba, fueron despojadas a la fuerza de toda libertad y elección, y obligadas a ser inferiores a otros seres humanos. Dos personas perdieron cualquier segunda oportunidad que pudiesen necesitar. Un niño maduró demasiado rápido, de golpe, y conoció el odio antes que el primer amor.
Dos mujeres enterraron a sus hijos.
Lo peor de aquella noche no fueron los números, o los datos, es decir, lo que saldría al día siguiente en “sucesos” en el periódico.
Lo peor de aquella noche fueron los gritos...
Sí... los gritos...
Porque todas esas cosas significan gritos, porque son muchos los sentimientos encontrados y maltratados. Quizá no en esa misma noche, o en mucho tiempo, quizá no exteriormente... pero sí habría muchos gritos.
Y lo peor de aquella noche es que la tormenta los acalló todos.



Si salgo corriendo, tú me agarras por el cuello,
y si no te escucho... grita.
Te tiendo la mano, tú agarra todo el brazo,
y si quieres más, pues... grita.
Jarabe de Palo



Sarcasmo

Pobre sarcasmo, ya nadie lo usa.
Pobre sarcasmo, ya todos se insultan.
P.J. Rosado




La ambigüedad se ríe bajito y el sarcasmo hace tss
Ella no recuerda muy bien cuándo empezó a fijarse tanto en los detalles.
Él no sabe cuándo dejaron de importarle.
Ella ya no discierne lo que siente entre tantos buenos momentos.
Él cada vez lo tiene más claro.
Ella se arrepiente de haber malgastado el tiempo.
Él no se arrepiente de nada, a pesar de todo.
Ella lo mira, conteniendo el aliento. Está plácidamente dormido, con los labios entreabiertos y una mano en la frente, en una postura de lo más femenina, aunque adorable en cierto modo. Le huele el aliento a tabaco y whiskey, pero no es desagradable. Él huele a confianza, a seguridad, y allí, abrazada a su pecho desnudo, envuelta por su fuerte brazo, se siente protegida e inmune. Aunque nunca le haya gustado.
Él la contempla, suspirando. Duerme de lado, dándole la espalda, abrazada a sus piernas, y a veces le tiemblan los hombros en quedos sollozos, como si tuviese pesadillas. Entonces la abraza, y acaba por darle la vuelta y volverla hacia él. Es cuando ve su cara dormida, con el ceño ligeramente fruncido, y respirando de un modo trémulo por la nariz. Y le duele tanto que cierra los ojos, y se los tapa con el brazo para no mirarla de nuevo.
Y tantos, tantos ella pero él, él sin embargo ella, instantes confusos y pensamientos dispares, sí y no, que, al final, la ambigüedad se ríe a carcajadas, y el sarcasmo hace tss

30/5/09

Noche friki

Anoche cenamos sushi. Y pollo yakitori, y alitas con salsa especial, y un par de cosas más, y sake, pero sin duda lo mejor fueron las charlas sobre fenómenos paranormales, las discusiones otakus, los piques de cultura general y la mítica frase que comenzó la noche.

- Espero que todo salga bien y no llueva ni na.
- Tira un dado.


...simplemente magnífico.

28/5/09

Qué wapo xDD

Gocheando a David Frost:

1 - Ve a Wikipedia. Elige artículo aleatorio.
El primer artículo que te salga del random es el nombre de tu banda.

2 - Ve a Wikiquote. Igual que antes, elige un artículo aleatorio.
Las últimas cuatro o cinco palabras de la última frase célebre (quotation) será el título de tu primer álbum.

3 - Ve a Flickr y click en "explore the last seven days".
Tercera foto, no importa lo que salga, esa será la portada de tu disco.


Nombre de la banda: Socorro Rojo Internacional
Nombre del primer álbum: El pariente pobre de la democracia (cita de Marcelino Camacho)
Portada del disco: Aquí

25/5/09

Entre las cenizas del recuerdo III

¿Qué parece el rastro de la gente? Vasos rotos, oscuridad prematura y bolsas vacías. Voces de fondo, es todo lo que queda, fundido en negro, como en una foto antigua escalas de grises que recuerdan irremediablemente a una noche de fiesta cualquiera, a una juventud desfasada, a un polvo fácil, que se rememora sólo entre amigos. Los pasos se adueñan del consciente bebedor que saborea ron entre labios desconocidos.
Su pulso se acelera inexplicablemente con las luces semiapagadas de las farolas.
El escritor sonríe irónicamente, abrazado a su sobriedad como un náufrago a un madero, desesperada e inútilmente. Tarde o temprano sus dedos perderán la fuerza, su sobriedad se disipará entre bocanadas de agónica esperanza, y su coma etílico sucumbirá junto a desconocidos rostros en desconocidas mañanas que saben a alcohol. El escritor observa a su amigo, pintor, que bebe café entre inconsciencias.
- Te dije que no bebieses.
- Cállate.
Sí, eso, te lo dijes. Siempre te lo dijes, siempre con la razón. ¿Qué sentirá la gente que tiene siempre la razón?, se pregunta con desenfocadas pupilas mientras imagina empuñar un bolígrafo para ponerse surrealista. Está tan acostumbrado a equivocarse que ni con su prodigiosa imaginación es capaz de ponerse en la situación de alguien cuyas verdades siempre sean indiscutibles.
Además, era mucho mejor artista que él, y, aunque fuese su mejor amigo, esa envidia por su talento siempre había estado ahí agazapada, y ahora se bañaba con los cubatas, en una especie de orgía mental entre los recuerdos que afloraban a su semiconsciencia.
- Cállate, y sigue bebiendo tu asqueroso café.
- Pero te lo dije. Y aún estabas sobrio, así que podrías haberme oído. Te lo dije, ¿no?
- Ah, sobrio... sobrio... recuerdo cómo era eso... ¿cómo era eso?
- Como cuando podías tenerte en pie.
- Ja-ja... mira cómo me río. ¿Ves cómo me río? Me descojono con tus ocurrencias.
- Ni siquiera eres capaz de soltar un sarcasmo decente. Deberías parar ya. Los otros ya han parado.
- No tienen aguante, están todos por ahí tumbados ahogándose en su propio vómito.
- No es cierto, están en el salón, bailando, tú eres el que ha ido a vomitar, y ahora está tumbado en la cama de la habitación de invitados.
- Cállate.
- ¿Por qué te haces esto?
- ¿Y tú por qué crees? - recordó pensar algo parecido a "basta ya de polladas" - Porque me he entregado a una espiral autodestructiva melancólica digna de Baudelaire, ¡envidiadme, poetas del siglo XIX! - alza el puño e intenta incorporarse en una pose victoriosa - ¡Ni con vuestro opio y absenta...! - vomita - ¡...podéis ganarme!¡Porque estáis muertos!¡Ja! - vuelve a caer sobre la cama.
- Agh, qué asco, mira cómo has puesto el suelo, está todo perdido...
- Creí haberte dicho que te callases.
- Cállate tú, ¿no te jode?¿Quién crees que tendrá que limpiar después? Ésta es mi casa, capullo, y has vomi... ¡Dios!¿Qué cojones es eso?¿Chorizo?¿Es que no masticas?
- De vez en cuando se me olvida, no creí que me lo tuvieses en cuenta.
- Tu vida se ha convertido en alcohol, comida basura y putas, ¿qué coño te pasa?¿De verdad que estás en una espiral autodestructiva? - el pintor calló un momento. Entre la oscuridad de la habitación y los nublados sentidos del escritor, su rostro en sombras parecía desaparecer en la noche - ¿Es por ella?
- Cállate.
- ¡Oh, sí que es por ella!¿Por qué? - parecía enfadado. Con razón, a no ser que el alcohol también hubiese empezado a borrarle la memoria (cosa que agradecería), el escritor tenía construida la teoría de que aquel gran amigo suyo iba tras su culo - Ya han pasado casi dos años, ¿no crees que el tiempo razonable de lloriqueos pasó hace tiempo?
- Que te calles, ¡he dicho! - se incorporó en la cama, quedando frente a su amigo, que le tendió un botellín de agua. Se limitó a echárselo por el cuello, deseando con todas sus fuerzas que los latidos en su cabeza acallasen o explotasen de una vez, que desapareciesen - No tienes ni idea.
- Oh, por supuesto, nunca tengo ni idea.
- Pues no, para tu información, eres un ignorante.
- Así que ahora soy un ignorante, ¿eh? - un brillo extraño asomaba a su mirada. "Bah, a la mierda con todo esto" recordó pensar justo antes de lanzarse al cuello del pintor.
Después, todo fue confuso, rápido y feroz, un amasijo de sábanas o imágenes con frases cortantes e irónicas.
- ¡AGH! Te sabe fatal la boca.
- Entonces no me beses ahí.
- ...has engordado.
- Que te calles.

A la mañana siguiente, el escritor se levantó con cuidado de no despertar al pintor, que tenía media espalda cubierta por esa melena de rizos negros que cuidaba con tanto cariño, y estaba expuesto al frío mordisco del viento matinal en el resto del cuerpo.
En el salón, cuerpos desnudos o semivestidos se cruzaban sobre las alfombras y los sofás, una pareja aún se movía y gemía tras la barra americana. Cogió un paquete de tabaco que estaba por el suelo y se adueñó de un cigarrillo, que se encendió al sentarse en la barra y mirar por el inmenso ventanal.
Estaban en un octavo piso, y se veía la ciudad, hasta lo lejos, donde un amanecer colorido y cuidadoso despertaba. La parte buena del atávico ciclo.
Un par de minutos después, mientras los gemidos subían de tono y el alba teñía de dorado calor los tejados, apagó el cigarro en un cenicero lleno a rebosar, mezclando en su imaginación sus memorias y vivencias con toda la noche pasada, rostros y momentos, fragancias y frases, voces y pieles... cenizas entre cenizas.

Y Jolene...



"Ella daba dos pasos hacia delante
Daba dos pasos hacia atrás
El primer paso decía buenos días señor
El segundo paso decía buenos días señora
Y los otros decían cómo está la familia
Hoy es un día hermoso como una paloma en el cielo

Ella llevaba una camisa ardiente
Ella tenía ojos de adormecedora de mares
Ella había escondido un sueño en un armario oscuro
Ella había encontrado un muerto en medio de su cabeza

Cuando ella llegaba dejaba una parte más hermosa muy lejos
Cuando ella se iba algo se formaba en el horizonte para esperarla

Sus miradas estaban heridas y sangraban sobre la colina
Tenía los senos abiertos y cantaba las tinieblas de su edad
Era hermosa como un cielo bajo una paloma

Tenía una boca de acero
Y una bandera mortal dibujada entre los labios
Reía como el mar que siente carbones en su vientre
Como el mar cuando la luna se mira ahogarse
Como el mar que ha mordido todas las playas
El mar que desborda y cae en el vacío en los tiempos de abundancia
Cuando las estrellas arrullan sobre nuestras cabezas
Antes que el viento norte abra sus ojos
Era hermosa en sus horizontes de huesos
Con su camisa ardiente y sus miradas de árbol fatigado
Como el cielo a caballo sobre las palomas
". Vicente Huidobro

22/5/09

Entre las cenizas del recuerdo II

A veces, el amanecer despierta entre ronroneos y caricias, desperezándose con cuidado de no rozar la noche para que pueda descansar tranquila, estirando con adormecida lentitud y recién adquirido cuidado reverberantes nubes de mortecino color. En el vagar de las olas o el suave suspirar de la tierra, sobre escaleras y cieno o árboles y arena… tiñendo de ámbar y lila el horizonte.
Otras veces, sin embargo, su despertar es brusco, repentino, como el de un niño acosado por pesadillas, y entonces su inquietud golpea la oscuridad como un puño cerrado, sin suavidad ni cuidado alguno. Su respiración agitada remueve los cielos, y su frío sudor baña el viento, manchando de un gris sucio y resquebrajado de blanco la mañana.
El escritor lo sabía, lo había adivinado tras muchos cigarrillos de madrugada, y lo había llamado en su fuero interno “el atávico ciclo”.
Había copiado el gusto por la palabra “atávico” de una vieja amiga cuyo nombre se le escapaba entre los dedos por la culpabilidad, por no haber seguido en contacto, o algo parecido.
Aquella otra mañana, como muchas antes, era una de esas bruscas y repentinas.
Tiró el cigarro a medias, con una mueca resignada, consciente de que le esperaba un día amargo. No paró en la cafetería de abajo, notando ya en la boca el sabor a ceniza y café, a inspiración despechada y ajenidad.
Simplemente continuó caminando sin esperar ni encontrar nada, sin buscar tampoco; bueno, quizás un pequeño resquicio de mundo que no le mostrase que la melancolía, por inútil que fuese, seguía ahí. Añoraba esos días en los que no añoraba nada. Maldijo entre dientes por la redundancia, y sonrió agriamente por la ironía.
Los coches que pasaban por la calle aquel día parecían nuevos, recién lavados todos ellos, brillante el metal de la chapa y reflexivos los cristales. ¿Podrá un cristal, o un espejo, realmente reflexionar? Se preguntó sin prestar demasiada atención a lo que pensaba. ¿Y qué pensará un espejo?¿”Ojalá fuese más guapa ésta que se mira cada mañana”?¿”Quítate ya ese maldito bigote, ¿no ves que no te queda bien?”? Tenían que ser superficiales, por fuerza. Habían sido hechos para serlo.
Los cristales ya eran otra cosa. Dejaban pasar la luz (la mayor parte del tiempo), y observaban todo desde dos perspectivas, dentro y fuera. ¿Dónde estaba dentro, y dónde fuera? Para ellos no supondrá tanta diferencia, ¿no?
Volvió a maldecir entre dientes. Había llegado a un callejón sin salida, y no era una metáfora de sus infructuosas cavilaciones que ni intentaba responder (que también). Al dar media vuelta, se descubrió en una zona bastante alejada de la ciudad, donde la mañana, al parecer, ya había superado su mal despertar.
Y allí, acodado en un alféizar, vio a un joven de aspecto cansado y abatido. Su postura y expresión no parecían las típicas en una persona de su edad, que, por definición, suelen ser joviales. Al escritor se le antojó autocompasivo, y ahogó una nueva carcajada agria, pensando en espejos y reflexiones inútiles. Y melancolía.
Se apoyó en una parada de autobús, fingiendo esperar y espiando por el rabillo del ojo al chico de mirada acuosa. Oh, sí, melancolía y autocompasión, sin duda, todos los signos inequívocos. Semblante perdido en pensamientos o sentimientos malheridos, ceño fruncido en gesto de incredulidad, lagrimales gritando con inminencia, flojera en todo el cuerpo, manos temblorosas…
O a lo mejor estaba enfermo.
De pronto, sonó un timbre absurdo desde el bolsillo de su objeto de estudio, que, con la faz iluminada, sacó uno de esos móviles enanos de última generación, pero la esperanza murió en cuanto tuvo la pequeña pantalla ante sus ojos.
Desamor, aventuró con seguridad el escritor. No era ella.
El autobús llegó, y, para no seguir parado allí y revelar su escrutinio, subió, maldiciendo entre dientes. Se sentía cruel, pero algo mejor, a pesar de todo. Notó de nuevo ese sabor amargo, de despertar brusco, pero lo ignoró deliberadamente, fingiendo que tampoco paladeaba esas cenizas del recuerdo, esa añoranza, aunque fuese sólo unos instantes. A ratos, gustaba eso de contemplar a otro más desdichado y patético que uno mismo.



"Nadie recuerda un invierno tan frío como éste.
Las calles de la ciudad son láminas de hielo.
Las ramas de los árboles están envueltas en fundas de hielo.
Las estrellas tan altas son destellos de hielo.
Helado está también mi corazón,
pero no fue en invierno.
Mi amiga,
mi dulce amiga,
aquella que me amaba,
me dice que ha dejado de quererme.
No recuerdo un invierno tan frío como éste.
" Ángel González



"CREPÚSCULO, ALBUQUERQUE, INVIERNO
No fue un sueño,
lo vi:
La nieve ardía.
" Ángel González

15/5/09

Entre las cenizas del recuerdo I

Entre las cenizas del recuerdo, aún quedan algunos rescoldos, apenas capaces de humear, cuanto menos prender de nuevo lo que un día fueron. Ahí, escondida a simple vista, se oculta la melancolía, la triste añoranza de un tiempo pasado, cubierta de enfermizo polvo y agónicos sentidos borrosos, percibidos como a través de un cristal empañado.
Despierta del letargo a los durmientes, emociona a los apáticos, acobarda a los valientes y enternece a los duros.
Oprime el pecho y, de algún modo, consigue hacer saltar una lágrima. Se siente el ceño fruncido y se busca una ventana que traspasar con la mirada, o se contempla el vacío, a su falta.
La melancolía no enciende el rescoldo, sólo lo mantiene vivo a duras penas, como tomándolo con cariño entre las manos sólo para descubrir que aún quema.
Él sabe bien que esos restos empolvados en la memoria son irrecuperables, e irremplazables; desistió tiempo atrás de su vana búsqueda. Se conformó por una época con nuevas llamas, nuevas sensaciones que se volverían ceniza, pero seguía quemándose las manos con la melancolía.
Y cedió, como humano débil e imperfecto que era, a la invisible y ponzoñosa añoranza. Aún hoy cede.
Bajó otro día cualquiera a la cafetería, temprano como de costumbre, a unas horas que en otra época había considerado indecentes, y se encontró al dueño abriendo. Le sonrió sin esperar respuesta, consciente de que estaba ocupado, y se sentó a esperar su café con un cuaderno abierto sobre la barra, en blanco, y un bolígrafo encapuchado en la mano izquierda y un cigarro apagado en la derecha. A esperar inspiración.
Pero sólo le salía melancolía, como de costumbre también.
Prisionero de su propio pasado, esclavo vitalicio del recuerdo y las visiones borrosas de mejores tiempos; él ya sabía que abusaba de los suspiros, así como de los puntos suspensivos.
En los tiernos momentos de apagar el cigarrillo, vestir el bolígrafo, pagar el café y cerrar un cuaderno ahora escrito, vio o entrevió por el rabillo del ojo a una mujer de mirada cansada con una niña ruidosa que gritaba esporádicos "¡mamá!" cogida de su mano.
Se sentó a una mesa, la niña empuñó entonces una muñeca de su bolsito rosa de juguete y la sentó sobre la madera, frente a su diminuto rostro, dispuesta a hablar de algo al parecer de vital importancia, como sólo para un niño pueden tener vital importancia los horarios de los dibujos animados en la televisión, y su coincidencia con indeseadas obligaciones escolares.
Él se fijó en su agotada madre.
"Pensará en el pasado", se medio preguntó. "En cuando no la cansaban una hija, ni una casa, y le quitaban tiempo y felicidad..."
De improviso, la niña le dijo algo a su madre que iluminó su rostro con una radiante sonrisa y le valió un sonoro beso en la frente.
"No, no piensa en el pasado", decidió el escritor marchándose, decepcionado sin saber muy bien por qué, y suspirando.



"Me siento, a veces, triste
como una tarde del otoño viejo;
de saudades sin nombre,
de penas melancólicas tan lleno...
Mi pensamiento, entonces,
vaga junto a las tumbas de los muertos
y en torno a los cipreses y a los sauces
que, abatidos, se inclinan... Y me acuerdo
de historias tristes, sin poesía... Historias
que tienen casi blancos mis cabellos.
" Manuel Machado

1/5/09

Incomunicación

Sin internet en casa. Volveré.

(Que amenaza más chunga, ¿eh?)

27/4/09

El Vagabundo Anónimo

Guardó con delicadeza el destrozado cuaderno en la no menos ajada mochila, con las esquinas descosidas y el negro teñido de gris por los años, como su melena.

Se colocó bien las gafas, con cuidado de no despegar el precario celofán que sostenía una de las patillas. Y después se mesó la barba, la parte de su cuerpo que tenía menos canas. En la gorra sólo había unos treinta céntimos, después de pasarse toda la mañana leyendo poemas. Claro que no mucha gente allí, en el pueblecito costero de Wissant, al norte de Francia, entendía lo que chapurreaba aquel zarrapastroso individuo más allá de reconocer el español. A mí mismo me sorprendió escucharlo de pronto, allí en mitad de la Place de la Mairie, con esa voz profunda y rasgada por el alcohol, recitando con la maestría del que sabe lo que se hace muy bien.

Metió sus ganancias en un bolsillo de los rotos vaqueros que llevaba, y se caló la gorra, sacándose de repente un paquete de tabaco de la chaqueta y encendiéndose un cigarillo en lo que pareció un mismo movimiento. Tampoco pude verle guardarse el paquete.

Me acerqué a él, intrigado.

- Disculpe... - enarcó mucho las cejas.

- ¡ESPAÑOL! - exclamó abriendo mucho los brazos, como si fuese a estrecharme entre ellos. Me sobresalté, no sé si por el grito o por un gesto de entusiasmo tan hiperbólico, pero él me ahorró el bochorno de declinar su abrazo al dejar caer las manos, aún sonriente - Te invito a una cerveza.

Y, sin poder decirle nada, me dejé guiar hasta un bar a un lado de la plaza, cerca del ayuntamiento, mientras él hablaba de lo mucho que había extrañado Cádiz y Barcelona y Salamanca, y que hacía ya nueve años que no volvía por allí.

- Deux bières - pidió en cuanto se acodó en la barra. Dominaba bien el francés, pude comprobar, apenas se le notaba el acento. El camarero lo miró con aire extrañado, no supe si bien por su aspecto o por ese desparpajo natural que parecía exudar por todos sus poros. El hombre, que debió haber sido corpulento, aunque ahora tuviese la cara chupada y se le notase la delgadez bajo las ropas, sonreía, y se le formaba un hoyuelo en la mejilla izquierda. Sólo en la izquierda, extraño que me percatase de un detalle así. De ojos marrones y melena negra desgreñada, parecía un oso en mal momento - ¡Bien, bien!¿Cómo te llamas, amigo?

- Luis - con la cerveza, me refresqué la garganta, dispuesto a interrogarle sobre lo que había leído en la plaza. Tengo cierto interés en la literatura, ya saben, por mi trabajo, y me resultaba fascinante y del todo desconocida su lectura.

- Luis, Luis... ¿y a qué te dedicas, Luis?¿Qué haces en el culo de Francia? - su sonrisa era fiera, aunque amistosa. No tenía los dientes picados, ni le faltaba ninguno que yo viese. Fue una observación hecha desde el prejuicio, y después me sentí mal por ello.

- Pues soy periodista - respondí. Decidí especificar - Crítico literario, para ser sincero, y me... - me interrumpieron sus carcajadas. Vi que, entre risa y risa, pedía otra cerveza, y se me desorbitó la mirada al advertir que el primer vaso apenas tenía una fina capa de espuma en el fondo.

- ¿Crítico literario?¡Qué casualidad! Sí, desde luego que sí - su sonrisa era aún más abierta que antes, si cabía - Pero eso sigue sin explicar qué hace un español en el culo de Francia. No suelen venir aquí muchos turistas, no hay tanto que ver.

- En realidad venía para conocer a un escritor que, según me han informado, actualmente se encuentra en esta ciudad - respondí con cierta acritud. Me había costado mucho tiempo y dinero enterarme de dónde se escondía Hackford, y no me hacía mucha gracia compartir información que tanto me había esforzado en adquirir. Para evitar más preguntas incómodas, decidí ir al grano - ¿De quién era eso que leías ahí afuera? No me sonaba en absoluto, y no parecía una traducción.

- Era mío - respondió, aún con esa sonrisa de regocijo, y pidiendo otra cerveza. Dios, ¿cómo podía beber tan rápido?

- Tuyo... ¿tuyo? Pero... ¿cómo?

- Es una afición que tengo, me gusta escribir de vez en cuando y leérselo en voz alta a gente que no pueda entenderlo - vi que su sonrisa había menguado ligeramente - Así tengo por seguro que sus opiniones provienen de la más absoluta ignorancia e indiferencia, y del azar - debí fruncir el ceño o algo, ya que su expresión se volvió didáctica (si es que un rostro puede mostrar esa expresión) y comenzó a dar explicaciones - Alguien que esté contento, dirá que le ha gustado mucho. Alguien que esté triste, dirá que le ha parecido triste. Alguien cabrón dirá que no le ha gustado. Alguien cabreado que...

- Ya entiendo lo que quieres decir - le corté, terminándome mi primer vaso y pidiendo otra, tras lo que vi... ¡cuatro vasos vacíos!¡Y otro en su mano! - Pero me cuesta creer que algo así lo hayas escrito tú. Verás, soy crítico literario y...

- Eso ya lo has dicho - me respondió haciendo un aspaviento con la mano - No me interesa lo más mínimo. Ni tu trabajo ni tu opinión sobre cómo escribo - sonrió de nuevo - Quiero pasar un buen rato hablando con alguien en español, si no te importa.

Me tragué con la saliva las ansias de seguir preguntando, de inquirir (porque estaba seguro de que él no había escrito esos versos) y encontrarme con un escritor revelación.

Mis dos cervezas se convirtieron en seis vasos vacíos, y, junto a su codo, acabó apilada la nada desdeñable suma de catorce. Me preguntó sobre cosas de todo tipo; sobre cómo había cambiado la televisión en los últimos años, sobre quién gobernaba en ese momento, cómo iba la economía, qué grupos de rock estaban más de moda (no me interesa en especial el rock'n'roll, pero recuerdo mencionarle un nombre de pasada y verle llorar de alegría; pagaría por saber qué nombre era)... También me preguntó sobre mí, sobre mi trayectoria profesional y mi vida.

A cambio, me habló de sus viajes. Tenía cuarenta y ocho años, al parecer lamentaba mucho haber roto cierta promesa con una antigua amiga. De esos cuarenta y ocho, veintitrés los había pasado fuera de España, algunos trabajando, y otros, simplemente, errando de pueblo en pueblo, leyendo en voz alta sus relatos y poemas.

Cuanto más hablaba con él, más me sorprendía. Era un hombre muy culto, aunque desgarbado. Sus modales dejaban bastante que desear, y sus carcajadas, roncas y graves, eran irritantes. No le molestó hablar sobre mi opinión respecto a textos más antiguos que los suyos, y he de admitir que me dejaron boquiabierto sus conocimientos sobre literatura. Más aún cuando me habló de la cultura japonesa, y me confesó que siempre había soñado con ir a Japón.

A lo largo de la tarde, una sospecha iba fraguándose en mi interior. Cuando anochecía y nos íbamos, yo a mi hotel y él a nosédónde, se lo pregunté directamente.

- ¿Eres Hackford? - una extraña mezcla de ilusión y decepción se debatían en mi interior. Desde luego, aquel vagabundo había demostrado ser mucho más de lo que aparentaba en un principio, pero mi escritor favorito se me había antojado siempre un hombre mucho más... rico, para empezar y por lógica, y refinado, por su rectitud y dominio del estilo al escribir. Abrió mucho los ojos en un gesto que para nada podía ser ensayado o fingido, y se rió a carcajadas.

- No, amigo, no soy tu escritor - de nuevo esa sonrisa salvaje. En sus ojos se adivinaba incluso cierto brillo de locura - Pero le diré que lo buscas, si lo encuentro.

Cuando nos separamos, me sentí extrañamente bien. Contento, de algún modo, de haber conocido a una persona tan indudablemente especial. Incluso empezaba a creerme que él había escrito esa poesía que recitaba en la Plaza del Ayuntamiento... Llegué a mi hotel como pude, consciente de pronto de las seis cervezas que había tomado sin apenas almorzar, y me tumbé en la cama sin desvestirme ni cenar, agotado. Flotó por mi consciencia el reproche por no haberle preguntado su nombre al vagabundo, al final...

Al día siguiente, en el diario de Wissant, lo vi de nuevo. Su foto sobre un artículo rocambolesco y macabro.

Lo habían encontrado desnudo en una fuente, a medianoche, toda su ropa doblada cuidadosamente en el borde de cemento, junto con su mochila. Tenía las muñecas cortadas. En el agua flotaban un paquete de tabaco vacío, seis colillas y dos botellines de cerveza.

Mi búsqueda en Wissant no me llevó a ninguna parte. Tampoco me esforcé demasiado, después de aquello que pasó con el vagabundo anónimo.

Así decidí llamarlo a partir de entonces, El Vagabundo Anónimo. Tengo la impresión de que a él le gustaría, que sonreiría con esa mirada fiera y estallaría en carcajadas, bebiéndose la cerveza de un trago.

Recuerdo a menudo cómo el último verso de aquel poema me hizo soltar el aire que había contenido todo el rato, mientras le escuchaba recitarlo con voz susurrante y sugerente, algo inaudito en un hombre.

"No me sale eso de vivir".

Hace ya dos años de esto.

Hackford no ha vuelo a publicar.

Pero aquella sorpresa, y aquella risa, no podían haber sido fingidas. Para nada.

Chasing cars



We'll do it all
Everything
On our own

We don't need
Anything
Or anyone

If I lay here
If I just lay here
Would you lay with me and just forget the world?

I don't quite know
How to say
How I feel

Those three words
Are said too much
They're not enough

If I lay here
If I just lay here
Would you lay with me and just forget the world?

Forget what we're told
Before we get too old
Show me a garden that's bursting into life

Let's waste time
Chasing cars
Around our heads

I need your grace
To remind me
To find my own

If I lay here
If I just lay here
Would you lay with me and just forget the world?

Forget what we're told
Before we get too old
Show me a garden that's bursting into life

All that I am
All that I ever was
Is here in your perfect eyes, they're all I can see

I don't know where
Confused about how it's wrong
Just know that these things will never change for us at all

If I lay here
If I just lay here
Would you lay with me and just forget the world?



Todo siempre tiene que tratar sobre sentirse solo entre una multitud. Todos siempre tienen que pensar que son más especiales que nadie, y que sólo puede haber una persona que les entienda, y que nadie más les va a hacer sentirse bien consigo mismos nunca más. Todos tienen que mirar a su alrededor y ver gris uniforme, y quieren evadirse, y todos quieren ignorar el mundo. Y se cabrean, y se imaginan como el típico cantante de pop/rock americano, andando mientras toda la calle se mueve a cámara rápida, cantando canciones cuando ni siquiera saben cantar ni entonar, y son incapaces de escribir nada que tenga ni la mitad de sentimiento que un poema sobre, pongamos, una ciudad, o geometría.

Se leen un par de libros que se cuentan entre los best-sellers (que, por cierto, son de los peores casi siempre) y ya creen ser cultos. Dan ropa vieja cuando hay una colecta y se creen humanitarios, caritativos. Ni siquiera saben si el vidrio va al cubo verde o al amarillo.

¿Qué hay de malo en ser uno más?¿Tanta necesidad tiene la gente de sentirse especial?¿Tan faltos de cariños estamos todos, a estas alturas?¿Siete mil millones de habitantes, y nos sentimos solos?¿Quién coño nos creemos que somos?

Despertar con las piernas débiles, bajar titubeando de la cama y encaminarse descalzo a la calle, a buscar hombres con traje gris para preguntarles si se sienten alienados, si creen que tienen prisa y siguen sin saber adónde van, preguntarles si son felices, preguntarles si han conseguido las respuestas a alguna duda existencial que nos corroa...

Descubrir que incluso esos autómatas, esas marionetas que criticábamos, son más felices que nosotros... ¿para esto n/os sirve sentirnos diferentes, especiales... superiores? Porque, no os engañéis, eso de creeros diferentes, a todos vosotros, os provoca la excitación del poder, de pensar que sois superiores a alguien. A tantos.

O somos.

Me pasé cuatro años en el instituto queriendo ser uno más, y luego he malgastado otros tantos queriendo ser alguien que contase. Y si dijese que a partir de ahora voy a cambiar, que voy a ser yo mismo y que les den a todos los que intenten encasillarme... no estoy seguro de poder decir con sinceridad que no mentiría. Cambiar no es tan fácil. Lo he intentado. He conseguido algunos logros (nada demasiado relevante, en realidad).

Y al final me pregunto si realmente merece la pena cualquier esfuerzo. Si no será mejor ser un ermitaño y gritar a cualquiera que se acerque a mí "¡¡FUERA DE MI BOSQUE!!". La sociedad es complicada, y no me llama la atención, pero resulta que tenemos que aprender a "convivir", ya ves tú, a quién se le ocurriría esa magnífica idea.

¿Y sigo intentando ser original con todo esto?¿O intento ser coherente, lógico? Con lo que a mí me gustan las absurdeces irracionales...

Pues yo quiero que la gente me entienda. Y quiero entender a la gente. Y no quiero quedarme con una persona. QUIERO, ME ENCANTAN, muchas personas, y las quiero para siempre, y serán bienvenidas todas aquellas que, con el tiempo, acabe queriendo también. Y quiero ser más conformista, y quiero no fumar tanto, y quiero que no me importe vivir en la calle. Y que les den a todos los especiales del mundo.

Yo quiero mi tanque.

20/4/09

Sueños

Cordura y locura. Todos estos relatos, esta serie de Sueños Perturbadores, se los dedico a Barbija, merecedora de tantas dedicatorias como la que más. Y en especial éste porque LOCURA es lo primero que pienso cuando voy a entrar en su blog.

Ella ladeó la cabeza, apoyándola en sus brazos, cruzados en el alféizar de la ventana con rejas y viendo la lluvia acariciar el mundo.
Aquella habitación se había convertido en su cárcel.
Una vez, fue su refugio, un lugar al que ir cuando se sentía decepcionada.
Ahora le obligaban a permanecer allí, y el aire cálido y acogedor que la había caracterizado hasta entonces desapareció.
Se volvió un habitáculo frío e inhumano, y sólo su música podía hacer su estancia en él más llevadera.
Ni siquiera podía salir al jardín, a bañarse en la piscina bajo la lluvia, como tantas veces antes había hecho.
Sólo podía observar aquel manto gris de humedad y libertad, de pureza, resplandecer bajo luces amortiguadas de neón mientras bañaba todo a su alrededor.
La lluvia siempre la había relajado. Le ayudaba a aclarar sus ideas. Mirando el cielo con los ojos cerrados, podía ver sus pensamientos revolotear, esquivando los pedazos de frío cielo y formando intrincados dibujos a los que ella daba sentido en su imaginación.
Le habían arrebatado la libertad. Le habían arrebatado la lluvia.
Le habían arrebatado a la única persona que alguna vez le había comprendido.
Muchas veces antes, cuando sus padres se iban, él venía y la llamaba desde el césped.
Nunca puso un pie en el interior. De hecho, la vez que su familia volvió antes de tiempo estaban en la piscina, desnudos, uno en brazos del otro.
Ya habían pasado tres meses de encierro.
Pronto, tendría que volver al instituto. Quizá entonces tendría la oportunidad de verle.
Pero una pregunta la corroía por dentro, impidiéndole pensar con claridad la mayoría del tiempo. ¿Y si él se había buscado a otra y la había ignorado?
No había habido ningún intento de acercamiento. Muchas noches, esperaba junto a la ventana, mirando fijamente la parte del muro que él solía saltarse, hasta que caía dormida, con el rostro apoyado en sus brazos y la mano agarrada a uno de los barrotes.
Había llorado en silencio la mitad del tiempo, imaginando que él había preferido evitarse volver a tener problemas.
Llegó a pensar que se había enamorado de un ideal, y no de una persona.
El día antes de que comenzase el curso, por la tarde, su padre le llevó una de esas odiosas pastillas y un vaso de agua.
Al principio, traía un tarro de pastillas, pero ella intentó tragárselas todas, y desde entonces sólo le llevaba una.
- La doctora ha llegado - le comunicó con voz derrotada. Ella le miró con odio. El rostro de su progenitor había degenerado; ahora estaba enjuto, y él, más delgado que nunca. Una mueca de preocupación había permanecido en su rostro desde que descubriese a su hija con un chico en la piscina.
Ella se tragó la medicación, pero le escupió parte del agua a la cara. Sabía que, si no se la tomaba, él la obligaría, como ya había hecho otras veces.
Él bajó la mirada, evitando el contacto directo con los ojos de su hija, y salió por la puerta con cerrojo, dejando paso a una mujer con aspecto de bibliotecaria y expresión estirada que sonreía de un modo tenso e hipócrita.
La doctora pasó y pidió permiso para sentarse. Ella enarcó una ceja y le dijo que se sentase donde siempre. Ya estaba harta de esa falsa formalidad.
Encendió su música, y miró con aprensión a la doctora, que seguía el ritmo de la frenética batería con sus deportivas.
A pesar de su aspecto, alguna vez debió ser un alma rebelde, libre, pues conocía muchos grupos antiguos, clásicos, y otros que ella nunca había oído nombrar, pero que también le gustaban.
- ¿Seguirás insistiendo en tu actitud hacia "él"? - preguntó la doctora con profunda curiosidad. Ella sabía que sólo fingía.
- Ya lo hemos hablado mil veces - respondió con voz cansada y sin ganas de hablar de lo mismo. Siempre acababa dudando.
- Pero debes reconocer que tengo parte de razón - insistió la doctora - Si no, ¿cómo explicas que no haya aparecido desde entonces?
- Te acabo de decir que no quiero hablarlo - replicó apretando los labios. Había sido la doctora la que le pidió que la tutease, y a ella no le suponía ningún problema.
- Entonces, ¿debo entender que aún sigues creyendo que existió? - suspiró la psiquiatra.
- SÉ que EXISTE - repuso ella cruzando los brazos y frunciendo el ceño - No logrará hacerme dudar tan fácilmente.
- Pero desde que empezaste a medicarte no ha vuelto a aparecer, ¿cierto? - la doctora desenfocó la mirada, con expresión pensativa - Te propongo una prueba: te suspenderemos el medicamento, y, si vuelve a aparecer, entonces ¿admitirías que puede que sea una alucinación?
Ella abrió mucho los ojos, y se humedeció los labios, que se le habían secado de pronto. Si hacía eso, significaba que estaba dudando de él. Significaba que todo había sido producto de la esquizofrenia, un sueño. Y ella sabía (o creía) que no era así. Pero, por el contrario, si lo hacía... y él aparecía...
No. No podía ser un sueño. Tenía que hacerlo, no para demostrarse nada a sí misma, sino para demostrárselo a esa pedante, y a sus padres. Para demostrarles que aquel encierro era absurdo.
Asintió, y la doctora salió de la habitación con expresión triunfal.
Su padre dejó de llevarle pastillas, y todo siguió como hasta entonces. A la semana sin tomar su medicación, una sonrisa se dibujó en sus labios.
Pasó todo el viernes sonriendo, e incluso le sonrió a su padre, consciente de que al día siguiente la doctora tendría que tragarse sus palabras.
Esa noche, un repentino golpe en su ventana la despertó. Al incorporar la cabeza, aún somnolienta, una piedra rebotó en los barrotes, emitiendo un agudo sonido que le hizo terminar de despejarse.
Al abrir la ventana, le vio.
Allí estaba él, de pie en el césped, su figura recortada por la plateada luz de la luna llena.
Ella entornó los ojos, que le brillaron, y comenzó a sollozar, apoyándose en los barrotes.
Él, preocupado, trepó por la enredadera que llegaba hasta la habitación, y se sujetó a los hierros, mirándola con fijeza.
- ¿Qué te ocurre? - ella le miró a los ojos, y acarició su rostro por entre los barrotes.
- Sólo eres un sueño - le respondió con la voz rota de dolor. Él se mostró ofendido - Eres una fantasía...
- No sé si sentirme halagado u ofenderme, porque eso ha sonado bastante en serio - replicó él con una media sonrisa - Pero supongo que me lo merezco, teniendo en cuenta todo lo que he tardado en volver. He tenido problemas en mi casa, y no quería que tu padre volviese a cogerme... la verdad es que me dio algo de miedo. Pero no te preocupes, ya estoy aquí - la miró con ternura, y acarició su mejilla, secando sus lágrimas - No llores más.
- No lo entiendes - suspiró ella - Sólo eres una alucinación. Te ha creado mi esquizofrenia... - el rostro de él pareció hacerse de piedra, y la cogió de la muñeca con firmeza. La obligó a poner la mano en su pecho, sujeto con dificultad a la reja, y la miró fijamente a los ojos.
Ella sintió los latidos de su corazón, acelerado y tembloroso. Sintió su pectoral llenarse de aire, y después liberarlo. Sintió su frío, su miedo, su frustración. Su dolor.
- ¿Y esto qué?¿Es una alucinación?¿Es un sueño? - le susurró violentamente, sin apartar sus grises ojos de los de ella.
Ella se mordió el labio inferior, cerró los párpados y asintió, mientras otra lágrima resbalaba de su mirada.
Entonces el rostro de él mostró desesperación.
- ¿Me quieres? - interrogó con voz ahogada - ¿Me sigues queriendo? - ella le miró, dolida por la pregunta.
- Por supuesto que sí... pero... ¡sólo eres un sueño!
- ¿No serías capaz de vivir amando un sueño? - preguntó él con la voz más suave y calmada, llena de emociones.
Ella notó su corazón latir con más fuerza. Le oyó jadear, y vio que su rostro estaba congestionado por el esfuerzo de mantenerse sujeto a la ventana.
¿Podía vivir así?¿Podía vivir amando un sueño?
Lo miró a los ojos con amor. Acercó su faz a los barrotes, y le acarició los labios entre las rejas, al no tener la posibilidad de besarle.
Entonces, le empujó, y vio sorpresa en el rostro de él mientras caía desde el tercer piso.
La interrogaba con su mirada. Era casi como si le hablase.
¿Por qué?
En ese momento, a ella la asaltaba otra pregunta, aún más preocupante que esa.
¿Qué clase de vida le esperaba sin sueños?

Monstruos

Aquí, hablo de la crueldad y el amor. De su facilidad.

Una vez, encontró un espejo. No sabía cómo había llegado allí, pero le gustó.
Era enorme, con un marco negro decorado con motivos florales, y unas letras plateadas en un idioma que ella no entendía.
Lo arrastró como pudo al fondo de la laguna, y allí, se contempló.
Tenía el pelo verde, largo y ondulado, con brillos húmedos, y tacto similar al de las algas. La parte de los ojos que debería ser blanca, era negra, y sus iris eran de un tono ámbar surcado por estrías blancas.
Su piel, de un tono azulado, era suave y delicada. Sus rasgos, finos y afilados. Su desnudez le pareció sensual. Sus manos, palmeadas, extrañamente apropiadas.
Todas las noches, salía a la superficie a buscar cosas que los humanos olvidaban en la orilla.
Al amanecer, volvía a las profundidades del enorme lago, y se quedaba allí, contemplando su tesoro. En especial, aquel espejo de marco negro.
Su pieza más preciada.
Una noche, oyó ruidos mientras buscaba en la arena, y se deslizó bajo el agua con suavidad, en silencio.
Observó a un humano delgado, pálido, y con parte del rostro oculto bajo un mechón de pelo sentarse junto al agua, muy cerca de ella, y abrazarse a sus rodillas, llorando.
Pudo percibir que era un hombre, y que estaba tremendamente triste.
Ella no se movió, consciente de que la más ligera ondulación en el agua podría llamar su atención y hacer que la descubriera.
Mientras la noche avanzaba, él seguía sollozando, convulsionado por el dolor.
La luna iluminó la orilla, y la blanca arena no se distinguió del brillante agua por un momento, dando la sensación de que aquella figura, delineada por un resplandor plateado, lloraba desconsolada en un desierto de cristal.
Ella abrió mucho los ojos, cautivada por aquella imagen.
Cuando comenzaba a amanecer, él se marchó, secándose las lágrimas, y ella volvió al interior del lago, con el corazón temblándole con violencia. Se recostó sobre su espejo en su guarida, y se quedó acariciando los dedos de su reflejo, pensando en la figura de aquel joven martirizado por algún sentimiento atroz.
La noche siguiente, se acercó a la misma zona del límite de la laguna, y volvió a verle. Allí estaba, esta vez acostado en posición fetal, con la mejilla apoyada en su mano izquierda, mirando el infinito.
Innumerables noches ella fue al mismo sitio, y lo veía cada noche, derramando interminables lágrimas sobre la arena.
Finalmente, decidió acercarse.
- ¿Por qué lloras? - preguntó en voz baja, susurrante. Él levantó la cabeza y miró a su alrededor, confuso, sin poder ubicar el origen de la voz que le hablaba.
- ¿Quién está ahí? - inquirió secándose las lágrimas con rapidez en las mangas de su chaleco.
- Llevo observándote muchas lunas, y siempre vienes aquí a llorar - declaró ella aún sin mostrarse abiertamente. Él se detuvo mientras se levantaba, y volvió a sentarse, con expresión abatida.
- ...¿alguna vez te han roto el corazón? - dijo con voz ahogada y ronca. Ella entornó los ojos, empezando a comprender.
- No.
- Entonces no puedes imaginarte siquiera lo que es ver a la persona que amas en los brazos de la persona equivocada cada noche - su rostro reflejó un dolor que iba más allá de lo que ella creía que existía - Aunque sepas que vuestro amor es imposible, que va contra la naturaleza... "que no está bien visto"... - esto último lo dijo con una extraña voz nasal, y se miró los zapatos - Por el amor de dios, ¿quién está ahí?¿quién me ha contemplado estos meses de dolor y me ha acompañado en mi llanto sin yo saberlo?
- Yo - respondió ella saliendo del agua y mostrándose ante él, desnuda. Al girar el cuello, el se quedó boquiabierto, y se levantó de un salto, mirándola con una mueca de incredulidad.
- Eres... eres...
- Soy una ninfa - contestó ella tendiéndole su mano, dispuesta a consolarle. Su historia, en parte incomprensible, había enternecido su alma de un modo que no creía posible, y, sin ningún motivo en particular, deseaba ayudarle, estar con él, abrazarle y apoyarle en todo cuanto pudiera.
- ¡Un monstruo! - chilló él con voz aguda, dándole la espalda y echando a correr.
Por un instante, ella tuvo la extraña sensación de que el cielo se le caía encima, y cayó sobre el agua, con los ojos entrecerrados y los labios entreabiertos, suspirando, con el corazón latiéndole apenas, medio muerto.
Fue mecida por el tenue oleaje, y se dejó llevar por las aguas del que había sido su hogar durante siglos.
Llegó hasta su guarida, y se apoyó sobre su espejo.
Unas extrañas burbujas se arremolinaban en torno a sus ojos, saliendo de sus lacrimales y dejándole un inusual picor en la retina.
Al mirar su reflejo, se vio distinta.
Su piel estaba gris. Su esplendoroso cabello, mustio. Sus ojos... muertos.
Frunció el ceño, y se llevó las manos al corazón, cerrando los párpados y notando que algo en su interior se rompía con brusquedad, como si una pieza de cristal hubiera caído al suelo.
Cuando volvió a mirar su reflejo, lo odió.
"Un monstruo".
Empuñó un garrote, una pieza de su colección, y, emitiendo un grito desgarrado de furia y dolor, destrozó el espejo.
Los pedazos de reflejo flotaron a su alrededor tras estallar con un sonido sordo, amortiguado por el agua.
Revolotearon con lentitud, y acabaron posándose en el suelo, algunos bocarriba y otros bocabajo.
Ella soltó el garrote, y se arrodilló sobre los restos del mutilado espejo, sin importarle los profundos cortes que se abrían en su piel.
Con sólo unas palabras, aquel joven había destrozado su perfecto y aislado mundo. Se lo había arrebatado de cuajo, como su corazón.
¿Quién era el verdadero monstruo?