18/11/10

EDAD: 10 AÑOS

-Tienes que dejar de meterte en peleas, Salva – suspiró la señorita Carmen tras la enfermera, que le curaba en ese momento la rodilla despellejada.
-¡Si yo no he empezado! - se defendió el maltrecho chico, que sólo veía por un ojo ya que el otro estaba hinchado y cogiendo un feo color azul, con una voz nasal debido a los pañuelos que poco a poco frenaban la hemorragia.
-Carlos y Rubén dicen que estaban jugando con Laura cuando tú llegaste y les pegaste.
-¡Mentira!¡Se estaban metiendo con ella, yo iba a salvarla! - gruñó, enrojeciendo de rabia - ¡Empezaron ellos!
-Entonces, ¿por qué ella dice que tú les pegaste primero?
El niño calló, avergonzado, pero aún sin ceder un ápice por la furia y el sentimiento de traición que le acababa de morder el pecho.
-Tienes que portarte bien, Salva. ¿Qué dirán tus padres?
Él miró por la ventana, decidido a no derramar ni una lágrima. Su profesora volvió a suspirar.
-Esto ya está – dijo la enfermera – No te pasará nada. ¿Quieres un caramelo?
-No – dijeron a la vez maestra y alumno. Carmen lo observó con fijeza, pero él no se dignó a devolverle la mirada – No hay caramelos para los niños que se portan mal. Esperará aquí hasta que lleguen sus padres.
Abandonó la habitación, y la enfermera se sentó en su escritorio, mirando unos papeles.
Salvador continuó con gesto hosco mucho rato más, acusando con sus ojos de niño a todo el mundo, hasta que se le cansaron, débiles y doloridos de intentar abarcar la recriminación en su mirada, y lloró de impotencia, por ser tan pequeño y sentirse tan solo.
Llegó Laura, y se fue, sin conseguir que la mirase ni respondiese una vez siquiera. Ella era la culpable, la mentirosa, la traidora.
Su madre, que había ido a recogerle, le regañó y gritó, pero él clavó la vista en sus zapatos, capeando inmutable el aluvión, y con una gran herida abriéndose con lentitud dentro de él, pero se negó a llorar por ella.
Sólo volvió a derramar lágrimas a oscuras en su habitación, esa noche, en silencio, apretando los dientes y hundiendo el rostro y las uñas en la almohada, pensando en susurros y sollozos.
-Es injusto.