26/11/08

Volvámonos típicos

¿Me contarías la verdad si te hiciese una pregunta sobre tus sentimientos?¿Me la contarías si te pidiese qué ves en los dibujos del humo que expulsas mientras das bocanadas con sabor a alquitrán?
¿O me contarías una historia?¿Un relato desgarrador sobre un alma atormentada?
Cuando podías hablar libremente conmigo, atribulada pero indiferente, emocionada aunque imposible, resultabas mucho más interesante.


Y, aún así... aunque considero que las conversaciones reflexivas son algo primordial para una comunicación interesante, paradójicamente, siempre parecen sobrar contigo. Como si malgastase ya no sólo la saliva, sino las palabras en general. ¿Es malo creer que un boli y un papel pueden llegar a ser más importantes que lo demás... y traicionarlo todo por un te quiero efímero, robado a traición, amparado por el cielo nocturno?


Quizá sea simplemente que de verdad te quiero demasiado.

Porque una mirada tuya es casi tan placentera como el trance que se apodera de mí al inspirarme. Porque me entiendes. Porque, al fin y al cabo... sigo malgastando palabras.

Te quiero, escritura.

Duplicidad

Alzó la vista, inhalando ese aire grisáceo y resplandeciente. Se vio a sí mismo, reflejado a la inversa, decenas de metros más arriba. Haces de luces de colores le rodeaban, pero él había elegido detenerse bajo el cristal más frío de la vidriera.
A su alrededor, la gente iba pasando casi sin detenerse, echando fotos y dedicando apenas un vistazo a los coloridos ventanales y las descoloridas esculturas.
Una imagen vale más que mil palabras, y parecía que, en las iglesias, se le daba sentido a esa frase. Sonrió con sorna. Ni siquiera los curas se fiaban tanto como hacían creer de sus supuestas sagradas escrituras.
Dirigió su mirada al recargado altar y a la cruz de madera, examinando con un vivo interés pintado en el rostro el icono más idolatrado de todos los tiempos, tan simple, tan... falso.
Las cruces romanas tenían forma de equis, y los clavos deberían estar en las muñecas. Jesucristo debería tener rasgos menos occidentales, y los espinos que le coronaban deberían ser mucho más largos.
Debería, debería... debería salir de allí cuanto antes, antes de gritar de frustración por tanto arte y talento desperdiciados en una creencia absurda.
¡Ah!, los mitos... claro, la mitología siempre había sido más interesante de retratar que la realidad. Se le olvidaba. Claro que los verdaderos genios preferían usar la imaginación.
Enfiló una galería de finas columnas que se cruzaban en el techo, estudiando con detenimiento los pilares maestros del edificio.
Los delgados pilares eran un reflejo eufemístico de los que sostenían, a duras penas, una fe cada vez más y más desesperada.
"Creer en algo ciegamente sin tener muestras de que sea real, o exista siquiera". "Créenos, aunque sea imposible". "Créenos contra toda lógica".
"Te estamos mintiendo".
Se detuvo bajo el arco de medio punto de la salida, y dedicó una última ojeada al interior. Las etéreas luces que brillaban con reverberaciones irisadas daban paso a una iluminación difuminada gris pálida que acababa hundiéndose en oscuras y frías sombras. Volvió a sonreír.
Qué ironía. Incluso en sus edificios advertían de la duplicidad de sus intenciones.

18/11/08

Mirada sociológica (sobre la superficialidad)

Hay un viejo, sentado frente a mí, que hace lo mismo que yo.
Observa a la gente.
Su actitud es, en apariencia, apática e indiferente. Despreocupada. Pero sus ojos van saltando de arriba abajo sobre los cuerpos de los transeúntes que pasan delante de su banco, con un frío brillo calculador tras los cristales de unas gafas de montura negra.
Sé que está fijándose en detalles que podrían pasar desapercibidos si no se mira con esa minuciosidad objetiva tan propia de, por ejemplo, Sherlock Holmes.
Una mancha de tinta en una manga, un pequeño descosido en el hombro de una chaqueta, unos gastados zapatos, un color de uñas anormal, una forma de andar desgarbada, una mirada perdida, otra encontrada, un tic en el codo, un escalofrío...
Parece ir archivando y clasificándolo todo en su memoria, y siempre, tras recorrer con la mirada todo posible dato revelador, da un cabeceo de asentimiento, como confirmando algo que sólo él parece percibir.
Esa actitud, de método científico, me hace fijarme aún más en él. Sus deportivas, gastada por el uso y sin ningún logo visible. Sus gruesos calcetines grises. Sus manos, delicadas y demasiado jóvenes. Su rostro, marcado por arrugas de preocupación en los ojos y de felicidad en la comisura de los labios. Su pelo, alborotado pero limpio. Sus vaqueros con múltiples descosidos. Su jersey, rojo sangre, recién estrenado. Su profunda e insondable mirada azul.
Supongo que anda mucho, y que prefiere la comodidad ante el estilo. Que no ha hecho muchos trabajos que requieriesen el uso de las manos. Que ha vivido muchas experiencias, buenas y malas. Que hace tiempo tuvo el pelo largo, ya que sabe cuidárselo. Que prefiere los vaqueros a la moda, anchos y con heridas abiertas para que el aire llegue a sus piernas. Que tiene algún trabajo estable que le permite renovar su vestuario en invierno. Que ha perdido más cosas de las que ha ganado...
Doy un cabeceo de asentimiento, archivando y clasificándolo todo en mi memoria, y aparto la vista, buscando otra persona que analizar.

17/11/08

Despertar II

Un techo de madera a dos aguas era todo lo que acertaba a ver cuando despertó. El resto de la sala, abandonada tiempo atrás, estaba cubierta de sombras seculares y polvo ancestral, poblada únicamente por el olvido... y él.
Se incorporó en su ataúd, y miró a su alrededor con lentitud macabra. En su mente resplandeció por un instante una palabra... no... un nombre. Era su nombre. Pero, antes de que acertase a decirlo en voz alta, una garra de oscuridad apagó su aún adormecida conciencia.
- Ahora eres mío - declaró una figura innominada desde su lóbrego inconsciente - Despierta... ven a mí...
Su apergaminada piel se resquebrajó sobre sus marchitos músculos al arrastrarse fuera del que se suponía iba a ser su lecho eterno, y sus huesos crujieron al darse contra el suelo, levantando una nube de polvo alrededor de su grisácea silueta, mimetizada con el incierto ambiente.
Sus tendones daban latigazos al ser reutilizados tras siglos de inmovilidad, y su único ojo, sin color y con una ínfima pupila girando enloquecida, descubría de nuevo el mundo.
"Ven a mí..."
Se puso de pie. Sus calzas de deslizaron sobre sus consumidas piernas, posándose con suavidad en la madera, y andó con renqueante paso hacia la oxidada puerta de la cripta.
Sus células se regeneraban a frenética velocidad, reformando sus órganos y tejidos. Los más necesarios para empezar.
Al posar sus manos en el metal, vio latir las venas en el dorso. Empujó, y, con un horrible chirrido que se le antojó el graznido de una fatídica ave, destrozó en mil pedazos la quietud de la noche.
La pálida luz lunar bañaba el cementerio. La tierra se estremecía, y las lápidas chasqueaban con sonoridad, rotas como antiguos sellos por miembros esqueléticos sobre los que la piel se agarraba y reproducía cual telaraña de algún laborioso arácnido.
Inhaló una bocanada de aire, por primera vez en tanto tiempo que había olvidado cuándo lo hizo por última, y sintió un frío invernal atenazar sus pulmones.
"Ven a mí..."
Se encaminó hacia la figura innominada que lo llamaba desde su subconsciente.
Le seguían otros cuerpos demacrados, pero no les prestó mayor atención que la que le otorgaría a un insecto.
Una raída camisa aleteaba sobre su pecho, sacudida por un viento que él aún era incapaz de sentir.
Pronto, otra sensación ya olvidada acudió a él. Una necesidad primaria, reavivada por su milagrosa regeneración.
En su deambular siguiendo una orden invisible, vio luces. Siluetas de casas, y gimió con desesperación.
No tendría fuerzas para llegar a su destino si no se alimentaba.

12/11/08

Inocencia

Una mirada de reojo, dirigida desde la planta baja, ha provocado en mí una sonrisa sin darme cuenta. No sabía que aún había gente capaz de sonrojarse de un modo tan encantador cuando les descubren observando a otra persona.
Esa inocencia, que yo ya daba por olvidada en los albores del descaro y la desvergüenza contemporáneas, me hizo sonreír y, a la vez, plantearme muchas cosas.
Recapitulando, yo mismo he perdido esa pureza, parece que mi fisiología es incapaz de hacer fluir la sangre a mis mejillas cuando una mujer (perdí hace tiempo el gusto por las "chicas") me sorprende contemplándola. Y, ¿cuánta gente es ya capaz siquiera de recordar lo perturbador que nos resultaba que algún adulto nos "pillase" en una falta, a veces imaginada por nosotros mismos?
La "decencia" de sonrojarse aún no es del todo desconocida, al parecer. Tampoco pretendo sugerir que sea indecente no hacerlo.
Y es que me llamó tanto la atención que yo mismo me convertí en observador silencioso, esperando casi un vistazo fugaz en el resquicio de sus ojos para ser yo el que apartase la vista, azorado y con el rostro rojo.
Qué curioso es que encuentre placer en una actividad, en principio, tan absurda, ¿no?
Para cuando ese efímero contacto visual tuvo lugar, se me olvidó sonrojarme, y sólo provoqué que ella apartase la vista, de nuevo con un tierno gesto que para otros podría resultar infantil, pero que para mí resultó cautivador.
No volví a verla, sin embargo, y no pude decírselo.
Ah, la inocencia... dulce dama de nuestra infancia... ¿cómo te recuperaremos?

7/11/08

Despertar

La luz dorada del atardecer bañaba el lago, seguramente, y hacía brillar los picos nevados de las montañas cercanas.
Daba un aspecto etéreo a las copas de los árboles, y un ambiente de cuento de hadas al prado de hierba alta, sazonado con retazos de flores en esquinas insospechadas.
Probablemente, hacía que la diminuta cabaña adquiriese cierto aire melancólico y rústico.
Cuando abrí los ojos, era muy distinto.
La oscuridad tiñó de negro la pulida y cristalina superficie del agua, convirtió el bosque en un lugar aterrador, y otorgó a la hermosa pradera una paz ilusoria, la típica calma en las películas de terror que precede al susto…
La noche transformó mi “morada” en una imagen lóbrega y tenebrosa.
Y mi aliento contribuyó a erizarle el vello a todo ser que estuviese cerca.
No tardé en oír los latidos de las diminutas criaturas del bosque, ni en sentir ese vacío en mi mente… no, vacío no… ese muro
En mi corazón.
Jadeé, consciente de que debido a su decisión de impedir mi entrada en su alma, ella no había oído mis pensamientos, que fluían libres por el mundo, por la mente de toda nuestra raza, durante mi sueño…
También sentí sed.
Y mi instinto superó momentáneamente al dolor, casi físico, que atenazaba mi espíritu.
Descendí del techo. Abrí la puerta con lentitud… contemplé el ahora lúgubre y frío paisaje, que podría resultar romántico de no ser por ese silbido, apenas perceptible, del viento. Mi ahogada respiración, que escapaba poco a poco de mis pulmones y acariciaba con gélido abrazo mi nuevo hogar.
No me detuve a contemplar sus encantos, ni exploré sus rincones.
Como ya he dicho, tenía sed.
Así que salí de caza.

6/11/08

Afortunadamente

Afortunadamente, la rutina existe.
¿Qué, si no, iba a proporcionarnos la seguridad de saber exactamente dónde estaremos mañana?
Recuerdo haberla visto siempre como una prisión, ideada por mentes retorcidas para convertirme en reo de mi propia existencia.
¡Falso!
¿Qué clase de prisión permitiría al recluido caminar por las calles y respirar aire fresco, como cualquier otro?
También encuentro en mi memoria, dispersos, fragmentos de una idea o teoría relacionada con el hastío, sempiterna muerte de todo ego que se precie.
¡Falso!
¿Qué celda? Oh, dime, ¿qué celda encuentras, en cualquier lugar, que dé más control y fuerza a una personalidad reflexiva?
Además, pensaba de la monotonía que era una vil traición, colocada ante nuestros ojos sólo para aquellos avariciosos con afán de controlar el tiempo, y el cambio.
¡Falso!
¿Qué barrotes no impedirían al prisionero la ilusión siquiera de control sobre su vida?
¡Falso!¡Todo es falso!
Maldita sea, sé dónde estaré mañana a esta misma hora, y eso me hace suspirar con alivio, pues aquellos que eligen qué hacer sobre la marcha no pueden decir lo mismo; sé que no soy prisionero, a pesar de que el mismísimo Pitágoras viese el cuerpo como cadenas que atan el alma al mundo, ya que camino por donde quiero para volver al trabajo, no como aquellos, tan cegados por paredes de su propia improvisación, que a veces ni caminan, ni respiran; sé que la calma y certidumbre de un horario no me aburren, que dan fuerzas y estructura a mi mente, y la educan, no como esos pobres diablos que a veces se cansan hasta de sí mismos; sé qué hora es, y qué tengo que hacer a la hora siguiente, no me es necesario complicarme preocupado por la incertidumbre, la de los que ni siquiera miran el reloj.
Oh, sé muy bien todo eso. Lo he aprehendido a través de la costumbre.
Y sólo me preocupo de comprobar la hora para no llegar tarde...
Oh, sí... afortunadamente... la rutina existe.

5/11/08

No sé qué hago aquí

Le sonrió, con esa frase irónica escondida en la comisura de los labios, y esa burla implícita en la mirada.
Entrecerró los ojos y suspiró, resignado, a la vez que sus hombros se hundían levemente. Alargó la mano y la acercó cogiéndola de la muñeca. Ella no se resistió, aún mirándole con el mismo gesto pícaro del que se divierte dejando entrever un secreto que no va a revelar por el puro placer de jugar con otra persona.
La atrajo más hacia sí, abrazando su cintura, y sintió sus manos en su nuca, invitándole a continuar.
Esa media sonrisa sarcástica...
No supo, ni quiso saber tiempo después, si ella realmente conocía ese secreto con el que le había manipulado. A la mañana siguiente, la caricia de una brisa matinal era su única compañía.
No la conocía de nada cuando la encontró la noche anterior, sola, en la barra de un bar innominado.
Seguía sin conocerla ni siquiera un ápice más aún después de pasar tres horas charlando, y seguía sin saber nada de ella al despertar y descubrir que había abandonado el apartamento.
No supo, ni quiso saber tiempo después, quién era. A la mañana siguiente, las caras conocidas de siempre en el trabajo le ignoraron como de costumbre.
Al atardecer, camino de su casa, la vio de nuevo en un parque que solía cruzar yendo a la estación, pero no dio signos de haberla reconocido, ya que ella estaba ensimismada, leyendo un libro cuyo título fue incapaz de ver, sentada en un banco con un cartel de "recién pintado"; él seguía encontrándolo oxidado y sucio, pero no hizo ningún comentario.
Sintió unos ojos clavados en su nuca, y, al girarse, la vio caminando en la dirección contraria, con el libro cerrado en una mano y el cartel de "recién pintado" en la otra.
No supo, ni quiso saber tiempo después, si le había estado esperando allí sentada. No recordaba si habían hablado de su trabajo, o de si cruzaba por aquel parque a menudo. Tampoco recordaba si ella había mencionado ir allí.
En realidad, no recordaba mucho de aquella noche que pasó con ella. No fue una noche tan memorable...
No, desde luego que no. Incluso las había tenido mejores.
Probablemente.