17/11/08

Despertar II

Un techo de madera a dos aguas era todo lo que acertaba a ver cuando despertó. El resto de la sala, abandonada tiempo atrás, estaba cubierta de sombras seculares y polvo ancestral, poblada únicamente por el olvido... y él.
Se incorporó en su ataúd, y miró a su alrededor con lentitud macabra. En su mente resplandeció por un instante una palabra... no... un nombre. Era su nombre. Pero, antes de que acertase a decirlo en voz alta, una garra de oscuridad apagó su aún adormecida conciencia.
- Ahora eres mío - declaró una figura innominada desde su lóbrego inconsciente - Despierta... ven a mí...
Su apergaminada piel se resquebrajó sobre sus marchitos músculos al arrastrarse fuera del que se suponía iba a ser su lecho eterno, y sus huesos crujieron al darse contra el suelo, levantando una nube de polvo alrededor de su grisácea silueta, mimetizada con el incierto ambiente.
Sus tendones daban latigazos al ser reutilizados tras siglos de inmovilidad, y su único ojo, sin color y con una ínfima pupila girando enloquecida, descubría de nuevo el mundo.
"Ven a mí..."
Se puso de pie. Sus calzas de deslizaron sobre sus consumidas piernas, posándose con suavidad en la madera, y andó con renqueante paso hacia la oxidada puerta de la cripta.
Sus células se regeneraban a frenética velocidad, reformando sus órganos y tejidos. Los más necesarios para empezar.
Al posar sus manos en el metal, vio latir las venas en el dorso. Empujó, y, con un horrible chirrido que se le antojó el graznido de una fatídica ave, destrozó en mil pedazos la quietud de la noche.
La pálida luz lunar bañaba el cementerio. La tierra se estremecía, y las lápidas chasqueaban con sonoridad, rotas como antiguos sellos por miembros esqueléticos sobre los que la piel se agarraba y reproducía cual telaraña de algún laborioso arácnido.
Inhaló una bocanada de aire, por primera vez en tanto tiempo que había olvidado cuándo lo hizo por última, y sintió un frío invernal atenazar sus pulmones.
"Ven a mí..."
Se encaminó hacia la figura innominada que lo llamaba desde su subconsciente.
Le seguían otros cuerpos demacrados, pero no les prestó mayor atención que la que le otorgaría a un insecto.
Una raída camisa aleteaba sobre su pecho, sacudida por un viento que él aún era incapaz de sentir.
Pronto, otra sensación ya olvidada acudió a él. Una necesidad primaria, reavivada por su milagrosa regeneración.
En su deambular siguiendo una orden invisible, vio luces. Siluetas de casas, y gimió con desesperación.
No tendría fuerzas para llegar a su destino si no se alimentaba.

1 comentario:

Gaia Moridin dijo...

¿De veras quieres saberlo? ...de compañía...