27/4/09

El Vagabundo Anónimo

Guardó con delicadeza el destrozado cuaderno en la no menos ajada mochila, con las esquinas descosidas y el negro teñido de gris por los años, como su melena.

Se colocó bien las gafas, con cuidado de no despegar el precario celofán que sostenía una de las patillas. Y después se mesó la barba, la parte de su cuerpo que tenía menos canas. En la gorra sólo había unos treinta céntimos, después de pasarse toda la mañana leyendo poemas. Claro que no mucha gente allí, en el pueblecito costero de Wissant, al norte de Francia, entendía lo que chapurreaba aquel zarrapastroso individuo más allá de reconocer el español. A mí mismo me sorprendió escucharlo de pronto, allí en mitad de la Place de la Mairie, con esa voz profunda y rasgada por el alcohol, recitando con la maestría del que sabe lo que se hace muy bien.

Metió sus ganancias en un bolsillo de los rotos vaqueros que llevaba, y se caló la gorra, sacándose de repente un paquete de tabaco de la chaqueta y encendiéndose un cigarillo en lo que pareció un mismo movimiento. Tampoco pude verle guardarse el paquete.

Me acerqué a él, intrigado.

- Disculpe... - enarcó mucho las cejas.

- ¡ESPAÑOL! - exclamó abriendo mucho los brazos, como si fuese a estrecharme entre ellos. Me sobresalté, no sé si por el grito o por un gesto de entusiasmo tan hiperbólico, pero él me ahorró el bochorno de declinar su abrazo al dejar caer las manos, aún sonriente - Te invito a una cerveza.

Y, sin poder decirle nada, me dejé guiar hasta un bar a un lado de la plaza, cerca del ayuntamiento, mientras él hablaba de lo mucho que había extrañado Cádiz y Barcelona y Salamanca, y que hacía ya nueve años que no volvía por allí.

- Deux bières - pidió en cuanto se acodó en la barra. Dominaba bien el francés, pude comprobar, apenas se le notaba el acento. El camarero lo miró con aire extrañado, no supe si bien por su aspecto o por ese desparpajo natural que parecía exudar por todos sus poros. El hombre, que debió haber sido corpulento, aunque ahora tuviese la cara chupada y se le notase la delgadez bajo las ropas, sonreía, y se le formaba un hoyuelo en la mejilla izquierda. Sólo en la izquierda, extraño que me percatase de un detalle así. De ojos marrones y melena negra desgreñada, parecía un oso en mal momento - ¡Bien, bien!¿Cómo te llamas, amigo?

- Luis - con la cerveza, me refresqué la garganta, dispuesto a interrogarle sobre lo que había leído en la plaza. Tengo cierto interés en la literatura, ya saben, por mi trabajo, y me resultaba fascinante y del todo desconocida su lectura.

- Luis, Luis... ¿y a qué te dedicas, Luis?¿Qué haces en el culo de Francia? - su sonrisa era fiera, aunque amistosa. No tenía los dientes picados, ni le faltaba ninguno que yo viese. Fue una observación hecha desde el prejuicio, y después me sentí mal por ello.

- Pues soy periodista - respondí. Decidí especificar - Crítico literario, para ser sincero, y me... - me interrumpieron sus carcajadas. Vi que, entre risa y risa, pedía otra cerveza, y se me desorbitó la mirada al advertir que el primer vaso apenas tenía una fina capa de espuma en el fondo.

- ¿Crítico literario?¡Qué casualidad! Sí, desde luego que sí - su sonrisa era aún más abierta que antes, si cabía - Pero eso sigue sin explicar qué hace un español en el culo de Francia. No suelen venir aquí muchos turistas, no hay tanto que ver.

- En realidad venía para conocer a un escritor que, según me han informado, actualmente se encuentra en esta ciudad - respondí con cierta acritud. Me había costado mucho tiempo y dinero enterarme de dónde se escondía Hackford, y no me hacía mucha gracia compartir información que tanto me había esforzado en adquirir. Para evitar más preguntas incómodas, decidí ir al grano - ¿De quién era eso que leías ahí afuera? No me sonaba en absoluto, y no parecía una traducción.

- Era mío - respondió, aún con esa sonrisa de regocijo, y pidiendo otra cerveza. Dios, ¿cómo podía beber tan rápido?

- Tuyo... ¿tuyo? Pero... ¿cómo?

- Es una afición que tengo, me gusta escribir de vez en cuando y leérselo en voz alta a gente que no pueda entenderlo - vi que su sonrisa había menguado ligeramente - Así tengo por seguro que sus opiniones provienen de la más absoluta ignorancia e indiferencia, y del azar - debí fruncir el ceño o algo, ya que su expresión se volvió didáctica (si es que un rostro puede mostrar esa expresión) y comenzó a dar explicaciones - Alguien que esté contento, dirá que le ha gustado mucho. Alguien que esté triste, dirá que le ha parecido triste. Alguien cabrón dirá que no le ha gustado. Alguien cabreado que...

- Ya entiendo lo que quieres decir - le corté, terminándome mi primer vaso y pidiendo otra, tras lo que vi... ¡cuatro vasos vacíos!¡Y otro en su mano! - Pero me cuesta creer que algo así lo hayas escrito tú. Verás, soy crítico literario y...

- Eso ya lo has dicho - me respondió haciendo un aspaviento con la mano - No me interesa lo más mínimo. Ni tu trabajo ni tu opinión sobre cómo escribo - sonrió de nuevo - Quiero pasar un buen rato hablando con alguien en español, si no te importa.

Me tragué con la saliva las ansias de seguir preguntando, de inquirir (porque estaba seguro de que él no había escrito esos versos) y encontrarme con un escritor revelación.

Mis dos cervezas se convirtieron en seis vasos vacíos, y, junto a su codo, acabó apilada la nada desdeñable suma de catorce. Me preguntó sobre cosas de todo tipo; sobre cómo había cambiado la televisión en los últimos años, sobre quién gobernaba en ese momento, cómo iba la economía, qué grupos de rock estaban más de moda (no me interesa en especial el rock'n'roll, pero recuerdo mencionarle un nombre de pasada y verle llorar de alegría; pagaría por saber qué nombre era)... También me preguntó sobre mí, sobre mi trayectoria profesional y mi vida.

A cambio, me habló de sus viajes. Tenía cuarenta y ocho años, al parecer lamentaba mucho haber roto cierta promesa con una antigua amiga. De esos cuarenta y ocho, veintitrés los había pasado fuera de España, algunos trabajando, y otros, simplemente, errando de pueblo en pueblo, leyendo en voz alta sus relatos y poemas.

Cuanto más hablaba con él, más me sorprendía. Era un hombre muy culto, aunque desgarbado. Sus modales dejaban bastante que desear, y sus carcajadas, roncas y graves, eran irritantes. No le molestó hablar sobre mi opinión respecto a textos más antiguos que los suyos, y he de admitir que me dejaron boquiabierto sus conocimientos sobre literatura. Más aún cuando me habló de la cultura japonesa, y me confesó que siempre había soñado con ir a Japón.

A lo largo de la tarde, una sospecha iba fraguándose en mi interior. Cuando anochecía y nos íbamos, yo a mi hotel y él a nosédónde, se lo pregunté directamente.

- ¿Eres Hackford? - una extraña mezcla de ilusión y decepción se debatían en mi interior. Desde luego, aquel vagabundo había demostrado ser mucho más de lo que aparentaba en un principio, pero mi escritor favorito se me había antojado siempre un hombre mucho más... rico, para empezar y por lógica, y refinado, por su rectitud y dominio del estilo al escribir. Abrió mucho los ojos en un gesto que para nada podía ser ensayado o fingido, y se rió a carcajadas.

- No, amigo, no soy tu escritor - de nuevo esa sonrisa salvaje. En sus ojos se adivinaba incluso cierto brillo de locura - Pero le diré que lo buscas, si lo encuentro.

Cuando nos separamos, me sentí extrañamente bien. Contento, de algún modo, de haber conocido a una persona tan indudablemente especial. Incluso empezaba a creerme que él había escrito esa poesía que recitaba en la Plaza del Ayuntamiento... Llegué a mi hotel como pude, consciente de pronto de las seis cervezas que había tomado sin apenas almorzar, y me tumbé en la cama sin desvestirme ni cenar, agotado. Flotó por mi consciencia el reproche por no haberle preguntado su nombre al vagabundo, al final...

Al día siguiente, en el diario de Wissant, lo vi de nuevo. Su foto sobre un artículo rocambolesco y macabro.

Lo habían encontrado desnudo en una fuente, a medianoche, toda su ropa doblada cuidadosamente en el borde de cemento, junto con su mochila. Tenía las muñecas cortadas. En el agua flotaban un paquete de tabaco vacío, seis colillas y dos botellines de cerveza.

Mi búsqueda en Wissant no me llevó a ninguna parte. Tampoco me esforcé demasiado, después de aquello que pasó con el vagabundo anónimo.

Así decidí llamarlo a partir de entonces, El Vagabundo Anónimo. Tengo la impresión de que a él le gustaría, que sonreiría con esa mirada fiera y estallaría en carcajadas, bebiéndose la cerveza de un trago.

Recuerdo a menudo cómo el último verso de aquel poema me hizo soltar el aire que había contenido todo el rato, mientras le escuchaba recitarlo con voz susurrante y sugerente, algo inaudito en un hombre.

"No me sale eso de vivir".

Hace ya dos años de esto.

Hackford no ha vuelo a publicar.

Pero aquella sorpresa, y aquella risa, no podían haber sido fingidas. Para nada.

Chasing cars



We'll do it all
Everything
On our own

We don't need
Anything
Or anyone

If I lay here
If I just lay here
Would you lay with me and just forget the world?

I don't quite know
How to say
How I feel

Those three words
Are said too much
They're not enough

If I lay here
If I just lay here
Would you lay with me and just forget the world?

Forget what we're told
Before we get too old
Show me a garden that's bursting into life

Let's waste time
Chasing cars
Around our heads

I need your grace
To remind me
To find my own

If I lay here
If I just lay here
Would you lay with me and just forget the world?

Forget what we're told
Before we get too old
Show me a garden that's bursting into life

All that I am
All that I ever was
Is here in your perfect eyes, they're all I can see

I don't know where
Confused about how it's wrong
Just know that these things will never change for us at all

If I lay here
If I just lay here
Would you lay with me and just forget the world?



Todo siempre tiene que tratar sobre sentirse solo entre una multitud. Todos siempre tienen que pensar que son más especiales que nadie, y que sólo puede haber una persona que les entienda, y que nadie más les va a hacer sentirse bien consigo mismos nunca más. Todos tienen que mirar a su alrededor y ver gris uniforme, y quieren evadirse, y todos quieren ignorar el mundo. Y se cabrean, y se imaginan como el típico cantante de pop/rock americano, andando mientras toda la calle se mueve a cámara rápida, cantando canciones cuando ni siquiera saben cantar ni entonar, y son incapaces de escribir nada que tenga ni la mitad de sentimiento que un poema sobre, pongamos, una ciudad, o geometría.

Se leen un par de libros que se cuentan entre los best-sellers (que, por cierto, son de los peores casi siempre) y ya creen ser cultos. Dan ropa vieja cuando hay una colecta y se creen humanitarios, caritativos. Ni siquiera saben si el vidrio va al cubo verde o al amarillo.

¿Qué hay de malo en ser uno más?¿Tanta necesidad tiene la gente de sentirse especial?¿Tan faltos de cariños estamos todos, a estas alturas?¿Siete mil millones de habitantes, y nos sentimos solos?¿Quién coño nos creemos que somos?

Despertar con las piernas débiles, bajar titubeando de la cama y encaminarse descalzo a la calle, a buscar hombres con traje gris para preguntarles si se sienten alienados, si creen que tienen prisa y siguen sin saber adónde van, preguntarles si son felices, preguntarles si han conseguido las respuestas a alguna duda existencial que nos corroa...

Descubrir que incluso esos autómatas, esas marionetas que criticábamos, son más felices que nosotros... ¿para esto n/os sirve sentirnos diferentes, especiales... superiores? Porque, no os engañéis, eso de creeros diferentes, a todos vosotros, os provoca la excitación del poder, de pensar que sois superiores a alguien. A tantos.

O somos.

Me pasé cuatro años en el instituto queriendo ser uno más, y luego he malgastado otros tantos queriendo ser alguien que contase. Y si dijese que a partir de ahora voy a cambiar, que voy a ser yo mismo y que les den a todos los que intenten encasillarme... no estoy seguro de poder decir con sinceridad que no mentiría. Cambiar no es tan fácil. Lo he intentado. He conseguido algunos logros (nada demasiado relevante, en realidad).

Y al final me pregunto si realmente merece la pena cualquier esfuerzo. Si no será mejor ser un ermitaño y gritar a cualquiera que se acerque a mí "¡¡FUERA DE MI BOSQUE!!". La sociedad es complicada, y no me llama la atención, pero resulta que tenemos que aprender a "convivir", ya ves tú, a quién se le ocurriría esa magnífica idea.

¿Y sigo intentando ser original con todo esto?¿O intento ser coherente, lógico? Con lo que a mí me gustan las absurdeces irracionales...

Pues yo quiero que la gente me entienda. Y quiero entender a la gente. Y no quiero quedarme con una persona. QUIERO, ME ENCANTAN, muchas personas, y las quiero para siempre, y serán bienvenidas todas aquellas que, con el tiempo, acabe queriendo también. Y quiero ser más conformista, y quiero no fumar tanto, y quiero que no me importe vivir en la calle. Y que les den a todos los especiales del mundo.

Yo quiero mi tanque.

20/4/09

Sueños

Cordura y locura. Todos estos relatos, esta serie de Sueños Perturbadores, se los dedico a Barbija, merecedora de tantas dedicatorias como la que más. Y en especial éste porque LOCURA es lo primero que pienso cuando voy a entrar en su blog.

Ella ladeó la cabeza, apoyándola en sus brazos, cruzados en el alféizar de la ventana con rejas y viendo la lluvia acariciar el mundo.
Aquella habitación se había convertido en su cárcel.
Una vez, fue su refugio, un lugar al que ir cuando se sentía decepcionada.
Ahora le obligaban a permanecer allí, y el aire cálido y acogedor que la había caracterizado hasta entonces desapareció.
Se volvió un habitáculo frío e inhumano, y sólo su música podía hacer su estancia en él más llevadera.
Ni siquiera podía salir al jardín, a bañarse en la piscina bajo la lluvia, como tantas veces antes había hecho.
Sólo podía observar aquel manto gris de humedad y libertad, de pureza, resplandecer bajo luces amortiguadas de neón mientras bañaba todo a su alrededor.
La lluvia siempre la había relajado. Le ayudaba a aclarar sus ideas. Mirando el cielo con los ojos cerrados, podía ver sus pensamientos revolotear, esquivando los pedazos de frío cielo y formando intrincados dibujos a los que ella daba sentido en su imaginación.
Le habían arrebatado la libertad. Le habían arrebatado la lluvia.
Le habían arrebatado a la única persona que alguna vez le había comprendido.
Muchas veces antes, cuando sus padres se iban, él venía y la llamaba desde el césped.
Nunca puso un pie en el interior. De hecho, la vez que su familia volvió antes de tiempo estaban en la piscina, desnudos, uno en brazos del otro.
Ya habían pasado tres meses de encierro.
Pronto, tendría que volver al instituto. Quizá entonces tendría la oportunidad de verle.
Pero una pregunta la corroía por dentro, impidiéndole pensar con claridad la mayoría del tiempo. ¿Y si él se había buscado a otra y la había ignorado?
No había habido ningún intento de acercamiento. Muchas noches, esperaba junto a la ventana, mirando fijamente la parte del muro que él solía saltarse, hasta que caía dormida, con el rostro apoyado en sus brazos y la mano agarrada a uno de los barrotes.
Había llorado en silencio la mitad del tiempo, imaginando que él había preferido evitarse volver a tener problemas.
Llegó a pensar que se había enamorado de un ideal, y no de una persona.
El día antes de que comenzase el curso, por la tarde, su padre le llevó una de esas odiosas pastillas y un vaso de agua.
Al principio, traía un tarro de pastillas, pero ella intentó tragárselas todas, y desde entonces sólo le llevaba una.
- La doctora ha llegado - le comunicó con voz derrotada. Ella le miró con odio. El rostro de su progenitor había degenerado; ahora estaba enjuto, y él, más delgado que nunca. Una mueca de preocupación había permanecido en su rostro desde que descubriese a su hija con un chico en la piscina.
Ella se tragó la medicación, pero le escupió parte del agua a la cara. Sabía que, si no se la tomaba, él la obligaría, como ya había hecho otras veces.
Él bajó la mirada, evitando el contacto directo con los ojos de su hija, y salió por la puerta con cerrojo, dejando paso a una mujer con aspecto de bibliotecaria y expresión estirada que sonreía de un modo tenso e hipócrita.
La doctora pasó y pidió permiso para sentarse. Ella enarcó una ceja y le dijo que se sentase donde siempre. Ya estaba harta de esa falsa formalidad.
Encendió su música, y miró con aprensión a la doctora, que seguía el ritmo de la frenética batería con sus deportivas.
A pesar de su aspecto, alguna vez debió ser un alma rebelde, libre, pues conocía muchos grupos antiguos, clásicos, y otros que ella nunca había oído nombrar, pero que también le gustaban.
- ¿Seguirás insistiendo en tu actitud hacia "él"? - preguntó la doctora con profunda curiosidad. Ella sabía que sólo fingía.
- Ya lo hemos hablado mil veces - respondió con voz cansada y sin ganas de hablar de lo mismo. Siempre acababa dudando.
- Pero debes reconocer que tengo parte de razón - insistió la doctora - Si no, ¿cómo explicas que no haya aparecido desde entonces?
- Te acabo de decir que no quiero hablarlo - replicó apretando los labios. Había sido la doctora la que le pidió que la tutease, y a ella no le suponía ningún problema.
- Entonces, ¿debo entender que aún sigues creyendo que existió? - suspiró la psiquiatra.
- SÉ que EXISTE - repuso ella cruzando los brazos y frunciendo el ceño - No logrará hacerme dudar tan fácilmente.
- Pero desde que empezaste a medicarte no ha vuelto a aparecer, ¿cierto? - la doctora desenfocó la mirada, con expresión pensativa - Te propongo una prueba: te suspenderemos el medicamento, y, si vuelve a aparecer, entonces ¿admitirías que puede que sea una alucinación?
Ella abrió mucho los ojos, y se humedeció los labios, que se le habían secado de pronto. Si hacía eso, significaba que estaba dudando de él. Significaba que todo había sido producto de la esquizofrenia, un sueño. Y ella sabía (o creía) que no era así. Pero, por el contrario, si lo hacía... y él aparecía...
No. No podía ser un sueño. Tenía que hacerlo, no para demostrarse nada a sí misma, sino para demostrárselo a esa pedante, y a sus padres. Para demostrarles que aquel encierro era absurdo.
Asintió, y la doctora salió de la habitación con expresión triunfal.
Su padre dejó de llevarle pastillas, y todo siguió como hasta entonces. A la semana sin tomar su medicación, una sonrisa se dibujó en sus labios.
Pasó todo el viernes sonriendo, e incluso le sonrió a su padre, consciente de que al día siguiente la doctora tendría que tragarse sus palabras.
Esa noche, un repentino golpe en su ventana la despertó. Al incorporar la cabeza, aún somnolienta, una piedra rebotó en los barrotes, emitiendo un agudo sonido que le hizo terminar de despejarse.
Al abrir la ventana, le vio.
Allí estaba él, de pie en el césped, su figura recortada por la plateada luz de la luna llena.
Ella entornó los ojos, que le brillaron, y comenzó a sollozar, apoyándose en los barrotes.
Él, preocupado, trepó por la enredadera que llegaba hasta la habitación, y se sujetó a los hierros, mirándola con fijeza.
- ¿Qué te ocurre? - ella le miró a los ojos, y acarició su rostro por entre los barrotes.
- Sólo eres un sueño - le respondió con la voz rota de dolor. Él se mostró ofendido - Eres una fantasía...
- No sé si sentirme halagado u ofenderme, porque eso ha sonado bastante en serio - replicó él con una media sonrisa - Pero supongo que me lo merezco, teniendo en cuenta todo lo que he tardado en volver. He tenido problemas en mi casa, y no quería que tu padre volviese a cogerme... la verdad es que me dio algo de miedo. Pero no te preocupes, ya estoy aquí - la miró con ternura, y acarició su mejilla, secando sus lágrimas - No llores más.
- No lo entiendes - suspiró ella - Sólo eres una alucinación. Te ha creado mi esquizofrenia... - el rostro de él pareció hacerse de piedra, y la cogió de la muñeca con firmeza. La obligó a poner la mano en su pecho, sujeto con dificultad a la reja, y la miró fijamente a los ojos.
Ella sintió los latidos de su corazón, acelerado y tembloroso. Sintió su pectoral llenarse de aire, y después liberarlo. Sintió su frío, su miedo, su frustración. Su dolor.
- ¿Y esto qué?¿Es una alucinación?¿Es un sueño? - le susurró violentamente, sin apartar sus grises ojos de los de ella.
Ella se mordió el labio inferior, cerró los párpados y asintió, mientras otra lágrima resbalaba de su mirada.
Entonces el rostro de él mostró desesperación.
- ¿Me quieres? - interrogó con voz ahogada - ¿Me sigues queriendo? - ella le miró, dolida por la pregunta.
- Por supuesto que sí... pero... ¡sólo eres un sueño!
- ¿No serías capaz de vivir amando un sueño? - preguntó él con la voz más suave y calmada, llena de emociones.
Ella notó su corazón latir con más fuerza. Le oyó jadear, y vio que su rostro estaba congestionado por el esfuerzo de mantenerse sujeto a la ventana.
¿Podía vivir así?¿Podía vivir amando un sueño?
Lo miró a los ojos con amor. Acercó su faz a los barrotes, y le acarició los labios entre las rejas, al no tener la posibilidad de besarle.
Entonces, le empujó, y vio sorpresa en el rostro de él mientras caía desde el tercer piso.
La interrogaba con su mirada. Era casi como si le hablase.
¿Por qué?
En ese momento, a ella la asaltaba otra pregunta, aún más preocupante que esa.
¿Qué clase de vida le esperaba sin sueños?

Monstruos

Aquí, hablo de la crueldad y el amor. De su facilidad.

Una vez, encontró un espejo. No sabía cómo había llegado allí, pero le gustó.
Era enorme, con un marco negro decorado con motivos florales, y unas letras plateadas en un idioma que ella no entendía.
Lo arrastró como pudo al fondo de la laguna, y allí, se contempló.
Tenía el pelo verde, largo y ondulado, con brillos húmedos, y tacto similar al de las algas. La parte de los ojos que debería ser blanca, era negra, y sus iris eran de un tono ámbar surcado por estrías blancas.
Su piel, de un tono azulado, era suave y delicada. Sus rasgos, finos y afilados. Su desnudez le pareció sensual. Sus manos, palmeadas, extrañamente apropiadas.
Todas las noches, salía a la superficie a buscar cosas que los humanos olvidaban en la orilla.
Al amanecer, volvía a las profundidades del enorme lago, y se quedaba allí, contemplando su tesoro. En especial, aquel espejo de marco negro.
Su pieza más preciada.
Una noche, oyó ruidos mientras buscaba en la arena, y se deslizó bajo el agua con suavidad, en silencio.
Observó a un humano delgado, pálido, y con parte del rostro oculto bajo un mechón de pelo sentarse junto al agua, muy cerca de ella, y abrazarse a sus rodillas, llorando.
Pudo percibir que era un hombre, y que estaba tremendamente triste.
Ella no se movió, consciente de que la más ligera ondulación en el agua podría llamar su atención y hacer que la descubriera.
Mientras la noche avanzaba, él seguía sollozando, convulsionado por el dolor.
La luna iluminó la orilla, y la blanca arena no se distinguió del brillante agua por un momento, dando la sensación de que aquella figura, delineada por un resplandor plateado, lloraba desconsolada en un desierto de cristal.
Ella abrió mucho los ojos, cautivada por aquella imagen.
Cuando comenzaba a amanecer, él se marchó, secándose las lágrimas, y ella volvió al interior del lago, con el corazón temblándole con violencia. Se recostó sobre su espejo en su guarida, y se quedó acariciando los dedos de su reflejo, pensando en la figura de aquel joven martirizado por algún sentimiento atroz.
La noche siguiente, se acercó a la misma zona del límite de la laguna, y volvió a verle. Allí estaba, esta vez acostado en posición fetal, con la mejilla apoyada en su mano izquierda, mirando el infinito.
Innumerables noches ella fue al mismo sitio, y lo veía cada noche, derramando interminables lágrimas sobre la arena.
Finalmente, decidió acercarse.
- ¿Por qué lloras? - preguntó en voz baja, susurrante. Él levantó la cabeza y miró a su alrededor, confuso, sin poder ubicar el origen de la voz que le hablaba.
- ¿Quién está ahí? - inquirió secándose las lágrimas con rapidez en las mangas de su chaleco.
- Llevo observándote muchas lunas, y siempre vienes aquí a llorar - declaró ella aún sin mostrarse abiertamente. Él se detuvo mientras se levantaba, y volvió a sentarse, con expresión abatida.
- ...¿alguna vez te han roto el corazón? - dijo con voz ahogada y ronca. Ella entornó los ojos, empezando a comprender.
- No.
- Entonces no puedes imaginarte siquiera lo que es ver a la persona que amas en los brazos de la persona equivocada cada noche - su rostro reflejó un dolor que iba más allá de lo que ella creía que existía - Aunque sepas que vuestro amor es imposible, que va contra la naturaleza... "que no está bien visto"... - esto último lo dijo con una extraña voz nasal, y se miró los zapatos - Por el amor de dios, ¿quién está ahí?¿quién me ha contemplado estos meses de dolor y me ha acompañado en mi llanto sin yo saberlo?
- Yo - respondió ella saliendo del agua y mostrándose ante él, desnuda. Al girar el cuello, el se quedó boquiabierto, y se levantó de un salto, mirándola con una mueca de incredulidad.
- Eres... eres...
- Soy una ninfa - contestó ella tendiéndole su mano, dispuesta a consolarle. Su historia, en parte incomprensible, había enternecido su alma de un modo que no creía posible, y, sin ningún motivo en particular, deseaba ayudarle, estar con él, abrazarle y apoyarle en todo cuanto pudiera.
- ¡Un monstruo! - chilló él con voz aguda, dándole la espalda y echando a correr.
Por un instante, ella tuvo la extraña sensación de que el cielo se le caía encima, y cayó sobre el agua, con los ojos entrecerrados y los labios entreabiertos, suspirando, con el corazón latiéndole apenas, medio muerto.
Fue mecida por el tenue oleaje, y se dejó llevar por las aguas del que había sido su hogar durante siglos.
Llegó hasta su guarida, y se apoyó sobre su espejo.
Unas extrañas burbujas se arremolinaban en torno a sus ojos, saliendo de sus lacrimales y dejándole un inusual picor en la retina.
Al mirar su reflejo, se vio distinta.
Su piel estaba gris. Su esplendoroso cabello, mustio. Sus ojos... muertos.
Frunció el ceño, y se llevó las manos al corazón, cerrando los párpados y notando que algo en su interior se rompía con brusquedad, como si una pieza de cristal hubiera caído al suelo.
Cuando volvió a mirar su reflejo, lo odió.
"Un monstruo".
Empuñó un garrote, una pieza de su colección, y, emitiendo un grito desgarrado de furia y dolor, destrozó el espejo.
Los pedazos de reflejo flotaron a su alrededor tras estallar con un sonido sordo, amortiguado por el agua.
Revolotearon con lentitud, y acabaron posándose en el suelo, algunos bocarriba y otros bocabajo.
Ella soltó el garrote, y se arrodilló sobre los restos del mutilado espejo, sin importarle los profundos cortes que se abrían en su piel.
Con sólo unas palabras, aquel joven había destrozado su perfecto y aislado mundo. Se lo había arrebatado de cuajo, como su corazón.
¿Quién era el verdadero monstruo?

Sólo una lágrima por noche

Aquí, una especie de canto al derecho de disfrutar del sexo como cada uno quiera. Y a la libre ingesta de alcohol.

Sus pupilas desenfocadas vagaban por la habitación viendo figuras borrosas sacudirse bajo colores danzantes. Su cabeza se ladeó, y parpadeó a la vez que la sacudía, intentando despejarse. Era inútil.
Se levantó apoyándose en el brazo del sillón, y estuvo a punto de caerse, pero un alma caritativa le sujetó y le preguntó si estaba bien. Ella no pudo responder más que con una caída de ojos y desmayándose en sus brazos.
Cuando volvió a ser consciente de lo que había a su alrededor, estaba con la cabeza inclinada sobre el váter, mirando su propio vómito. Notaba el fuerte y desagradable olor, así como el inquietante sabor en su boca.
- ¿Estás mejor? - preguntó una voz preocupada a su lado. Al girarse para darle las gracias a aquella bellísima persona, se quedó boquiabierta. Junto a ella se encontraba un chico de apenas dieciséis-diecisiete años con el pelo largo, liso, e incipiente barba. Un piercing adornaba su labio inferior, y sus ojos grises la observaban con preocupación sincera. Era de rasgos finos, atractivos, y físicamente... una bellísima persona. Él compuso una mueca extraña y le tendió el rollo de papel higiénico
- Parece que aún no.
Ella se dio cuenta de que debía tener la boca aún manchada de vómito, y se limpió, sonrojándose. Él sonrió ante el gesto recatado de ella. Se sintió ridícula observada por esos ojos tan perfectos.
Él le tendió la mano, y la ayudó a levantarse. Le indicó que se arreglase si quería, señalando el espejo. Al mirar su reflejo, ella descubrió que seguramente había estado llorando, pues tenía corrida la sombra de ojos. Al recordar que había llorado, recordó todo. Había sido por culpa de un chico. Todo siempre era por culpa de los tíos.
Hundió el rostro entre sus manos y se sentó en el borde de la bañera, incapaz de hacer nada más. Después de emborracharse estúpidamente y llorar lo indecible, aún seguía acordándose de él.
El buen chico la miró, dubitativo, y acabó sentándose a su lado tras suspirar. Le habló de cosas que para ella no tenían sentido. Que todo se olvida. Que los problemas no parecen tan graves si se comparan con los de los demás. Que lo único que no tiene solución es la muerte.
Ella encontró atractiva la idea de la muerte. Él le puso una mano en el hombro, tímidamente, y le sonrió. Aquel simple gesto, que era incluso infantil, la reconfortó más que todas las palabras de consuelo que había pronunciado antes. Alguien llamó a la puerta, diciendo que había gente esperando. Ella recordó que estaban en una fiesta.
Él apretó un instante la presión de su mano, y se separó de ella con una expresión que cautivó cada fibra de su ser.
Se levantó, limpiándose con rapidez las lágrimas, y salió detrás de él. La gente que esperaba para entrar al baño les miró con miradas cuyo significado ofendía. Pero ella no les gritó. Se sonrojó, y se sintió intimidada. Él tomó su mano y la llevó por el pasillo, ignorando los comentarios que se oían a sus espaldas. Ella se permitió sonreír.
Antes de que se diera cuenta, él la estaba sacando de la casa. Echaron a correr por el callejón trasero de la mansión, y llegaron a una oscura y pequeña cala.
A ella no le importó salir de la fiesta. De todas formas, tampoco sabía de qué era, sólo había ido con unas amigas que se lo recomendaron para olvidarse de su ex. Él se tumbó en la arena, y ella se quedó mirándole estupefacta. Él miraba el cielo, y sonreía levemente.
Ella le imitó, y contempló el cielo estrellado.
- Todas las noches merecen una lágrima... pero si les damos más, después la luna nos parece insoportable - susurró él con voz trémula y los ojos brillantes. Ella le observaba con avidez, cada vez más cautivada por sus labios, adornados con aquel piercing circular, y sus ojos grises, a punto de llorar y más hermosos, si cabe, que antes - Por eso es mejor dejar de llorar llegado cierto punto, y dejarse llevar por ese sonido...
Ella frunció el ceño, sin entenderle. Él volvió a sonreír, y cerró los ojos. Ella sintió el impulso de decirle que los abriera.
- Cierra los ojos... y escucha - sugirió él.
En cuanto lo hizo, ella quedó conmovida. El suave sonido del oleaje estaba acompañado del silbido grave de una brisa refrescante y salada, mientras algún grillo cantaba acordes desafinados en la lejanía y el agua resbalaba por la arena.
De pronto, sintió algo sobre sus labios, y supo que eran los de él al saborear algo metálico. Fue un beso casto, demasiado corto para poder saber si le había gustado o no. Abrió los párpados y le miró, sobre ella, con una leve sonrisa.
- Aunque las lágrimas saquen lo más bello de una mujer... a ti no te sientan nada bien - declaró acercando su rostro al de ella a medida que su expresión iba haciéndose más seria. Ella entrecerró los ojos, y afianzó sus manos en el cuello de él, obligándole a besarla de nuevo. Esta vez, recorrió toda la boca de él con la suya, saboreando su saliva, mordisqueando su labio inferior y apoderándose de su lengua.
Abrazados sobre la arena, con las manos temblorosas mientras se desnudaban mutuamente, ambos experimentaron la mejor sensación de su vida: se completaron el uno al otro, se hicieron sonreír y gemir de placer, se obligaron a intercambiar miradas electrizantes, y se susurraron cosas incomprensibles al oído.
Tras escribir sensaciones sobre la piel del otro durante casi toda la noche, un brillo inexplicable surgió en el horizonte, bañando de un color dorado la espuma en la arena.
Al detenerse, agotados pero aún ansiando al otro, los ojos de él brillaron, y una lágrima cayó sobre la mejilla de ella. Él sonrió a la vez que se secaba los ojos.
- Sólo una lágrima por noche.
Ella estuvo totalmente de acuerdo con su frase. Se vistieron mientras miraban al otro con timidez. Ella no recordaba para nada a su ex. Él le sonrió mientras se encaminaba hacia la mansión.
- Ha sido un placer conocerte.
Ella estuvo a punto de decir "lo mismo digo", pero se mordió la lengua. Sólo una lágrima por noche. Entendía perfectamente lo que quería decir, y no quería estropearlo.
Entonces se le ocurrió algo.
- ¿Cómo te llamas? - exclamó con preocupación. Él le sonrió, andando de espaldas, y ella esperó unos segundos antes de devolverle la sonrisa. Se giró, y contempló amanecer.
Lentamente, a la vez que las olas arrastraban la luz dorada hasta la orilla, su expresión fue cambiando, y acabó mordiéndose el labio inferior mientras sonreía con desgana al horizonte.
Sólo una lágrima por noche.

Náufrago

Aquí hay otra crítica. No tengo más que decir al respecto.

Algunas veces, aún le dolía. Fruncía el ceño ligeramente y apretaba la mandíbula de un modo imperceptible cuando había alguien cerca, y en cuanto se quedaba a solas, se frotaba el codo izquierdo en actitud protectora.
En esos momentos, miraba por el ventanuco de aquel lugar y recordaba aquella noche fría y apagada en la que había llegado a aquellas costas.
Mientras contemplaba el triste paisaje a través del sucio cristal, recordaba todo.
Recordaba cómo, en la más absoluta oscuridad, había sentido una mano taparle la boca, y otras retenerla con fuerza contra el suelo. Había intentado resistirse, pero nadie prestaba atención a algo así aquella noche.
La cubierta de aquella repugnante barcaza se mecía lentamente, y el sonido del oleaje, pausado y reverberante, comenzaba a resultar incómodo.
Notó cómo le desgarraban la falda, y comenzó a llorar en silencio, pidiendo ayuda.
Al sentir aquello penetrándola, cerró los ojos con fuerza e intentó ir con su mente a cualquier otro lugar.
Pero el dolor la traía de vuelta.
Al abrir los ojos, había millones de estrellas.
Miles de millones.
La noche continuaba mientras, una y otra vez, la violaban varios hombres.
No sabía si eran tres o cuatro.
Debido a la situación, a la que todos prestaban atención aunque nadie hiciera nada por evitarlo, no se habían dado cuenta de que las olas empezaban a invadir la cubierta.
Un niño comenzó a llorar cuando sonó el primer trueno.
De inmediato, sintió que salían de ella y la soltaban.
Se encogió, abrazándose las rodillas y sollozando, mirando la cara del último que había gozado de su demacrado cuerpo.
Veía miedo en los ojos de aquel adolescente, con la tripa hinchada y casi sin dientes.
Cerró los ojos y deseó dormir, pensando que todo se le olvidaría en cuanto llegase a la playa.
El bote se sacudió, llevado por el mar y el viento.
Tras horas de violentos embates, encallaron en la orilla bruscamente.
El golpe hizo que varios de ellos saliesen despedidos por encima de la borda, pero ella no se movió del sitio, encogida y abrazada a sus piernas, con la cara interior de los muslos manchada del fluido blanco de varios hombres.
Y de un niño.
Oyeron voces, y todos asomaron la cabeza por encima de proa.
Todos menos ella.
Hombres vestidos con uniforme se acercaban con mantas, y les recogieron a todos, llevándoselos en furgones.
A ella la obligaron a ponerse en pie. Pudo ver la mirada de horror que dirigían a su entrepierna.
Mientras caminaba torpemente por la playa, observó uno de los cuerpos en el suelo. Había tenido la mala suerte de caer sobre una roca, y la blanquecina orilla estaba manchada de sangre, que se diluía con la espuma de las olas.
Era aquel adolescente.
La habían guiado hasta un lugar lóbrego y aterrador en el que le habían dado ropa y comida caliente.
Después, le habían encerrado en una celda y la habían dejado allí horas.
Tenía el codo dislocado, pero no dijo nada a nadie.
Pasó días recibiendo visitas de grupos humanitarios y periodistas. Siempre les miraba con las mejillas aún anegadas de lágrimas, y no decía nada.
Al fin, le habían dicho que le sacarían de aquel lugar.
Tras tres semanas de cautiverio.
La llevaron hasta otra furgoneta poco acogedora donde estaban otras de las personas con las que había embarcado aquella noche.
Les dejaron en el muelle, junto a un barco carguero que volvía a África.
Ella dirigió una última mirada por encima del hombro, grabando cada milímetro del horizonte en su memoria.
Recordando aquel lugar maldito que odiaría para siempre.
Aquella tierra de esperanza.
Aquel infierno.

Otoño

Aquí hablo de mi estación favorita del año, porque no hace ni frío ni calor, y llueve mucho. No, no es la primavera, sino el otoño, de colores más fríos, teñido de dorados y cobrizos, y lleno a rebosar de esa sensación de final que nos hace realmente recapacitar sobre el camino que nos trajo a él.

Lo imagino como una figura de larga melena entrecana, que algún día fue pelirroja, sentado en un bordillo viendo pasar gente delante de él sin realmente mirar a nadie, con las pupilas temblorosas y empañadas, ambarinas, y su mente abstraída en blanco.
Lo imagino con un cigarro consumido entre los dedos, aún humeante, y exhalando en largas vaharadas un estremecimiento en su pecho, cubierto por una fina camisa blanca de seda.
Lo imagino con barba de algunos días, con leves arrugas alrededor de los ojos, en el entrecejo y en la comisura de los labios.
Lo imagino con vaqueros rotos y zapatos negros, con pinta de haber sido, alguna vez, buenos zapatos de noche.
Lo imagino con ramitas y hojas secas en el enmarañado pelo cobrizo apagado.
E imagino que, cuando se levanta y se marcha, sus articulaciones crujen y chasquean como un tronco viejo al partirse.

Allí

Hoy es el día de viejos textos. Éste en concreto, no tan viejo, habla de los recuerdos (en mi juventud, por sorprendente que a algunos pueda parecerle, los tengo buenos y malos).

Allí era un lugar difuso, todavía borroso en sus recuerdos, aunque fue un sitio importante para él. Podría decirse, sin miedo de pecar de hiperbólico, que su personalidad por entero había sido moldeada por todos los acontecimientos que allí había vivido.
Su extraña manía de rascar las fisuras entre las losas del suelo con la punta del pie cuando esperaba. Su gesto al apagar las colillas, dándoles vueltas, atornillándolas hasta que su humo expiraba. Su costumbre de escribir con el cuaderno doblado casi horizontalmente. Su forma de humedecerse el labio inferior justo antes de morderlo al pensar. Su ademán al apartar los largos rizos que caían desde su flequillo, a veces ocultando su rostro.
Todo esto y características menos importantes; su ingenuidad, su amabilidad, su desconfianza, su timidez, su miedo impreciso a la oscuridad…
Lo más importante también, su mirada.
Todo él había sido allí.
Quizá, de no haber estado allí, habría sido su vida una serie de sucesos menos desafortunados. Pero eso ya no tenía remedio, y ni en sus más lúgubres momentos permitía a su mente divagar, ni arrepentirse, de aquellas cosas.
Ése era uno de esos momentos; depresivos, autocompasivos, despreciables. Egoístas.
Era incapaz como persona, y aunque se había opuesto enérgicamente, de evitar hundirse en su desgracia cuando ésta alcanzaba cotas exasperantes, cuando se colmaba el vaso. Él era, como muchos, de gustos sencillos, sonrisa fácil y franca, lágrima lenta y naturaleza tranquila y pacífica. Generalmente, su malestar se debía al dolor ajeno, de personas que amaba aun conociendo sus faltas, o tal vez precisamente por conocerlas. Pero, en este momento concreto, se estaba permitiendo el lujo de llorar por sus propios problemas, o los que él consideraba tales.
Por eso había ido allí. Porque era su lugar, al menos en aquel espacio y aquel tiempo, y en aquella dimensión de su mente. Y no quería compartir sus pesares con nadie más, porque conocía de primera mano la pesada carga que eso les supondría.
De todas formas, no era la suya una angustia con la que muchos simpatizarían, pues era egoísta.
Principalmente porque había otras personas cercanas a él sufriendo por motivos mucho más justificados, y secundariamente porque parecía una minucia si se contemplaba, pragmáticamente, el hecho de que en todo el mundo la gente luchaba con adversidades mucho más relevantes, a gran escala.
Esto no hacía más que aumentar su desdicha; además de sentirse ruin por darles la espalda a los que amaba, se sentía insignificante, como un insecto, por no superar algo tan irrisorio dentro de un marco más amplio e impersonal.
Por eso había ido allí. Para rehacerse a sí mismo, olvidar todo lo anterior y ser… otra persona, con otras preocupaciones y dilemas, sin nada que ver con el tipo egoísta que lloraba por él mismo, en soledad.
Todos sus recuerdos de aquel lugar brillaron en su memoria por un momento. Se secó las lágrimas.
Allí era un lugar diáfano, que recordaría para siempre… aunque no fuese importante para él.

16/4/09

"No pasó nada"

El eco de sus pasos resonó en el hueco pasillo, arrastrado en un vacío gélido y, de algún modo, abismal. Su mano se iba dejando caer de protuberancia en protuberancia de la granulada pared, dibujando con las yemas de los dedos casi las mismas ondas irregulares que los latidos de su corazón pintarían en una pantalla al compás desfasado del "bip" mecanizado de un taquicárdico.
Se acercaba lentamente a la sala de estar, el frufrú del camisón acariciando sus tobillos y haciéndole incómodas cosquillas en lo más profundo. Quizá por eso deseaba reír, a pesar del ominoso silencio que podía inhalarse ya desde que entreabrió los ojos en la cama.
Al asomarse por la rendija de la puerta, suspiró, aliviada. Sólo un segundo.
Las quietas figuras de sus progenitores, abrazados en el sofá, contemplaban un silencioso televisor en pause. El salón, medio alumbrado por la pantalla, no se inmutaba por la pálida luz plateada que se colaba entre las cortinas.
¿Mamá?¿Papá?
Nada, no pasó nada. Énfasis. Vehemencia. Aún nada.
Sacudidas, visión enturbiada por las lágrimas. Dolor, ¿eso que se encogía en su pecho era su corazón?
Lloró durante lo que le parecieron horas, aferrando con desesperación el pijama de su padre, humedeciendo su hombro, sin que él reaccionase de ningún modo, ni diese aún señales de verla siquiera.
Cuando algo de calma se abrió paso entre las nubes de su encapotada consciencia, se detuvo a observarlo todo, intentando ordenar su caótica mente.
La expresión dolorida de su madre, aún estática desde hacía varios meses, a pesar de su intento de aparentar entereza frente a ella. La casi catatónica de su padre, que simplemente parecía no hacerse a la idea, por muchos historiales y pruebas que lo confirmasen.
No respiraban. No latían. Sólo... estaban.
No debió estar tanto tiempo llorando, ya que aún era noche cerrada. La imagen de un tipo trajeado la observaba desde el televisor, en pause, como si la hubiesen detenido en el momento justo en que él los miraba.
Una nueva oleada de dolor, punzante y frío. Todo iba al revés. No reconocía la película.
Fue al cuarto de baño, y con tembloroso pulso (más propio de un anciano con parkinson que de una niña de nueve años) se mojó la cara. Una, y otra vez, como si el agua pudiese ir más hondo, más allá de la piel, y borrar esa suciedad incrustada en su cerebro que le decía que acababan de perforarle la caja torácica con un taladro del quince.
Vio (entrevió) su demacrado reflejo, las ojeras, la piel agrietada debido a las sonrisas que se obligaba a mostrar siempre. Se pasó una mano húmeda por la nuca, rapada, como toda su cabeza, y volvió a salir al salón. Cogió con pulso aún inseguro el mando del DVD y pulsó off. Una, y otra vez. Un nuevo escalofrío y un tipo extraño de alegría anidaron en ella mientras, con los lacrimales hiperactivos, volvía a su cuarto, se sentaba en el borde de la cama y acariciaba su propia piel. Su pálida y fría piel...
Nada.
No pasó... nada.

13/4/09

Broken tears



My shadow seems to be following me
I want to scream and I don't want to feel
my own sad eyes looking at me
I can't believe that you were who made me this
making me think that I could have your lips
my chest, you know? It hurts so badly... so no...

Just, you must realize that have passed our time
it was just a nice dream where I couldn't even hear
your voice calling for me
your voice making me feel
that I would die right here
that I would love you like this... so no...

Breaking all the walls to take your hands
leaving this world only to understand
what the hell is this? what's breaking my heart?
how could I think that love was that?
It is only a dream where all is dark
a nightmare, maybe, I only know that it hurts... so no...

(Esta parte no sale en el vídeo, pero vuelve a ser lenta, después del punteo, es que la que grababa no conocía la canción y dejó de grabar cuando pensó que había acabado).

Your voice... is calling me...
your voice now makes me feel
that I would die for you
that I'm lost... 'cause of you...

(Cuando compuse ésta, estaba moñas).

I'm not sadic




Who wouldn't want to live
anywhere after being here?
I don't want, this is my place
I should have always been here.
I have no one to hurt,
but I'm sure soon I'll have... and I won't let her go.

I'll first cut her spirit,
I'll burn her soul later,
after that I'll kiss her wounds
and then, I'll start again.

'Cause I don't have any bounds
with anybody from the real world,
I'll take the girl I love
to my heart and won't let her go.

She'll scream (of course she'll do)
She'll cry (it will turn me on)
She'll beg (I won't hear her words)
She'll die, I won't cry that wound.
I'm self-destructive
I'm hurting myself
killing the girl I love
I won't forget her

'Cause I don't have any bounds
with anybody from the real world,
I'll take the girl I love
to my heart and won't let her go,
the girl I love... I won't let her go...

(Estaba cabreado con el mundo en general y con una persona en particular cuando la compuse).

12/4/09

Triángulo...

Aquí, el relato que dio nombre a este blog.



Mi cabeza da vueltas. Todo tiembla, convulsionándose al ritmo de la música a todo volumen que pusimos en el ordenador. Vuelvo a dar una calada del canuto que me ofrece una mano femenina, delicada. Al rozar mis dedos con los suyos al devolvérselo, la miro a los ojos.
Su rostro, enmarcado por una melena de cabellos rubios rizados, muestra una expresión curiosa, mezcla de una mueca placentera y otra sugerente. Es una chica atractiva, debo admitirlo.
Tiene unos ojos color miel rodeados de unas perfectamente delineadas cejas negras, que demuestran que su pelo está teñido, aunque no lo parezca. Sus largas pestañas revolotean en un ligero y sensual parpadeo que le ha salido sin querer, debido al humo. Sus labios, pequeños pero carnosos, no están pintados, al igual que sus ojos, y tienen un color sonrosado que cada vez me parece más apetitoso. Su media sonrisa deja entrever unos dientes blancos y perfectos, y me entran ganas de recorrerlos con mi lengua. Sus orejas, pequeñas y simétricas, no llevan pendientes, aunque tienen agujeros. Su nariz es ligeramente achatada y respingona, pero encaja a la perfección con la fina línea de su mandíbula y con el resto de su faz, iluminada a medias por una bombilla a punto de fundirse en aquella habitación de mala muerte.
El piso es de unos amigos míos, de los cuales sólo está presente el más cercano a mí, que me ha invitado a pasar la noche allí con más gente. La chica rubia de bote con la que he intercambiado una mirada cómplice se llama… bueno, no lo recuerdo, pero seguramente es un nombre de sonido angelical.
En realidad, el ambiente está algo sombrío. Hay cinco personas en la habitación. Mi amigo, que se entretiene en el sofá más grande con su novia, obviamente preparándose para lo que harán a continuación en la intimidad de una de las dos habitaciones del pequeño apartamento, también ha invitado a otra pareja a pasar la noche. Son la rubia de bote y su novio, un tipo que me ha caído bastante bien porque es quien nos ha proporcionado la marihuana.
Mi cabeza me devuelve a la realidad en cuanto mis dedos y los de la chica se separan. De nuevo me recuerda que está malherida por mi culpa, y sonrío. Mi mente parece celosa porque por unos instantes la he dejado sola para recorrer los labios de la rubia de bote.
En ningún momento ni lugar podría yo encontrar a alguien que compartiese mi visión del mundo, ni de lejos. Puede que haya gente con gustos afines, y que busque placeres del mismo modo que yo, evadiéndose totalmente de lo que hay alrededor y buscando cobijo en un rincón oscuro y desaliñado dentro de sus cráneos, pero nadie comparte mi optimismo ingenuo mezclado con dosis de realismo pesimista.
En ese rincón oscuro y desaliñado del que hablo, cada persona se siente más sola y cómoda que nunca. Al menos, cada una de las personas que han llegado a él. Es como si tu mente, esa casa que estás tan acostumbrado a recorrer, se destruyese, quedando un abismo bajo tus pies, y sólo pudieses mantenerte a salvo en la esquina más recóndita y desconocida de tu subconsciente.
En esos momentos, me divierto contemplando el abismo, de pie en un triángulo equilátero de treinta centímetros de lado. En lugar de verlo todo oscuro, veo unos ojos de pupilas indefinidas, caóticas, que me observan con curiosidad.
Y siento que esa mirada, tan ajena a la realidad y tan cercana a mi corazón, me traspasa el alma, leyendo entre líneas las cartas de amor que nunca te escribí, y comprendiendo cada fibra de mi ser como ni siquiera yo mismo soy capaz de comprender. Y siento que esa mirada, que no hace más que mirarme con la pregunta de “¿qué?” asomada al borde de los lacrimales, me está confirmando en silencio lo que dudo cada vez que consigo evadirme de la realidad.
Durante un corto instante, sonrío y entonces salto de ese oscuro rincón de seguridad, de ese triángulo equilátero de treinta centímetros de lado, para entrar en esos infinitos ojos marrones de significado desconocido. En el mismo segundo en el que mi mirada se cruza con la de mi derruida mente, me pierdo por completo, y estoy seguro de que he alcanzado el Nirvana.
Al volver a la realidad, la rubia de bote se está despidiendo de su novio, que no puede pasar la noche con nosotros. Sus besos son tan apasionados como imaginaba.
Mi amigo y su novia han desaparecido, pero el repetitivo sonido de unos muelles siendo castigados me confirma su presencia en el apartamento.
En cuanto la puerta de la calle se cierra, el embotamiento de mis sentidos desaparece, y me arrellano en el sillón. La chica que antes compartió conmigo un beso indirecto a través del filtro del canuto sube entonces la música, y me sonríe componiendo una mueca de sarcasmo a la vez que hace un gesto con la cabeza hacia la puerta de la habitación en la que se encerraron mi amigo y su pareja antes de que yo volviese de mi viaje por los entresijos de mi alma.
- Apuesto a que mañana se extraña de que mi novio no esté aquí – dice con tono despreocupado. Entonces se despereza, uniendo las manos por encima de la cabeza y poniéndose de puntillas.
Lleva una camiseta de tirantes gris y escotada que en la zona de los senos lleva inscrita la frase “bailo como el culo pero follo que te cagas”. No había reparado en ello antes, pero su gesto al desperezarse hace que su imponente busto sea más evidente y no puedo evitar fijarme.
El mismo gesto hace que la camiseta se le suba, dejando ver un piercing en el ombligo, y una cintura perfecta. Lleva unos vaqueros ajustados y gastados, “a la moda”, y un cinturón con tachuelas metálicas. Su calzado son dos botas de aspecto militar, negras y brillantes.
Su figura no puede ser definida de otro modo que “sensual”. Sus ojos, entrecerrados, y sus labios, entreabiertos, no hacen más que añadir leña al fuego que ya se ha encendido en mi mirada y que trato de disimular con todos los medios posibles.
De pronto, ella me mira y sonríe, consciente del efecto provocado, y yo entorno los ojos y compongo una mueca que dice “¡oh!, me ofende que pienses así de mí”.
Ella se ríe ante esa expresión, y yo la acompaño con una sonrisa que trata de parecer inocente.
En el cenicero aún quedan un par de caladas de un canuto que yo aún no he probado.
Cuando alargo la mano para cogerlo, ella es más rápida y, con un saltito ridículo y una pose aún más ridícula, se pone más cerca de mí mientras lo termina de consumir.
Le dirijo una mirada de odio en broma mientras ella deja la colilla en el cenicero, inclinándose sobre la mesa y quedando justo delante de mí.
- No deberías fumar… - me aconseja en voz baja mientras me mira desde su provocativa postura sobre la mesa, haciéndome levantar la vista para mirarla a los ojos. Un bucle rubio se escapa de detrás de su oreja y rueda por su mejilla, atravesándole la frente y apoyándose en su respingona nariz para acabar acariciándole los labios, y no puedo evitar sonreír. Ella me devuelve el gesto y, mientras devuelve el rizo a su sitio, se inclina bruscamente hacia delante y me besa sin contemplaciones, tumbándose sobre mí y arañándome el cuello para que no me separe de ella.
El sillón no es tan grande como para tumbarnos en él, y estoy a punto de caerme, pero logro apoyar la mano derecha en el suelo, soportando casi todo el peso de ella, que tampoco es demasiado, mientras su lengua se entretiene con mis dientes tal y como la mía sintió el deseo de hacer con los suyos.
Cuando me recupero de la sorpresa, empujo hacia delante y la obligo a sentarse sobre mis rodillas, continuando el beso y pensando que mi mente puede apañárselas un rato más sin mí después del momento de regocijo que le di antes.
La rubia de bote entonces se levanta, y me mira sugerentemente mientras entra en la habitación contigua a la de mi amigo, aún observándome.
Me levanto con lentitud y entro tras ella, quitándome la camiseta a la vez que ella se desabrocha el cinturón. En cuanto termina de quitárselo, deslizo mis manos por su cintura bajo su camiseta y se la quito con delicadeza, acariciando su piel mientras tanto.
Su sujetador es negro y ella me ahorra hacer el ridículo al quitárselo ella misma.
La tumbo sobre la cama con cuidado de no ser demasiado brusco mientras le quito el botón del pantalón y le bajo la cremallera. Le acaricio los labios con los míos, sin besarla, y me aparto antes de que ella lo haga, bajándole los pantalones mientras ella me desabrocha los míos.
La rubia de bote sonríe con una expresión más seria que antes. Tiene las mejillas sonrojadas y la mirada descentrada, y sus besos saben a alcohol.
De pronto, la música del salón resuena en mi cabeza como la banda sonora de una película, y mis movimientos se vuelven más rápidos y bruscos.
La caja de condones en el cajón de la mesilla de noche me resulta imposible de abrir convencionalmente, así que simplemente rompo el cartón y saco uno de los condones mientras tiro la caja rota al suelo. Ella ahora se mete los pulgares en los lados de sus bragas y me mira con lujuria mientras emite un quedo gemido y se las baja con lentitud.
La guitarra eléctrica y la batería que suenan con demasiado volumen en el salón siguen martilleándome la cabeza mientras le beso el cuello y comienzo a acariciarle todo el cuerpo.
Al levantar la vista y mirarla a los ojos, una punzada de dolor atraviesa mi mente.
Sus ojos color miel gritan lo que quieren, cuentan todo con detalles, y parecen un libro abierto.
Mis sentidos vuelven a embotarse, recuerdo el sabor y el olor de la marihuana, y mis pies, que están en el aire colgando del borde de la cama, notan una pequeña superficie bajo ellos.
Al parpadear, por un instante me veo erguido sobre un triángulo equilátero de treinta centímetros de lado, en el más profundo rincón de mis pensamientos, desconocido incluso para mí. Por un instante me veo mirando al abismo de mi hogar, mi mundo único e intransferible, el único lugar en el que me siento seguro cuando todo a mi alrededor me asusta, y, mirándome desde mi corazón, veo unos ojos marrones, indescifrables, extraños y con la mirada más curiosa que existe.
Al volver a abrir los párpados, la rubia de bote sigue mirándome con ansias, y ahora se muerde el labio inferior mientras su mano busca mi sexo, ya plastificado, para guiarlo hasta el suyo.
Suspiro justo antes de que se una a mí, y cierro los ojos, manteniendo el regular y monótono movimiento que la hace suspirar a ella. Curiosamente, no presto mucha atención a lo que estoy haciendo, y sigo teniendo esa extraña sensación en los pies.
La sensación de estar sobre un triángulo equilátero de treinta centímetros de lado.

7/4/09

"Estoy HARTO de poner el hombro, quiero poner otra parte de mi cuerpo, quiero ser perverso, quiero salir con una mujer y utilizarla, hasta que sea inservible para otros hombres". By Daniel


2/4/09

El sentido de un silencio

Jolene, es el relato de la niña, por si quieres parar de leer.

Un abrazo. Todo empezó mientras buscaba un abrazo.
La pequeña niña, que tendría apenas dos o tres años, parecía una muñeca de porcelana. Era algo alta para su edad. Era muda.
Eso le aislaba del mundo de un modo que nadie acertaba a entender. Nadie que no estuviese en su misma situación.
Ese día llevaba un vestido blanco, unos zapatos negros, brillantes, y un osito de peluche en la mano. Se había perdido entre la multitud, y había empezado a tenderle los brazos a todo el que pasaba, pidiéndole en silencio, mientras lloraba, que la llevase a casa.
Tenía el pelo negro corto, rizado graciosamente y rodeándole su pálida carita. Sus ojos, enormes y azules, brillaban con las lágrimas, mientras, en su interior, llamaba a gritos a su madre.
No entendía por qué la gente no le hacía caso.
Aún no comprendía qué significaba ser muda.
Un señor, de rostro arrugado y cuerpo rechoncho, le tendió la mano, y ella le sonrió, esperanzada a la vez que tomaba la sudorosa palma del hombre, sin importarle la humedad de sus anchos dedos. Era un individuo casi calvo, y bastante bajito.
La llevó cogida del pequeño brazo hasta un callejón oscuro, y, detrás de unos contenedores, la violó.
Fue muy delicado en todo momento. Ella no se dio cuenta exactamente de qué estaba pasando, de por qué ese señor hacía esas cosas tan raras, hasta que sintió que se partía en dos.
Ningún sonido salía de su boca abierta, taponada en vano por la asquerosa manaza del pequeño y patético pederasta. Seguía llorando, enloquecida de dolor y pánico.
No diré “por suerte”, porque no existe la suerte en una situación así. Pero, al menos, duró poco.
Él la dejó allí, tendida, emitiendo un gemido y eyaculando sobre la basura, preocupado por no dejar pruebas. Había tenido suerte; a ella no le había sangrado el himen al romperse.
Se marchó, mirando a ambos lados furtivamente.
Ella lloraba en silencio, y sus enormes ojos de muñeca de porcelana, abiertos en una mueca de pavor, semejaron los de una pieza de colección más que nunca: parecían muertos, siniestros observadores, preciosos, pero terroríficos en esencia.
Tras varias horas, y aún dolorida, se levantó del sucio suelo y arrastró tras ella al osito, que se había descosido y era destripado por el suelo.
Caminó durante toda la noche, atrayendo miradas con su sucio vestido blanco y el peluche sin relleno colgado de su blanca manita.
A la mañana siguiente, un policía se acercó a ella y le tendió una mano, pero ella se pegó contra la pared, mirándolo con temor y tironeándose de la falda hacia abajo, sin soltar su juguete en ningún momento.
Finalmente, el guardia de tráfico la cogió en brazos, mientras ella le arañaba y lloraba, desconsolada, y la llevó a comisaría.
Sus padres estaban fuera, buscándola, pero habían puesto la denuncia, y ya les habían llamado para que volvieran.
Ella se abrazaba al oso con frenesí, y miraba a su alrededor con puro terror.
Al llegar sus padres, la abrazaron, la besaron, le dijeron mil palabras de consuelo. Ella no pudo contarles lo que había pasado. No pudo emitir ni un sonido.
“Ya estamos aquí”.
“Ya ha pasado todo”.
“No volveré a separarme de ti nunca”...
No la consolaron.