20/4/09

Sólo una lágrima por noche

Aquí, una especie de canto al derecho de disfrutar del sexo como cada uno quiera. Y a la libre ingesta de alcohol.

Sus pupilas desenfocadas vagaban por la habitación viendo figuras borrosas sacudirse bajo colores danzantes. Su cabeza se ladeó, y parpadeó a la vez que la sacudía, intentando despejarse. Era inútil.
Se levantó apoyándose en el brazo del sillón, y estuvo a punto de caerse, pero un alma caritativa le sujetó y le preguntó si estaba bien. Ella no pudo responder más que con una caída de ojos y desmayándose en sus brazos.
Cuando volvió a ser consciente de lo que había a su alrededor, estaba con la cabeza inclinada sobre el váter, mirando su propio vómito. Notaba el fuerte y desagradable olor, así como el inquietante sabor en su boca.
- ¿Estás mejor? - preguntó una voz preocupada a su lado. Al girarse para darle las gracias a aquella bellísima persona, se quedó boquiabierta. Junto a ella se encontraba un chico de apenas dieciséis-diecisiete años con el pelo largo, liso, e incipiente barba. Un piercing adornaba su labio inferior, y sus ojos grises la observaban con preocupación sincera. Era de rasgos finos, atractivos, y físicamente... una bellísima persona. Él compuso una mueca extraña y le tendió el rollo de papel higiénico
- Parece que aún no.
Ella se dio cuenta de que debía tener la boca aún manchada de vómito, y se limpió, sonrojándose. Él sonrió ante el gesto recatado de ella. Se sintió ridícula observada por esos ojos tan perfectos.
Él le tendió la mano, y la ayudó a levantarse. Le indicó que se arreglase si quería, señalando el espejo. Al mirar su reflejo, ella descubrió que seguramente había estado llorando, pues tenía corrida la sombra de ojos. Al recordar que había llorado, recordó todo. Había sido por culpa de un chico. Todo siempre era por culpa de los tíos.
Hundió el rostro entre sus manos y se sentó en el borde de la bañera, incapaz de hacer nada más. Después de emborracharse estúpidamente y llorar lo indecible, aún seguía acordándose de él.
El buen chico la miró, dubitativo, y acabó sentándose a su lado tras suspirar. Le habló de cosas que para ella no tenían sentido. Que todo se olvida. Que los problemas no parecen tan graves si se comparan con los de los demás. Que lo único que no tiene solución es la muerte.
Ella encontró atractiva la idea de la muerte. Él le puso una mano en el hombro, tímidamente, y le sonrió. Aquel simple gesto, que era incluso infantil, la reconfortó más que todas las palabras de consuelo que había pronunciado antes. Alguien llamó a la puerta, diciendo que había gente esperando. Ella recordó que estaban en una fiesta.
Él apretó un instante la presión de su mano, y se separó de ella con una expresión que cautivó cada fibra de su ser.
Se levantó, limpiándose con rapidez las lágrimas, y salió detrás de él. La gente que esperaba para entrar al baño les miró con miradas cuyo significado ofendía. Pero ella no les gritó. Se sonrojó, y se sintió intimidada. Él tomó su mano y la llevó por el pasillo, ignorando los comentarios que se oían a sus espaldas. Ella se permitió sonreír.
Antes de que se diera cuenta, él la estaba sacando de la casa. Echaron a correr por el callejón trasero de la mansión, y llegaron a una oscura y pequeña cala.
A ella no le importó salir de la fiesta. De todas formas, tampoco sabía de qué era, sólo había ido con unas amigas que se lo recomendaron para olvidarse de su ex. Él se tumbó en la arena, y ella se quedó mirándole estupefacta. Él miraba el cielo, y sonreía levemente.
Ella le imitó, y contempló el cielo estrellado.
- Todas las noches merecen una lágrima... pero si les damos más, después la luna nos parece insoportable - susurró él con voz trémula y los ojos brillantes. Ella le observaba con avidez, cada vez más cautivada por sus labios, adornados con aquel piercing circular, y sus ojos grises, a punto de llorar y más hermosos, si cabe, que antes - Por eso es mejor dejar de llorar llegado cierto punto, y dejarse llevar por ese sonido...
Ella frunció el ceño, sin entenderle. Él volvió a sonreír, y cerró los ojos. Ella sintió el impulso de decirle que los abriera.
- Cierra los ojos... y escucha - sugirió él.
En cuanto lo hizo, ella quedó conmovida. El suave sonido del oleaje estaba acompañado del silbido grave de una brisa refrescante y salada, mientras algún grillo cantaba acordes desafinados en la lejanía y el agua resbalaba por la arena.
De pronto, sintió algo sobre sus labios, y supo que eran los de él al saborear algo metálico. Fue un beso casto, demasiado corto para poder saber si le había gustado o no. Abrió los párpados y le miró, sobre ella, con una leve sonrisa.
- Aunque las lágrimas saquen lo más bello de una mujer... a ti no te sientan nada bien - declaró acercando su rostro al de ella a medida que su expresión iba haciéndose más seria. Ella entrecerró los ojos, y afianzó sus manos en el cuello de él, obligándole a besarla de nuevo. Esta vez, recorrió toda la boca de él con la suya, saboreando su saliva, mordisqueando su labio inferior y apoderándose de su lengua.
Abrazados sobre la arena, con las manos temblorosas mientras se desnudaban mutuamente, ambos experimentaron la mejor sensación de su vida: se completaron el uno al otro, se hicieron sonreír y gemir de placer, se obligaron a intercambiar miradas electrizantes, y se susurraron cosas incomprensibles al oído.
Tras escribir sensaciones sobre la piel del otro durante casi toda la noche, un brillo inexplicable surgió en el horizonte, bañando de un color dorado la espuma en la arena.
Al detenerse, agotados pero aún ansiando al otro, los ojos de él brillaron, y una lágrima cayó sobre la mejilla de ella. Él sonrió a la vez que se secaba los ojos.
- Sólo una lágrima por noche.
Ella estuvo totalmente de acuerdo con su frase. Se vistieron mientras miraban al otro con timidez. Ella no recordaba para nada a su ex. Él le sonrió mientras se encaminaba hacia la mansión.
- Ha sido un placer conocerte.
Ella estuvo a punto de decir "lo mismo digo", pero se mordió la lengua. Sólo una lágrima por noche. Entendía perfectamente lo que quería decir, y no quería estropearlo.
Entonces se le ocurrió algo.
- ¿Cómo te llamas? - exclamó con preocupación. Él le sonrió, andando de espaldas, y ella esperó unos segundos antes de devolverle la sonrisa. Se giró, y contempló amanecer.
Lentamente, a la vez que las olas arrastraban la luz dorada hasta la orilla, su expresión fue cambiando, y acabó mordiéndose el labio inferior mientras sonreía con desgana al horizonte.
Sólo una lágrima por noche.

1 comentario:

Barbijaputa dijo...

Todas las noches merecen una lágrima... pero si les damos más, después la luna nos parece insoportable.

Jo... qué bonito...