2/4/09

El sentido de un silencio

Jolene, es el relato de la niña, por si quieres parar de leer.

Un abrazo. Todo empezó mientras buscaba un abrazo.
La pequeña niña, que tendría apenas dos o tres años, parecía una muñeca de porcelana. Era algo alta para su edad. Era muda.
Eso le aislaba del mundo de un modo que nadie acertaba a entender. Nadie que no estuviese en su misma situación.
Ese día llevaba un vestido blanco, unos zapatos negros, brillantes, y un osito de peluche en la mano. Se había perdido entre la multitud, y había empezado a tenderle los brazos a todo el que pasaba, pidiéndole en silencio, mientras lloraba, que la llevase a casa.
Tenía el pelo negro corto, rizado graciosamente y rodeándole su pálida carita. Sus ojos, enormes y azules, brillaban con las lágrimas, mientras, en su interior, llamaba a gritos a su madre.
No entendía por qué la gente no le hacía caso.
Aún no comprendía qué significaba ser muda.
Un señor, de rostro arrugado y cuerpo rechoncho, le tendió la mano, y ella le sonrió, esperanzada a la vez que tomaba la sudorosa palma del hombre, sin importarle la humedad de sus anchos dedos. Era un individuo casi calvo, y bastante bajito.
La llevó cogida del pequeño brazo hasta un callejón oscuro, y, detrás de unos contenedores, la violó.
Fue muy delicado en todo momento. Ella no se dio cuenta exactamente de qué estaba pasando, de por qué ese señor hacía esas cosas tan raras, hasta que sintió que se partía en dos.
Ningún sonido salía de su boca abierta, taponada en vano por la asquerosa manaza del pequeño y patético pederasta. Seguía llorando, enloquecida de dolor y pánico.
No diré “por suerte”, porque no existe la suerte en una situación así. Pero, al menos, duró poco.
Él la dejó allí, tendida, emitiendo un gemido y eyaculando sobre la basura, preocupado por no dejar pruebas. Había tenido suerte; a ella no le había sangrado el himen al romperse.
Se marchó, mirando a ambos lados furtivamente.
Ella lloraba en silencio, y sus enormes ojos de muñeca de porcelana, abiertos en una mueca de pavor, semejaron los de una pieza de colección más que nunca: parecían muertos, siniestros observadores, preciosos, pero terroríficos en esencia.
Tras varias horas, y aún dolorida, se levantó del sucio suelo y arrastró tras ella al osito, que se había descosido y era destripado por el suelo.
Caminó durante toda la noche, atrayendo miradas con su sucio vestido blanco y el peluche sin relleno colgado de su blanca manita.
A la mañana siguiente, un policía se acercó a ella y le tendió una mano, pero ella se pegó contra la pared, mirándolo con temor y tironeándose de la falda hacia abajo, sin soltar su juguete en ningún momento.
Finalmente, el guardia de tráfico la cogió en brazos, mientras ella le arañaba y lloraba, desconsolada, y la llevó a comisaría.
Sus padres estaban fuera, buscándola, pero habían puesto la denuncia, y ya les habían llamado para que volvieran.
Ella se abrazaba al oso con frenesí, y miraba a su alrededor con puro terror.
Al llegar sus padres, la abrazaron, la besaron, le dijeron mil palabras de consuelo. Ella no pudo contarles lo que había pasado. No pudo emitir ni un sonido.
“Ya estamos aquí”.
“Ya ha pasado todo”.
“No volveré a separarme de ti nunca”...
No la consolaron.

2 comentarios:

Jolene Aims dijo...

Dejame en paz xDDDDD

Desilusionista dijo...

Uf...pues me lo he leído, pero no sé qué decir...así que...me lo he leído.

Brutal. Y tierno. Y despiadado. Y lo peor o mejor de todo, realista.