30/5/09

Noche friki

Anoche cenamos sushi. Y pollo yakitori, y alitas con salsa especial, y un par de cosas más, y sake, pero sin duda lo mejor fueron las charlas sobre fenómenos paranormales, las discusiones otakus, los piques de cultura general y la mítica frase que comenzó la noche.

- Espero que todo salga bien y no llueva ni na.
- Tira un dado.


...simplemente magnífico.

28/5/09

Qué wapo xDD

Gocheando a David Frost:

1 - Ve a Wikipedia. Elige artículo aleatorio.
El primer artículo que te salga del random es el nombre de tu banda.

2 - Ve a Wikiquote. Igual que antes, elige un artículo aleatorio.
Las últimas cuatro o cinco palabras de la última frase célebre (quotation) será el título de tu primer álbum.

3 - Ve a Flickr y click en "explore the last seven days".
Tercera foto, no importa lo que salga, esa será la portada de tu disco.


Nombre de la banda: Socorro Rojo Internacional
Nombre del primer álbum: El pariente pobre de la democracia (cita de Marcelino Camacho)
Portada del disco: Aquí

25/5/09

Entre las cenizas del recuerdo III

¿Qué parece el rastro de la gente? Vasos rotos, oscuridad prematura y bolsas vacías. Voces de fondo, es todo lo que queda, fundido en negro, como en una foto antigua escalas de grises que recuerdan irremediablemente a una noche de fiesta cualquiera, a una juventud desfasada, a un polvo fácil, que se rememora sólo entre amigos. Los pasos se adueñan del consciente bebedor que saborea ron entre labios desconocidos.
Su pulso se acelera inexplicablemente con las luces semiapagadas de las farolas.
El escritor sonríe irónicamente, abrazado a su sobriedad como un náufrago a un madero, desesperada e inútilmente. Tarde o temprano sus dedos perderán la fuerza, su sobriedad se disipará entre bocanadas de agónica esperanza, y su coma etílico sucumbirá junto a desconocidos rostros en desconocidas mañanas que saben a alcohol. El escritor observa a su amigo, pintor, que bebe café entre inconsciencias.
- Te dije que no bebieses.
- Cállate.
Sí, eso, te lo dijes. Siempre te lo dijes, siempre con la razón. ¿Qué sentirá la gente que tiene siempre la razón?, se pregunta con desenfocadas pupilas mientras imagina empuñar un bolígrafo para ponerse surrealista. Está tan acostumbrado a equivocarse que ni con su prodigiosa imaginación es capaz de ponerse en la situación de alguien cuyas verdades siempre sean indiscutibles.
Además, era mucho mejor artista que él, y, aunque fuese su mejor amigo, esa envidia por su talento siempre había estado ahí agazapada, y ahora se bañaba con los cubatas, en una especie de orgía mental entre los recuerdos que afloraban a su semiconsciencia.
- Cállate, y sigue bebiendo tu asqueroso café.
- Pero te lo dije. Y aún estabas sobrio, así que podrías haberme oído. Te lo dije, ¿no?
- Ah, sobrio... sobrio... recuerdo cómo era eso... ¿cómo era eso?
- Como cuando podías tenerte en pie.
- Ja-ja... mira cómo me río. ¿Ves cómo me río? Me descojono con tus ocurrencias.
- Ni siquiera eres capaz de soltar un sarcasmo decente. Deberías parar ya. Los otros ya han parado.
- No tienen aguante, están todos por ahí tumbados ahogándose en su propio vómito.
- No es cierto, están en el salón, bailando, tú eres el que ha ido a vomitar, y ahora está tumbado en la cama de la habitación de invitados.
- Cállate.
- ¿Por qué te haces esto?
- ¿Y tú por qué crees? - recordó pensar algo parecido a "basta ya de polladas" - Porque me he entregado a una espiral autodestructiva melancólica digna de Baudelaire, ¡envidiadme, poetas del siglo XIX! - alza el puño e intenta incorporarse en una pose victoriosa - ¡Ni con vuestro opio y absenta...! - vomita - ¡...podéis ganarme!¡Porque estáis muertos!¡Ja! - vuelve a caer sobre la cama.
- Agh, qué asco, mira cómo has puesto el suelo, está todo perdido...
- Creí haberte dicho que te callases.
- Cállate tú, ¿no te jode?¿Quién crees que tendrá que limpiar después? Ésta es mi casa, capullo, y has vomi... ¡Dios!¿Qué cojones es eso?¿Chorizo?¿Es que no masticas?
- De vez en cuando se me olvida, no creí que me lo tuvieses en cuenta.
- Tu vida se ha convertido en alcohol, comida basura y putas, ¿qué coño te pasa?¿De verdad que estás en una espiral autodestructiva? - el pintor calló un momento. Entre la oscuridad de la habitación y los nublados sentidos del escritor, su rostro en sombras parecía desaparecer en la noche - ¿Es por ella?
- Cállate.
- ¡Oh, sí que es por ella!¿Por qué? - parecía enfadado. Con razón, a no ser que el alcohol también hubiese empezado a borrarle la memoria (cosa que agradecería), el escritor tenía construida la teoría de que aquel gran amigo suyo iba tras su culo - Ya han pasado casi dos años, ¿no crees que el tiempo razonable de lloriqueos pasó hace tiempo?
- Que te calles, ¡he dicho! - se incorporó en la cama, quedando frente a su amigo, que le tendió un botellín de agua. Se limitó a echárselo por el cuello, deseando con todas sus fuerzas que los latidos en su cabeza acallasen o explotasen de una vez, que desapareciesen - No tienes ni idea.
- Oh, por supuesto, nunca tengo ni idea.
- Pues no, para tu información, eres un ignorante.
- Así que ahora soy un ignorante, ¿eh? - un brillo extraño asomaba a su mirada. "Bah, a la mierda con todo esto" recordó pensar justo antes de lanzarse al cuello del pintor.
Después, todo fue confuso, rápido y feroz, un amasijo de sábanas o imágenes con frases cortantes e irónicas.
- ¡AGH! Te sabe fatal la boca.
- Entonces no me beses ahí.
- ...has engordado.
- Que te calles.

A la mañana siguiente, el escritor se levantó con cuidado de no despertar al pintor, que tenía media espalda cubierta por esa melena de rizos negros que cuidaba con tanto cariño, y estaba expuesto al frío mordisco del viento matinal en el resto del cuerpo.
En el salón, cuerpos desnudos o semivestidos se cruzaban sobre las alfombras y los sofás, una pareja aún se movía y gemía tras la barra americana. Cogió un paquete de tabaco que estaba por el suelo y se adueñó de un cigarrillo, que se encendió al sentarse en la barra y mirar por el inmenso ventanal.
Estaban en un octavo piso, y se veía la ciudad, hasta lo lejos, donde un amanecer colorido y cuidadoso despertaba. La parte buena del atávico ciclo.
Un par de minutos después, mientras los gemidos subían de tono y el alba teñía de dorado calor los tejados, apagó el cigarro en un cenicero lleno a rebosar, mezclando en su imaginación sus memorias y vivencias con toda la noche pasada, rostros y momentos, fragancias y frases, voces y pieles... cenizas entre cenizas.

Y Jolene...



"Ella daba dos pasos hacia delante
Daba dos pasos hacia atrás
El primer paso decía buenos días señor
El segundo paso decía buenos días señora
Y los otros decían cómo está la familia
Hoy es un día hermoso como una paloma en el cielo

Ella llevaba una camisa ardiente
Ella tenía ojos de adormecedora de mares
Ella había escondido un sueño en un armario oscuro
Ella había encontrado un muerto en medio de su cabeza

Cuando ella llegaba dejaba una parte más hermosa muy lejos
Cuando ella se iba algo se formaba en el horizonte para esperarla

Sus miradas estaban heridas y sangraban sobre la colina
Tenía los senos abiertos y cantaba las tinieblas de su edad
Era hermosa como un cielo bajo una paloma

Tenía una boca de acero
Y una bandera mortal dibujada entre los labios
Reía como el mar que siente carbones en su vientre
Como el mar cuando la luna se mira ahogarse
Como el mar que ha mordido todas las playas
El mar que desborda y cae en el vacío en los tiempos de abundancia
Cuando las estrellas arrullan sobre nuestras cabezas
Antes que el viento norte abra sus ojos
Era hermosa en sus horizontes de huesos
Con su camisa ardiente y sus miradas de árbol fatigado
Como el cielo a caballo sobre las palomas
". Vicente Huidobro

22/5/09

Entre las cenizas del recuerdo II

A veces, el amanecer despierta entre ronroneos y caricias, desperezándose con cuidado de no rozar la noche para que pueda descansar tranquila, estirando con adormecida lentitud y recién adquirido cuidado reverberantes nubes de mortecino color. En el vagar de las olas o el suave suspirar de la tierra, sobre escaleras y cieno o árboles y arena… tiñendo de ámbar y lila el horizonte.
Otras veces, sin embargo, su despertar es brusco, repentino, como el de un niño acosado por pesadillas, y entonces su inquietud golpea la oscuridad como un puño cerrado, sin suavidad ni cuidado alguno. Su respiración agitada remueve los cielos, y su frío sudor baña el viento, manchando de un gris sucio y resquebrajado de blanco la mañana.
El escritor lo sabía, lo había adivinado tras muchos cigarrillos de madrugada, y lo había llamado en su fuero interno “el atávico ciclo”.
Había copiado el gusto por la palabra “atávico” de una vieja amiga cuyo nombre se le escapaba entre los dedos por la culpabilidad, por no haber seguido en contacto, o algo parecido.
Aquella otra mañana, como muchas antes, era una de esas bruscas y repentinas.
Tiró el cigarro a medias, con una mueca resignada, consciente de que le esperaba un día amargo. No paró en la cafetería de abajo, notando ya en la boca el sabor a ceniza y café, a inspiración despechada y ajenidad.
Simplemente continuó caminando sin esperar ni encontrar nada, sin buscar tampoco; bueno, quizás un pequeño resquicio de mundo que no le mostrase que la melancolía, por inútil que fuese, seguía ahí. Añoraba esos días en los que no añoraba nada. Maldijo entre dientes por la redundancia, y sonrió agriamente por la ironía.
Los coches que pasaban por la calle aquel día parecían nuevos, recién lavados todos ellos, brillante el metal de la chapa y reflexivos los cristales. ¿Podrá un cristal, o un espejo, realmente reflexionar? Se preguntó sin prestar demasiada atención a lo que pensaba. ¿Y qué pensará un espejo?¿”Ojalá fuese más guapa ésta que se mira cada mañana”?¿”Quítate ya ese maldito bigote, ¿no ves que no te queda bien?”? Tenían que ser superficiales, por fuerza. Habían sido hechos para serlo.
Los cristales ya eran otra cosa. Dejaban pasar la luz (la mayor parte del tiempo), y observaban todo desde dos perspectivas, dentro y fuera. ¿Dónde estaba dentro, y dónde fuera? Para ellos no supondrá tanta diferencia, ¿no?
Volvió a maldecir entre dientes. Había llegado a un callejón sin salida, y no era una metáfora de sus infructuosas cavilaciones que ni intentaba responder (que también). Al dar media vuelta, se descubrió en una zona bastante alejada de la ciudad, donde la mañana, al parecer, ya había superado su mal despertar.
Y allí, acodado en un alféizar, vio a un joven de aspecto cansado y abatido. Su postura y expresión no parecían las típicas en una persona de su edad, que, por definición, suelen ser joviales. Al escritor se le antojó autocompasivo, y ahogó una nueva carcajada agria, pensando en espejos y reflexiones inútiles. Y melancolía.
Se apoyó en una parada de autobús, fingiendo esperar y espiando por el rabillo del ojo al chico de mirada acuosa. Oh, sí, melancolía y autocompasión, sin duda, todos los signos inequívocos. Semblante perdido en pensamientos o sentimientos malheridos, ceño fruncido en gesto de incredulidad, lagrimales gritando con inminencia, flojera en todo el cuerpo, manos temblorosas…
O a lo mejor estaba enfermo.
De pronto, sonó un timbre absurdo desde el bolsillo de su objeto de estudio, que, con la faz iluminada, sacó uno de esos móviles enanos de última generación, pero la esperanza murió en cuanto tuvo la pequeña pantalla ante sus ojos.
Desamor, aventuró con seguridad el escritor. No era ella.
El autobús llegó, y, para no seguir parado allí y revelar su escrutinio, subió, maldiciendo entre dientes. Se sentía cruel, pero algo mejor, a pesar de todo. Notó de nuevo ese sabor amargo, de despertar brusco, pero lo ignoró deliberadamente, fingiendo que tampoco paladeaba esas cenizas del recuerdo, esa añoranza, aunque fuese sólo unos instantes. A ratos, gustaba eso de contemplar a otro más desdichado y patético que uno mismo.



"Nadie recuerda un invierno tan frío como éste.
Las calles de la ciudad son láminas de hielo.
Las ramas de los árboles están envueltas en fundas de hielo.
Las estrellas tan altas son destellos de hielo.
Helado está también mi corazón,
pero no fue en invierno.
Mi amiga,
mi dulce amiga,
aquella que me amaba,
me dice que ha dejado de quererme.
No recuerdo un invierno tan frío como éste.
" Ángel González



"CREPÚSCULO, ALBUQUERQUE, INVIERNO
No fue un sueño,
lo vi:
La nieve ardía.
" Ángel González

15/5/09

Entre las cenizas del recuerdo I

Entre las cenizas del recuerdo, aún quedan algunos rescoldos, apenas capaces de humear, cuanto menos prender de nuevo lo que un día fueron. Ahí, escondida a simple vista, se oculta la melancolía, la triste añoranza de un tiempo pasado, cubierta de enfermizo polvo y agónicos sentidos borrosos, percibidos como a través de un cristal empañado.
Despierta del letargo a los durmientes, emociona a los apáticos, acobarda a los valientes y enternece a los duros.
Oprime el pecho y, de algún modo, consigue hacer saltar una lágrima. Se siente el ceño fruncido y se busca una ventana que traspasar con la mirada, o se contempla el vacío, a su falta.
La melancolía no enciende el rescoldo, sólo lo mantiene vivo a duras penas, como tomándolo con cariño entre las manos sólo para descubrir que aún quema.
Él sabe bien que esos restos empolvados en la memoria son irrecuperables, e irremplazables; desistió tiempo atrás de su vana búsqueda. Se conformó por una época con nuevas llamas, nuevas sensaciones que se volverían ceniza, pero seguía quemándose las manos con la melancolía.
Y cedió, como humano débil e imperfecto que era, a la invisible y ponzoñosa añoranza. Aún hoy cede.
Bajó otro día cualquiera a la cafetería, temprano como de costumbre, a unas horas que en otra época había considerado indecentes, y se encontró al dueño abriendo. Le sonrió sin esperar respuesta, consciente de que estaba ocupado, y se sentó a esperar su café con un cuaderno abierto sobre la barra, en blanco, y un bolígrafo encapuchado en la mano izquierda y un cigarro apagado en la derecha. A esperar inspiración.
Pero sólo le salía melancolía, como de costumbre también.
Prisionero de su propio pasado, esclavo vitalicio del recuerdo y las visiones borrosas de mejores tiempos; él ya sabía que abusaba de los suspiros, así como de los puntos suspensivos.
En los tiernos momentos de apagar el cigarrillo, vestir el bolígrafo, pagar el café y cerrar un cuaderno ahora escrito, vio o entrevió por el rabillo del ojo a una mujer de mirada cansada con una niña ruidosa que gritaba esporádicos "¡mamá!" cogida de su mano.
Se sentó a una mesa, la niña empuñó entonces una muñeca de su bolsito rosa de juguete y la sentó sobre la madera, frente a su diminuto rostro, dispuesta a hablar de algo al parecer de vital importancia, como sólo para un niño pueden tener vital importancia los horarios de los dibujos animados en la televisión, y su coincidencia con indeseadas obligaciones escolares.
Él se fijó en su agotada madre.
"Pensará en el pasado", se medio preguntó. "En cuando no la cansaban una hija, ni una casa, y le quitaban tiempo y felicidad..."
De improviso, la niña le dijo algo a su madre que iluminó su rostro con una radiante sonrisa y le valió un sonoro beso en la frente.
"No, no piensa en el pasado", decidió el escritor marchándose, decepcionado sin saber muy bien por qué, y suspirando.



"Me siento, a veces, triste
como una tarde del otoño viejo;
de saudades sin nombre,
de penas melancólicas tan lleno...
Mi pensamiento, entonces,
vaga junto a las tumbas de los muertos
y en torno a los cipreses y a los sauces
que, abatidos, se inclinan... Y me acuerdo
de historias tristes, sin poesía... Historias
que tienen casi blancos mis cabellos.
" Manuel Machado

1/5/09

Incomunicación

Sin internet en casa. Volveré.

(Que amenaza más chunga, ¿eh?)