24/12/10

Winter is coming...

¡Ya falta menos!







(No sé a vosotros, pero a mí se me ponen los vellos de punta y me sale una sonrisa de tonto con cada nuevo vídeo que sacan del rodaje...)

18/11/10

EDAD: 10 AÑOS

-Tienes que dejar de meterte en peleas, Salva – suspiró la señorita Carmen tras la enfermera, que le curaba en ese momento la rodilla despellejada.
-¡Si yo no he empezado! - se defendió el maltrecho chico, que sólo veía por un ojo ya que el otro estaba hinchado y cogiendo un feo color azul, con una voz nasal debido a los pañuelos que poco a poco frenaban la hemorragia.
-Carlos y Rubén dicen que estaban jugando con Laura cuando tú llegaste y les pegaste.
-¡Mentira!¡Se estaban metiendo con ella, yo iba a salvarla! - gruñó, enrojeciendo de rabia - ¡Empezaron ellos!
-Entonces, ¿por qué ella dice que tú les pegaste primero?
El niño calló, avergonzado, pero aún sin ceder un ápice por la furia y el sentimiento de traición que le acababa de morder el pecho.
-Tienes que portarte bien, Salva. ¿Qué dirán tus padres?
Él miró por la ventana, decidido a no derramar ni una lágrima. Su profesora volvió a suspirar.
-Esto ya está – dijo la enfermera – No te pasará nada. ¿Quieres un caramelo?
-No – dijeron a la vez maestra y alumno. Carmen lo observó con fijeza, pero él no se dignó a devolverle la mirada – No hay caramelos para los niños que se portan mal. Esperará aquí hasta que lleguen sus padres.
Abandonó la habitación, y la enfermera se sentó en su escritorio, mirando unos papeles.
Salvador continuó con gesto hosco mucho rato más, acusando con sus ojos de niño a todo el mundo, hasta que se le cansaron, débiles y doloridos de intentar abarcar la recriminación en su mirada, y lloró de impotencia, por ser tan pequeño y sentirse tan solo.
Llegó Laura, y se fue, sin conseguir que la mirase ni respondiese una vez siquiera. Ella era la culpable, la mentirosa, la traidora.
Su madre, que había ido a recogerle, le regañó y gritó, pero él clavó la vista en sus zapatos, capeando inmutable el aluvión, y con una gran herida abriéndose con lentitud dentro de él, pero se negó a llorar por ella.
Sólo volvió a derramar lágrimas a oscuras en su habitación, esa noche, en silencio, apretando los dientes y hundiendo el rostro y las uñas en la almohada, pensando en susurros y sollozos.
-Es injusto.

18/10/10

Disertación

El amor es un asunto complicado y esquivo, cuya naturaleza, al parecer, sólo conocen los enamorados, y sólo algunos. Y no la conocen de un modo tan veraz como un matemático se explica que dos más dos suman cuatro, no, a veces, incluso lo explican con una ambigua y para nada satisfactoria aseveración "sólo lo sabrás cuando estés enamorado".
¿Qué clase de explicación, mal rayo os parta a todos condenados, es esa?
¿Y si crees estar enamorado y en realidad no lo estás? Porque hay mucha gente insegura de la leche en este mundo, y esas cosas no se pueden ir afirmando así porque sí, se presupone cierta tendencia previa, ciertas normas, por etiquetarlo de alguna manera; unas pistas que acaban desembocando en una conclusión irrefutable.
Aún así, el amor no se explica. No en los conceptos espirituales realmente necesarios. Se ha explicado muchas veces, tal vez en esa proliferación de significados se oculta un ramalazo de verdad, o tal vez sean precisamente esas numerosas descripciones las que obscurecen todo este asunto, volviéndolo complicado y esquivo.
Como las maneras de resolver un problema matemático, por seguir con la parábola; se pueden utilizar tantas fórmulas, que es más complicado a veces decidir cómo hacer algo que hacerlo en sí.
La cuestón es que todo el concepto del amor queda afeado por esta absurda y del todo innecesaria complicación que viene apareciendo en literatura desde... pues desde que la hay, básicamente. ¿Y sobre qué iban a escribir, si no? Al fin y al cabo, muchos dicen que el amor es lo más importante de todo el cosmos, macro o micro, o como se llame, ¿quién soy yo para llevarle la contraria a tan ilustres e insignes figuras históricas?
¡Si hasta Heráclito habló del amor y el odio refiriéndose al génesis mismo, al nacimiento del unverso y a su evolución!
Aquí me surge una duda, ¿se equipara la importancia del odio con la del amor?
Porque, dejemos las cosas claras: estamos en tiempos de odio, no de amor, el mundo hoy en día no sabe muy bien a qué atenerse cuando se menciona el "amor", como un jovencito timorato que titubea al oír una pregunta que no sabe si va dirigida a él y se apabulla y traba la lengua buscando una respuesta insegura. O, directamente, se tuerce en una fea mueca el labio, se fruncen ceño y nariz, y se suelta un comentario cínico digno del mayor dandi habido y por haber. ¿Quién ha sido capaz alguna vez que competir con el cinismo de Wylde, a ver?
Pero el ingenio, el odio y el amor como conceptos atribuidos a la raza humana y la Tierra han sido una digresión innecesaria, hablábamos aquí de un amor más terrenal (o espiritual, depende de a quién preguntéis), de uno más cercano a cada individuo, de ese en el que una persona X se "enamora" de una persona Y, y ya se ha liado.
Científicamente... bueno, ¡qué os voy a contar de las explicaciones científicas!
Cada cual se limita a explicar su parte: los biólogos hablan de hormonas, los psiquiatras de estados emocionales y procesos bioquímicos, los antropólogos de métodos de emparejamiento y supervivencia...
¿Sabéis que el amor tiene cuadros patológicos? Sí, sí, como en una enfermedad, y explican tanto el amor pasional como el estable o el apego afectivo y cariñoso, y hablan de la serotonina y la oxiyonosequé (y la testosterona y los estrógenos, mucho, mucho de la testosterona y los estrógenos), y dicen que voilá, ahí tienes en un papel escrito qué es el amor.
Pero escritas en papel hay muchas otras palabras que hablan de lo mismo, y día a día vemos detalles que creemos reconocer como amor, los sentimos...
¡Ah!, bribón, he aquí la palabra clave que andaba buscando. Sentir. Sentimientos, ¿no? Eso es el amor, al fin y al cabo, y hablamos de impulsos eléctricos neuronales, de procesos bioquímicos, de cuadros patológicos, todo para referirnos a un sentimiento, algo tan pequeño que cabe en el cuerpo de una persona, y que sí, puede variar aspectos fisiológicos básicos, y puede afectar incluso a la personalidad de uno mismo... pero, ¿realmente algo que cabe en el cuerpo de un ser humano, un mamífero bípedo de unos 75 kg y 1,75 m de estatura de media, es lo más importante del universo?
Que conste que yo creo firmemente en el amor. En el amor romántico y en el amor pasional, y en el cariño y el amor afectivo y duradero y estable...
Pero, por todos los dioses del Olimpo... ¿por qué es tan endiabladamente complicado? Eso, eso, y nada más, es lo que me saca de quicio. Aunque eso no quita que siga anhelándolo fervientemente.

—Cuando uno está en la cama con una mujer fea, lo mejor que puede hacer es cerrar los ojos y poner manos a la obra —declaró—. Aunque espere, la mujer no será bonita. Hay que besarla y terminar con el asunto.

Lord Petyr Baelish

16/10/10

Locura Transitoria

De vez en cuando, se descubren matices asombrosos en los lugares más inesperados. Como un latido que de pronto resuena en los oídos y embriaga con cierta calidez húmeda todo el cuerpo, o una respiración que se queda a medias, cortada por un instante afilado y puntiagudo que se clava en la garganta.
A veces, cuando se cierran los ojos y se inspira hondo sin más motivo que captar cada pequeñez del momento que nos rodea, el mismo paso del tiempo parece sobrar, los principios básicos y físicos de la realidad están de más, la gravedad es relativa, el oxígeno, suplementario, la vida está infravalorada, la normalidad sólo existe de relleno, esos párpados cerrados, ese aroma a paz y pureza, ese silencio amplificado, ese regusto a perfección, esas pequeñas motas de luz que brillan tras la oscuridad...
De repente todo aparece diáfano, se entiende el universo, la armonía existe, la felicidad deja de parecer tan irrealista, y el caos está en orden.
Y el leve, infinitesimal hasta ser casi invisible, matiz de que esa situación acabará tarde o temprano... sacude el mundo con visos imposibles de realidad hasta transmutarlo todo en algo aún más bello, tanto como terrible, hace temblar la consciencia y estremece nuestras convicciones más arraigadas...
Y todo acaba.
Y es más bello, más terrible, más real y más onírico que cualquier otra cosa.
Y, de vez en cuando... es posible llorar y reír a la vez.

29/9/10

Sonriendo

Era una noche fría, gélida, de esas que hacen pensar en playas cálidas de lugares más benignos, en la arena blanca y el azul cristalino del agua tibia, en el reconfortante brillo del sol colándose entre las hojas de una palmera, en anuncios de verano y viajes irrealizables.
Pero esos pensamientos se le desvanecían rápido de la mente, tras el primer castañeo y el segundo o tercer temblor que se le extendía por el cuerpo y le ponía los vellos de punta. Entonces, sonreía, y miraba de lejos la ventana, inclinada por la perspectiva que ofrecía la cama, y la luz blanquecina que se insinuaba tras las viejas cortinas le parecía tan buen o mejor elixir que la imagen de unos rayos de luz sobre una playa que quemaba los pies.
Soñaba, aún entumecido entre oleadas de cansancio, que le envolvían el crujido de madera anciana y el susurro de unas hojas en el exterior. Que la noche silbaba por el resquicio de la puerta, prometedora, y que unos labios a su espalda despertaban con él, le besaban la nuca y susurraban “¿qué pasa?” con voz somnolienta.
No tardaba en despejarse e incorporarse, solo, en una cama individual ruidosa y con un colchón demasiado blando para su gusto. Buscaba infructuosamente las zapatillas sin levantarse de la cama, para acabar dándose por vencido y aceptar que, de nuevo, se tomaría el café descalzo. No andaba sobre madera, ni las paredes eran de madera, ni sonía el crujido de la madera. Tal vez unas hojas susurrasen en el exterior de la ventana de alguien que viviese un par de calles más abajo, junto al East Meadow Park, pero dudaba que ni siquiera esa persona las escuchase, oyéndose como se oían los coches pasando bajo su ventana. Y eso que él vivía en un quinto piso.
Envuelto en una bata azul demasiado fina para aquel clima tan inclemente, enfilaba el pasillo con cuidado de no hacer ruido, de no despertar a su tempestivo compañero, y se preparaba un café.
Sonreía.
No estaba en una playa caribeña, pero no le apetecía. Y aunque aún no había llegado al hogar que pretendía tener, estaba un paso más cerca.
Contempló maravillado las dos manzanas que se veían desde las ventanas del salón de su humilde quinto piso, aún a oscuras y recortados contra un cielo negro, con un par de luces, abyectas e insomnes, encendidas contra todo pronóstico. Pero eso no importaba. Nada le importaba ahora.
Había dejado atrás toda una vida. Él prefería pensar que algún día volvería a España, a ver a toda esa gente a la que tanto quería, y que más adelante podrían visitarse mutuamente, pero ni su familia ni la mujer que se quedaban allí opinaban lo mismo. Al final, sus padres acabaron pidiéndole que llamase a menudo, y le dijeron todas esas cosas tan tópicas y ciertas sobre abrigarse, comer, y volver a casa al menor indicio de problemas.
Ella no soportó estar a su lado hasta el final. Un mes antes de irse a vivir a Edimburgo, ya lo había abandonado.
Tal vez tuviese razón, y había sido egoísta por querer irse de pronto, por no pensar en que ella también tenía familia, que tenía trabajo. Él intentó convencerla de mantener la relación a distancia.
Pero le había tenido que pedir perdón tantas veces y por tantas cosas que no consideraba dignas de mención, que desistió antes incluso que ella.
Y allí estaba. Trabajando en una simple editorial corrigiendo erratas y organizando archivos, pero allí. Sólo había publicado un pequeño libro de relatos en sus veinticinco años de vida, y algún que otro artículo en periódicos de poca monta. Concursos de literatura, trabajos basura, siempre intentando ir poco a poco más allá... pero la poca competitividad y la crisis no le permitían escalar en un mundo editorial más que deficiente.
Ni siquiera había logrado terminar la carrera. No porque se hubiese rendido, porque él pensaba volver a estudiar algún día, cuando se hubiese asentado todo, pero los demás sí que lo miraban como alguien que se había dado por vencido.
Cuando respondieron a uno de sus correos, que ya había olvidado, diciéndole que sí que haría falta un ayudante editorial en el departamento de traducciones de una pequeña editorial en escocia (aunque aclarando que sólo con un contrato temporal), casi lloró de alegría. Porque su sueño era vivir en una casa de madera en la campiña escocesa.
Eso le recordó que eran las cinco de la mañana y que aún le quedaban cuatro horas para entrar a trabajar, pero sería su primer día... y no se sentía capaz de dormir más.
Y allí estaba.
Sin un trabajo fijo, viviendo con un inmigrante, sin estudios universitarios, completamente solo en un país nuevo donde aún no sabía qué encontraría, combatiendo el frío con una taza de café vomitivo y mirando fachadas de edificios grises a oscuras en su primera noche en Edimburgo.
Pero sonriendo.

Por fin he recordado qué se siente... ¡y nada menos que en la entrada número 100 del blog!... Joder... me tiemblan las manos y no se me quita la sonrisa de los labios. Parezco un niñato al que acaban de quitarle la virginidad.

30/4/10

Cita

"Al pan, pan, y al vino vino. Pero a una prostituta llámala siempre señora. La vida de las prostitutas es muy dura, y no cuesta nada ser respetuoso con ellas."

Arl (El nombre del viento) - Patrick Rothfuss

20/4/10

La Guía del Autoestopista Galáctico

Todo empezó cuando vi la película. Después, busqué el libro (tal vez no con el ahínco necesario), lo di por perdido, y hace poco me lo regalaron. Es un libro cómico maravilloso y excéntrico hasta violar los conceptos de "paranoia" y "locura", creando una especie de universo esquizoide (y bolioide) en el que todo pasa a ser posible y un libro electrónico que sólo dice sobre la Tierra "fundamentalmente inofensiva".

Ahora, citaré uno de mis apartados preferidos del libro dentro del libro, a ver qué os parece:



-El pez Babel - dijo en voz baja la Guía del autoestopista galáctico - es pequeño, amarillo, parece una sanguijuela y es la criatura más rara del Universo. Se alimenta de la energía de las ondas cerebrales que recibe no del que lo lleva, sino de los que están a su alrededor. Absorbe todas las frecuencias mentales inconscientes de dicha energía de las ondas cerebrales para nutrirse de ellas. Entonces, excreta en la mente del que lo lleva una matriz telepática formada por la combinación de las frecuencias del pensamiento consciente con señales nerviosas obtenidas de los centros del lenguaje del cerebro que las ha suministrado. El resultado práctico de todo esto es que si uno se introduce un pez Babel en el oído, puede entender al instante todo lo que se diga en cualqiuer lenguaje. Las formas lingüísticas que se oyen en realidad, descifran la matriz de la onda cerebral introducida en la mente por el pez Babel.
Pero es una coincidencia extrañamente improbable el hecho de que algo tan impresionantemente útil pueda haber evolucionado por pura casualidad, y algunos pensadores han decidido considerarlo como la prueba definitiva e irrefutable de la no existencia de Dios.
Su argumento es más o menos el siguiente: "Me niego a demostrar que existo", dice Dios, "porque la demostración anula la fe, y sin fe no soy nada."
"Pero", dice el hombre, "el pez Babel es una revelación brusca, ¿no es así? No puede haber evolucionado al azar. Demuestra que Vos existís, y por lo tanto, según Vuestros propios argumentos, Vos no. Quod erat demonstrandum."
"¡Válgame Dios!", dice Dios, "no había pensado en eso", y súbitamente desaparece en un soplo de lógica.
"Bueno, eso era fácil", dice el hombre, que vuelve a hacer lo mismo para demostrar que lo negro es blanco y resulta muerto al cruzar el siguiente paso de cebra.
La mayoría de los principales teólogos afirma que tal argumento es un montón de patrañas, pero eso no impidió que Oollon Colluphid (autor de la trilogía "Los errores de Dios", "Otras de las grandes equivocaciones de Dios" y "Pero, ¿quién es ese tal Dios?") hiciese una pequeña fortuna al utilizarlo como tema central de su libro "Todo lo que le hace callar a Dios", que fue un éxito de ventas.
Entretanto, el pobre pez Babel, al derribar eficazmente todas las barreras de comunicación entre las diferentes razas y culturas, ha provocado más guerras y sangre que ninguna otra cosa en la historia de la creación.


by Douglas Adams (1952-2001)

20/1/10

El desafío

No sé qué opinión os merecerá esto... ya me diréis si he alcanzado el objetivo de hacer que parezca erótico.

ESTA SECCIÓN ES SÓLO PARA ADULTOS, MENORES ABSTÉNGANSE DE CONTINUAR




“Fue algo… inesperado, cuanto menos. Para empezar, me escribías A MÍ, y no a un pronombre anónimo, o a un recuerdo. Describías una situación, una promesa privada entre tú y yo…”
Su mano izquierda acariciaba con delicadeza el muslo derecho del cuerpo tendido sobre la cama, mientras la diestra rozaba apenas con las yemas de los dedos la línea de la yugular y el hueco de la clavícula, besando sus pequeños labios la ingle y lamiendo su lengua el interior de una pierna inquieta.
-Ah…
-Ssshh. Quieto.
-No puedo. ¡Me pones nervioso!
-Esa es la cuestión.
-Creía que era el placer.
-También.
Se quedó todo lo quieto que pudo mientras las manos de ella se entretenían en sus costados, repasando cada costilla y provocándole temblores en la columna por las tenues cosquillas, volviendo a sus ingles con la boca, y después a su ombligo con una leve sonrisa asomándole al rostro. Tanta sensibilidad la divertía, y disfrutaba atormentándolo.
-¿Quieres que pare? – susurró su pequeña y aterciopelada voz en algún lugar de su vientre, mientras él aferraba con fuerza el cabezal de hierro de la cama y apretaba los párpados, tratando de mantener los ojos cerrados.
-No… - murmuró, entrecortado por jadeos y suspiros.
-¿Quieres que PARE? – preguntó ella con más urgencia junto a su mandíbula, trepando a leves mordiscos hasta su oreja.
-No – suplicó él, con la voz rota y el cuerpo encogido, alejándose de su piel.
La mano de ella repasó el contorno de las esposas en sus muñecas, que lo mantenían inmóvil, y descendieron lenta, muy lentamente, por sus brazos. Él sentía los muslos de ella sobre los suyos, esos senos perfectos, pequeños, redondos, tersos y puntiagudos sobre su pecho , mientras esas uñas iban descendiendo por sus bíceps, rodeando sus pectorales y recalando en sus costillas, bajando con deliberada reticencia hasta su ombligo, justo junto a…
-¿Qué quieres que haga, entonces? – la notó sonreír por su nuca, tras su lóbulo izquierdo, y sintió que se le ponían todos los vellos de punta mientras los dedos de ella rozaban y se alejaban de él, dibujando estelas en su bajo vientre.
-Por favor… - le salió una súplica. La carcajada seca de ella sonó ronca, pero sintió cómo esos tentadores dedos comenzaban a rodearlo, lo sintió crecer, latir, supo que ella también lo había sentido cuando lo apretó por un instante.
-Dilo – las manos de ellas subían y bajaban muy… demasiado lentamente, ordenándole que rogase en voz alta – Suplícame.
Gimió. Se estremeció. Volvió a gemir cuando se detuvo, y fueron sus labios los que empezaron a juguetear con su cuello, evitando sus ansiosos besos, y buscándolos con divertida picardía.
Fue más consciente que nunca de su desnudez, de su vulnerabilidad, de lo mucho que la deseaba. Del segundo latido de su cuerpo. De la necesidad, casi dolorosa, que le entrecortaba el aliento.
-¿Qué quieres? – sus manos volvieron a moverse. Su lengua volvió a rozarle. Su susurro le erizó la nuca.
-Tus labios.
La notó sonreír. Notó sus manos apretarlo, y soltarlo luego, acariciando su cintura. La boca de ella descendía por su clavícula. Le lamió el cuello y mordisqueó suavemente sus pezones hasta hacerlo temblar; sus dedos encrespaban el mullido vello de sus muslos, enmarcando los músculos de sus piernas para estremecerle los tendones e impedirle reaccionar. Jadeó al notar su respiración bajando por los abdominales, su lengua entreteniéndose a cada centímetro, sus labios, que le habían humedecido una línea de piel desde el cuello.
Arqueó la espalda, y ella rió. Notó su cuello, buscando su boca, y sintió el calor de sus labios rodeándolo, envolviéndolo, casi absorbiéndolo, y sus uñas clavársele en los muslos, y sus pechos temblar levemente sobre sus rodillas.
Ella quería darle placer. Él lo deseaba. Sentía la humedad de su lengua subiendo y bajando, la calidez de su aliento con cada bocanada a medias, la caricia del casi suspiro que exhalaba por la nariz en su ombligo, su saliva y su garganta apretándolo, succionándolo en una cadencia rítmica. Arriba y abajo, con lentitud, alzando de vez en cuando esos ojos castaño-oscuros bajo unas largas pestañas, buscando la satisfacción en su rostro.
Él tenía la boca entreabierta. Se clavaba las uñas en las manos, movía las caderas al ritmo que seguía la cabeza de ella; arqueaba la espalda, notando el cosquilleo de placer treparle por la columna, extenderse por todos sus miembros desde el epicentro en su cintura y hacerle encoger los dedos de las manos y de los pies.
Ella paró un segundo. Lamió brevemente la punta. Él aún tenía la espalda arqueada, haciéndolo rozar con su mejilla y acariciándolo con la lengua de vez en cuando.
-Estás muy callado – sonrió, echando su cálido aliento sobre el repentinamente enfriado y húmedo miembro.
-Por favor… - gimió él, con ojos vidriosos y entornados, la espalda de nuevo recta, mejillas ruborizadas y cuerpo tembloroso.
-Por favor… ¿qué? – besó su pene con una sonrisa en los labios, esos cálidos, húmedos y brillantes labios carmesí, que habían dibujado su marca en él. – Pídemelo otra vez.
-Tus labios…
-Así, no – ella subió. Le besó con violencia, enmarañándole la melena negra y rizada con una mano mientras con la otra aún lo apretaba firmemente, como para asegurarse de que nada se tranquilizase por allí. Como si fuese posible. Lo miró a los ojos, sonriendo, ansiosa; movió su mano de arriba abajo una vez, con fuerza, llevando al límite del dolor el indescriptible placer abrasador que se extendía en oleadas por todo su cuerpo desde sus ingles – Suplícame.
-Te lo suplico…
-¡No! – le besó con más fuerza, aún. De arriba abajo. Le dolió. Gimió. Deseó que no parase, pero ella no continuó. Sonreía, respiraba con fuerza sobre su rostro, la oía tragar saliva. Ella deseaba que él lo pidiese en voz alta. Lo ansiaba casi tanto como él ansiaba sus labios envolviéndolo. Deseaba que fuese consciente de hasta qué punto lo dominaba. Que lo admitiese en voz alta – SUPLÍCAMELO.
Y… oh… él era muy consciente de ello.
-Por favor… te lo suplico… - él le jadeó en los labios. Ella evitó su beso, y él le gimió al oído – …vuelve a chupármela…
De nuevo, la notó sonreír en su cuello. Notó triunfo en el nuevo apretón a su miembro, y en su hombro.
Los labios de ella descendieron directamente a su entrepierna, su manos se aferraron a su cintura. Fue mucho más rápida que antes.
Más urgente, más húmeda, más violenta.
Su lengua alrededor, sus manos en las caderas, sus labios, su respiración, su mirada furtiva y ansiosa, viciosa, su tersa y pálida piel, sus jadeos, sus finos dedos con sus uñas clavadas en a ingle, su saliva, el cosquilleo en la base, los dientes apretados, sus dientes mordisqueando, el latido ajeno dentro de su boca, el calor, la humedad, el roce del fondo de su garganta, arriba y abajo, el cosquilleo ascendiendo de pronto, el picor repentino, el placer…
-Ya…
Ella ni se apartó, a pesar de su aviso.
-Ya… ah… - gimió. Hizo gemir los hierros al apretar el cabezal de la cama con sus manos. Arqueó la espalda, notó cómo golpeaba el fondo de la garganta de ella, pero... ella aferró sus glúteos, frunció sus labios, y bebió casi con la misma avidez con la que él la miraba ahora.
Se sentía confuso, a través de la oleada de placer. Ella, levantando la cabeza, tragó, y se limpió una blanca gota que descendía por su barbilla, observándolo con fijeza, sin apartarse de sus ojos ni un momento. Él medio sonrió, agotado. Agradecido.
Aún casi en blanco. Ella se irguió sobre él, sobre la cama.
-¿Te ha gustado? – ronroneó.
Sólo le salió asentir y gemir. Ella sonrió. Puso sus muslos apretando sus mejillas, y él rió. Ella contrajo las ingles por el cosquilleo que le producían sus carcajadas, y le mostró de nuevo esa sonrisa pícara, esa mirada viciosa. Él la besó, mirándola desde entre sus muslos con fijeza.

Te besé. Tu sonrisa se ensanchó, y me hiciste enmudecer con tus propios labios, murmurando…
-…te toca.

5/1/10

Hipocresía hereditaria

- ¿Cómo está tu madre?

Me lo preguntó con boca pequeña, la vista fija en la ruidosa cucharilla con que removía el cortado. También podía percibir el miedo en sus palabras. Creo que le oí tragar saliva. Di un sorbo, evitando mirarlo.

- Bien.

Respondí con boca pequeña.

No estaba bien. Estaba peor que nunca. Desvariaba, tenía ataques de rabia, había dejado de ser coherente, utilizaba el chantaje emocional todo el tiempo, me sacaba de quicio con sus conclusiones ilógicas y sus gritos, sus acusadoras palabras, como si yo estuviese en su contra y nunca hubiese hecho nada por ella. Se había vuelto venenosa. Cuanto peor se encontraba, más venenosa era. Los días en que estaba bien, sonreía mucho, me besaba, me decía que me quería. Se emocionaba por cosas nimias, y tenía ánimos para ver películas y salir a tomar café con sus amigas.

Los días que se encontraba mal, una amarga bilis me recorría el paladar, y fumaba más que nunca, para tranquilizarme, para estar ocupado. No podía concentrarme en estudiar, y me hundía en el sofá de mi habitación, escuchando música, meditabundo, sin hacer nada más que mirar el vacío e imaginarme otra vida.

Él si había mejorado. Volvía a trabajar, y parecía haber salido un poco de esa profunda depresión, tan preocupante, del principio, de cuando ella lo echó de casa.
De vez en cuando aún lloraba, cuando estaba aturdido o agotado, pero sabía mantener su mente ocupada la mayor parte del tiempo, y le notaba que lograba salir adelante.

Yo empezaba a plantearme irme a vivir con él... ¿a quién pretendo engañar? Lo pensaba la mayor parte del tiempo. Pero no podía dejar a mi hermano pequeño solo con nuestra madre, o empezaría a dirigir sus tóxicos comentarios hacia él, y él no podría soportarlo. Tampoco quería dejarla sola.

El desgaste era brutal, y yo tampoco me encontraba bien. Había tenido un accidente algunas semanas atrás, y aún cojeaba de vez en cuando, aunque el dolor remitía tras un par de pastillas, o algunos cigarrillos.

Ella ni siquiera se daba cuenta de lo que hacía cuando se encontraba mal. ¡Estaba enferma! No me salía ni culparla, aunque lo deseaba. ¿A quién podía culpar?

¿A mí mismo?¿A mi padre?¿A los psicólogos?¿Al tipo que la arrolló en el coche hace tantos años, y por el que empezó a estar enferma...?

Eso era casi tan frustrante como todo lo demás. No tener nadie a quien culpar, tragármelo todo y envenenarme aún más, y sentir la cadera arderme y empezar a cojear de nuevo. También me mareaba, últimamente más a menudo, por el dolor. No me salía ni llorar, ni gritar para desahogarme.

Pero di un sorbo del café y le sonreí a mi padre, que me miraba atentamente.

- Está mejor. Creo que estamos saliendo adelante, como tú. Poco a poco.

- Me alegro - él medio sonrió, triste. Se lo podía notar, como seguro que él me lo notaba a mí.

Quizá había heredado de él fingir tan bien que nada iba mal.