15/12/11

EDAD: 17 AÑOS

La culpa se mezcla con un creciente sentimiento de futilidad, y todo se ve claramente en su rostro, siempre se ha podido leer en él con una facilidad incómoda, las más de las veces. Al menos eso le parece. Hay quien piense que algo así es bueno, que demuestra honestidad. Él mismo lo pensó durante mucho tiempo. Pero los años y las causas perdidas le hacían desear rendirse, ser cruel y decir cosas que no pensaba, herir a los demás y ser capaz de mostrarse indiferente ante el dolor ajeno. Pero no era capaz. Por mucho que lo intentase, por mucho que fuese consciente en muchas ocasiones de que el dolor era falso, o deseado, preferible a otro mayor.
Cerró los ojos y golpeó la cabeza contra la pared, con fuerza, tanta que vio luces brillando tras sus párpados y deseó no haberlo hecho. Se acarició la nuca, apretando los ojos, y sintió latir el hematoma que se le formaba en la mejilla izquierda. Mañana le dolería. Tenía la mano entumecida, y notaba los nudillos hinchándose poco a poco.
Lo peor de todo es que sus esfuerzos no habían servido para nada. Y, aunque quería hacerlo, no se lo contaría. No quería provocarle más dolor, ni despertar su compasión.

Cuando se encontró a aquel tipo, que nunca le había caído bien, y a quien Laura defendía tan encarecidamente, enrollándose con una desconocida en una fiesta... no pudo refrenarse. Lo encaró, le insultó, le espetó que tenía novia. Se pelearon, pero los separaron.

Se incorporó lentamente, y la punzada en el costado por poco le hizo caer de nuevo. Parecía que le hubiesen clavado un puñal en el riñón. Y otro en la espalda. Se apoyó en la pared, intentando mantener la postura erguida mientras volvía a casa.

- Te engañó, Laura, lo vi con mis propios ojos.
- Todos dicen que sólo bailaba con su amiga, Salva - ella parecía decepcionada con él. ¡Con él! - Que montaste un numerito por celos.
- ¿Celoso, yo, de ese gilipollas? - gruñía, y notaba que se le erizaban los pelos de la nuca a la vez que se le torcía la boca en una mueca de asco que desfiguraba la expresión dolorida con la que le había contado lo de la fiesta a su mejor amiga - Venga ya, me conoces desde hace años, no puedo creer que lo creas a él antes que a mí.
- No es sólo él, Salva... todo el mundo dice que tú le gritaste primero, y que empezaste a pegarle sin que hiciera nada.
- ¡Te estaba poniendo los cuernos! - no quería gritarle, no a ella, pero no podía digerir que le estuviese llamando mentiroso, ni que lo mirase con resentimiento.
- Él no me haría eso - ella apretó los labios, y sus cristalinos ojos azules empezaron a empañarse. Parecía a punto de llorar.
Todo su enfado pareció desvanecerse de pronto. Le entraron ganas de abrazarla. No podía soportar verla llorar.
- Laura... no quiero hacerte daño, pero no te mentiría con algo así... y no puedo soportar que le defiendas a él, que te trata como a una mierda y encima...
- Tú no le conoces - le recriminó ella, alzando la voz con rabia - Nunca has querido conocerle, no sabes cómo es, no te atrevas a juzgarle.
- Sé lo que me cuentas, y lo que veo que es que no te trata bien - volvió a enfadarse - ¡Y lo vi, Laura, estaba allí!
- Lárgate - pronunció aquella simple palabra como un murmullo, pero el sonido pareció expandirse en su mente hasta apretarse con las paredes de su cráneo - No te acerques a mí.

La cabeza le daba vueltas.
Ya había caminado algunos kilómetros, y, aunque no necesitaba apoyarse en la pared, aún sentía los puntapiés en su espalda, los puñetazos en su estómago y en su cara, el dolor de cabeza...

- Al final tenías que ir corriendo a decírselo, ¿eh? - un nuevo golpe. Una mano le tiró del pelo para levantarle la cara. Dos de sus amigos le tenían cogido por los brazos contra la pared, otro vigilaba la esquina, y un cuarto, cuyo rostro conocía muy bien, sonreía socarronamente tras el energúmeno que le apaleaba. Carlos, ¡cómo no! Aquel imbécil era amigo de cualquier gilipollas abusón en kilómetros a la redonda, y Raúl, el hijo de puta novio de Laura, no iba a ser una excepción - Para que lo sepas, anoche me lo comentó - otro puñetazo en la boca del estómago. Cada vez se hacía más difícil no vomitar - Hablamos un rato... lloró... - se rió, y usó una voz aguda mientras hacía aspavientos con las manos para imitarla - "¿Por qué ha dicho esas cosas?¡Salva es tan bueno conmigo!¡Es mi mejor amigo!" - y otra vez con los nudillos en el diafragma. - Pero le dije que sólo lo hacías porque querías acostarte con ella, que eres un tío como cualquier otro, y que no te importaba realmente - Salva clavó una mirada de odio en los ojos de Raúl. Esta vez se llevó el golpe en la cara - Que fingías porque eres un capullo. ¿Y sabes qué...? - se agachó hasta quedar sus ojos a la altura de los de su presa, y lo agarró por la nuca, sonriendo con malicia, y le susurró las próximas palabras al oído - Al final me la tiré.

Se sentó en los escalones del portal y apretó los puños, con los hombros hundidos, agotado. Miraba al suelo como si le exigiese respuestas. ¿Qué había hecho mal? Creía que hacía lo correcto, que intentaba ayudar a su amiga... ¿O no?
Después de todo, ella tampoco le había demostrado tanto todos esos años... pero él la entendía, y pensaba que ella también lo entendía, que, a pesar de sus diferencias, habían llegado a comprenderse y apoyarse mutuamente, y llegó a pensar que... ¿qué?
No pudo evitar sentirse traicionado. Otra vez. ¿Valía la pena realmente ayudarla? No parecía querer que lo hicieran... y él sólo intentaba protegerla...
¿Valía la pena esforzarse?
¿Eh...?

Joder.

Dolor. Miedo. A las palabras equivocadas, a la frase que acabe de joderlo todo, a la expresión que demuestre lo que de verdad gritan nuestros pensamientos, a que alguien se dé cuenta de lo que realmente está ocurriendo en lo más profundo.
Me noto temblar. Puedo sentir los conocidos escalofríos arañándome, fríos, muy dentro. Estoy paralizado de terror y consternación, pero logro alargar una mano y agarrar un cigarrillo. No se me cae. Lo sostengo inmóvil entre mis dedos. Los ojos se paran, fijos, porque me noto temblar, pero el cigarrillo está inmóvil. ¿Cómo es eso posible?

12/12/11

Sin título



Al respirar por la boca le arde la garganta, como si le hubiese dado una calada demasiado ansiosa al cigarro. Se le agachan los párpados y suspira los latidos, consumiéndose lentamente. Detiene un gruñido y un balanceo de cabeza, aprieta los dientes, y entonces descubre la ausencia de elección alguna en sus propias reacciones. Como si los sentimientos le embotasen el sistema motriz y desposeyesen de autocontrol.

10/12/11

A veces

Escribir un poema se parece a un orgasmo:
mancha la tinta tanto como el semen,
empreña también más en ocasiones.
Tardes hay, sin embargo,
en las que manoseo las palabras,
muerdo sus senos y sus piernas ágiles,
les levanto las faldas con mis dedos,
las miro desde abajo,
les hago lo de siempre
y, pese a todo, ved:
¡no pasa nada!
Lo expresaba muy bien Cesar Vallejo:
"Lo digo y no me corro".
Pero él disimulaba.

Ángel González

Luz de tarde

Me da pena pensar que algún día querré ver de nuevo este espacio,
tornar a este instante.
Me da pena soñarme rompiendo mis alas
contra muros que se alzan e impiden que pueda volver a encontrarme.


Estas ramas en flor que palpitan y rompen alegres
la apariencia tranquila del aire,
esas olas que mojan mis pies de crujiente hermosura,
el muchacho que guarda en su frente la luz de la tarde,
ese blanco pañuelo caído tal vez de unas manos,
cuando ya no esperaban que un beso de amor las rozase...

Me da pena mirar estas cosas, querer estas cosas, guardar estas cosas.
Me da pena soñarme volviendo a buscarlas, volviendo a buscarme,
poblando otra tarde como ésta de ramas que guarde en mi alma,
aprendiendo en mí mismo que un sueño no puede volver otra vez a soñarse.

José Hierro, 1947

El ángel superviviente

Acordáos.
La nieve traía gotas de lacre, de plomo derretido
y disimulos de niña que ha dado muerte a un cisne.
Una mano enguantada, la dispersión de la luz y el lento asesinato.
La derrota del cielo, un amigo.
Acordáos de aquel día, acordáos
y no olvidéis que la sorpresa paralizó el pulso y el color de los astros.
En el frío, murieron dos fantasmas.
Por un ave, tres anillos de oro
fueron hallados y enterrados en la escarcha.
La última voz del hombre ensangrentó el viento.
Todos los ángeles perdieron la vida.
Menos uno, herido, alicortado.

Rafael Alberti