15/5/09

Entre las cenizas del recuerdo I

Entre las cenizas del recuerdo, aún quedan algunos rescoldos, apenas capaces de humear, cuanto menos prender de nuevo lo que un día fueron. Ahí, escondida a simple vista, se oculta la melancolía, la triste añoranza de un tiempo pasado, cubierta de enfermizo polvo y agónicos sentidos borrosos, percibidos como a través de un cristal empañado.
Despierta del letargo a los durmientes, emociona a los apáticos, acobarda a los valientes y enternece a los duros.
Oprime el pecho y, de algún modo, consigue hacer saltar una lágrima. Se siente el ceño fruncido y se busca una ventana que traspasar con la mirada, o se contempla el vacío, a su falta.
La melancolía no enciende el rescoldo, sólo lo mantiene vivo a duras penas, como tomándolo con cariño entre las manos sólo para descubrir que aún quema.
Él sabe bien que esos restos empolvados en la memoria son irrecuperables, e irremplazables; desistió tiempo atrás de su vana búsqueda. Se conformó por una época con nuevas llamas, nuevas sensaciones que se volverían ceniza, pero seguía quemándose las manos con la melancolía.
Y cedió, como humano débil e imperfecto que era, a la invisible y ponzoñosa añoranza. Aún hoy cede.
Bajó otro día cualquiera a la cafetería, temprano como de costumbre, a unas horas que en otra época había considerado indecentes, y se encontró al dueño abriendo. Le sonrió sin esperar respuesta, consciente de que estaba ocupado, y se sentó a esperar su café con un cuaderno abierto sobre la barra, en blanco, y un bolígrafo encapuchado en la mano izquierda y un cigarro apagado en la derecha. A esperar inspiración.
Pero sólo le salía melancolía, como de costumbre también.
Prisionero de su propio pasado, esclavo vitalicio del recuerdo y las visiones borrosas de mejores tiempos; él ya sabía que abusaba de los suspiros, así como de los puntos suspensivos.
En los tiernos momentos de apagar el cigarrillo, vestir el bolígrafo, pagar el café y cerrar un cuaderno ahora escrito, vio o entrevió por el rabillo del ojo a una mujer de mirada cansada con una niña ruidosa que gritaba esporádicos "¡mamá!" cogida de su mano.
Se sentó a una mesa, la niña empuñó entonces una muñeca de su bolsito rosa de juguete y la sentó sobre la madera, frente a su diminuto rostro, dispuesta a hablar de algo al parecer de vital importancia, como sólo para un niño pueden tener vital importancia los horarios de los dibujos animados en la televisión, y su coincidencia con indeseadas obligaciones escolares.
Él se fijó en su agotada madre.
"Pensará en el pasado", se medio preguntó. "En cuando no la cansaban una hija, ni una casa, y le quitaban tiempo y felicidad..."
De improviso, la niña le dijo algo a su madre que iluminó su rostro con una radiante sonrisa y le valió un sonoro beso en la frente.
"No, no piensa en el pasado", decidió el escritor marchándose, decepcionado sin saber muy bien por qué, y suspirando.



"Me siento, a veces, triste
como una tarde del otoño viejo;
de saudades sin nombre,
de penas melancólicas tan lleno...
Mi pensamiento, entonces,
vaga junto a las tumbas de los muertos
y en torno a los cipreses y a los sauces
que, abatidos, se inclinan... Y me acuerdo
de historias tristes, sin poesía... Historias
que tienen casi blancos mis cabellos.
" Manuel Machado

2 comentarios:

Gaia Moridin dijo...

Dile al escritor de mi parte que la melancolía es un sentimiento inútil, que no te deja ver el presente, o por lo menos lo era hace unos años. Pero, qué le vamos a hacer, se puede cambiar de opinión, ¿verdad? Por cierto, también dile que cuando le apetezca hablar conmigo me dé un toque, que ya veré como solucionarlo. Gracias por hacer de mensajero.

P.D.: A lo mejor eres el escritor, todo es posible, ¿o no?

MoRtEm dijo...

diooo guilleee no te digo nah xd ,

iyooo ma gustao tela , cuxame se te hecha tela de menos , yo toy aki de examenes hasta el cuello y hasta el caraho ya xd , haber si voy pronto pa ya y buafffff in the getho