27/4/09

El Vagabundo Anónimo

Guardó con delicadeza el destrozado cuaderno en la no menos ajada mochila, con las esquinas descosidas y el negro teñido de gris por los años, como su melena.

Se colocó bien las gafas, con cuidado de no despegar el precario celofán que sostenía una de las patillas. Y después se mesó la barba, la parte de su cuerpo que tenía menos canas. En la gorra sólo había unos treinta céntimos, después de pasarse toda la mañana leyendo poemas. Claro que no mucha gente allí, en el pueblecito costero de Wissant, al norte de Francia, entendía lo que chapurreaba aquel zarrapastroso individuo más allá de reconocer el español. A mí mismo me sorprendió escucharlo de pronto, allí en mitad de la Place de la Mairie, con esa voz profunda y rasgada por el alcohol, recitando con la maestría del que sabe lo que se hace muy bien.

Metió sus ganancias en un bolsillo de los rotos vaqueros que llevaba, y se caló la gorra, sacándose de repente un paquete de tabaco de la chaqueta y encendiéndose un cigarillo en lo que pareció un mismo movimiento. Tampoco pude verle guardarse el paquete.

Me acerqué a él, intrigado.

- Disculpe... - enarcó mucho las cejas.

- ¡ESPAÑOL! - exclamó abriendo mucho los brazos, como si fuese a estrecharme entre ellos. Me sobresalté, no sé si por el grito o por un gesto de entusiasmo tan hiperbólico, pero él me ahorró el bochorno de declinar su abrazo al dejar caer las manos, aún sonriente - Te invito a una cerveza.

Y, sin poder decirle nada, me dejé guiar hasta un bar a un lado de la plaza, cerca del ayuntamiento, mientras él hablaba de lo mucho que había extrañado Cádiz y Barcelona y Salamanca, y que hacía ya nueve años que no volvía por allí.

- Deux bières - pidió en cuanto se acodó en la barra. Dominaba bien el francés, pude comprobar, apenas se le notaba el acento. El camarero lo miró con aire extrañado, no supe si bien por su aspecto o por ese desparpajo natural que parecía exudar por todos sus poros. El hombre, que debió haber sido corpulento, aunque ahora tuviese la cara chupada y se le notase la delgadez bajo las ropas, sonreía, y se le formaba un hoyuelo en la mejilla izquierda. Sólo en la izquierda, extraño que me percatase de un detalle así. De ojos marrones y melena negra desgreñada, parecía un oso en mal momento - ¡Bien, bien!¿Cómo te llamas, amigo?

- Luis - con la cerveza, me refresqué la garganta, dispuesto a interrogarle sobre lo que había leído en la plaza. Tengo cierto interés en la literatura, ya saben, por mi trabajo, y me resultaba fascinante y del todo desconocida su lectura.

- Luis, Luis... ¿y a qué te dedicas, Luis?¿Qué haces en el culo de Francia? - su sonrisa era fiera, aunque amistosa. No tenía los dientes picados, ni le faltaba ninguno que yo viese. Fue una observación hecha desde el prejuicio, y después me sentí mal por ello.

- Pues soy periodista - respondí. Decidí especificar - Crítico literario, para ser sincero, y me... - me interrumpieron sus carcajadas. Vi que, entre risa y risa, pedía otra cerveza, y se me desorbitó la mirada al advertir que el primer vaso apenas tenía una fina capa de espuma en el fondo.

- ¿Crítico literario?¡Qué casualidad! Sí, desde luego que sí - su sonrisa era aún más abierta que antes, si cabía - Pero eso sigue sin explicar qué hace un español en el culo de Francia. No suelen venir aquí muchos turistas, no hay tanto que ver.

- En realidad venía para conocer a un escritor que, según me han informado, actualmente se encuentra en esta ciudad - respondí con cierta acritud. Me había costado mucho tiempo y dinero enterarme de dónde se escondía Hackford, y no me hacía mucha gracia compartir información que tanto me había esforzado en adquirir. Para evitar más preguntas incómodas, decidí ir al grano - ¿De quién era eso que leías ahí afuera? No me sonaba en absoluto, y no parecía una traducción.

- Era mío - respondió, aún con esa sonrisa de regocijo, y pidiendo otra cerveza. Dios, ¿cómo podía beber tan rápido?

- Tuyo... ¿tuyo? Pero... ¿cómo?

- Es una afición que tengo, me gusta escribir de vez en cuando y leérselo en voz alta a gente que no pueda entenderlo - vi que su sonrisa había menguado ligeramente - Así tengo por seguro que sus opiniones provienen de la más absoluta ignorancia e indiferencia, y del azar - debí fruncir el ceño o algo, ya que su expresión se volvió didáctica (si es que un rostro puede mostrar esa expresión) y comenzó a dar explicaciones - Alguien que esté contento, dirá que le ha gustado mucho. Alguien que esté triste, dirá que le ha parecido triste. Alguien cabrón dirá que no le ha gustado. Alguien cabreado que...

- Ya entiendo lo que quieres decir - le corté, terminándome mi primer vaso y pidiendo otra, tras lo que vi... ¡cuatro vasos vacíos!¡Y otro en su mano! - Pero me cuesta creer que algo así lo hayas escrito tú. Verás, soy crítico literario y...

- Eso ya lo has dicho - me respondió haciendo un aspaviento con la mano - No me interesa lo más mínimo. Ni tu trabajo ni tu opinión sobre cómo escribo - sonrió de nuevo - Quiero pasar un buen rato hablando con alguien en español, si no te importa.

Me tragué con la saliva las ansias de seguir preguntando, de inquirir (porque estaba seguro de que él no había escrito esos versos) y encontrarme con un escritor revelación.

Mis dos cervezas se convirtieron en seis vasos vacíos, y, junto a su codo, acabó apilada la nada desdeñable suma de catorce. Me preguntó sobre cosas de todo tipo; sobre cómo había cambiado la televisión en los últimos años, sobre quién gobernaba en ese momento, cómo iba la economía, qué grupos de rock estaban más de moda (no me interesa en especial el rock'n'roll, pero recuerdo mencionarle un nombre de pasada y verle llorar de alegría; pagaría por saber qué nombre era)... También me preguntó sobre mí, sobre mi trayectoria profesional y mi vida.

A cambio, me habló de sus viajes. Tenía cuarenta y ocho años, al parecer lamentaba mucho haber roto cierta promesa con una antigua amiga. De esos cuarenta y ocho, veintitrés los había pasado fuera de España, algunos trabajando, y otros, simplemente, errando de pueblo en pueblo, leyendo en voz alta sus relatos y poemas.

Cuanto más hablaba con él, más me sorprendía. Era un hombre muy culto, aunque desgarbado. Sus modales dejaban bastante que desear, y sus carcajadas, roncas y graves, eran irritantes. No le molestó hablar sobre mi opinión respecto a textos más antiguos que los suyos, y he de admitir que me dejaron boquiabierto sus conocimientos sobre literatura. Más aún cuando me habló de la cultura japonesa, y me confesó que siempre había soñado con ir a Japón.

A lo largo de la tarde, una sospecha iba fraguándose en mi interior. Cuando anochecía y nos íbamos, yo a mi hotel y él a nosédónde, se lo pregunté directamente.

- ¿Eres Hackford? - una extraña mezcla de ilusión y decepción se debatían en mi interior. Desde luego, aquel vagabundo había demostrado ser mucho más de lo que aparentaba en un principio, pero mi escritor favorito se me había antojado siempre un hombre mucho más... rico, para empezar y por lógica, y refinado, por su rectitud y dominio del estilo al escribir. Abrió mucho los ojos en un gesto que para nada podía ser ensayado o fingido, y se rió a carcajadas.

- No, amigo, no soy tu escritor - de nuevo esa sonrisa salvaje. En sus ojos se adivinaba incluso cierto brillo de locura - Pero le diré que lo buscas, si lo encuentro.

Cuando nos separamos, me sentí extrañamente bien. Contento, de algún modo, de haber conocido a una persona tan indudablemente especial. Incluso empezaba a creerme que él había escrito esa poesía que recitaba en la Plaza del Ayuntamiento... Llegué a mi hotel como pude, consciente de pronto de las seis cervezas que había tomado sin apenas almorzar, y me tumbé en la cama sin desvestirme ni cenar, agotado. Flotó por mi consciencia el reproche por no haberle preguntado su nombre al vagabundo, al final...

Al día siguiente, en el diario de Wissant, lo vi de nuevo. Su foto sobre un artículo rocambolesco y macabro.

Lo habían encontrado desnudo en una fuente, a medianoche, toda su ropa doblada cuidadosamente en el borde de cemento, junto con su mochila. Tenía las muñecas cortadas. En el agua flotaban un paquete de tabaco vacío, seis colillas y dos botellines de cerveza.

Mi búsqueda en Wissant no me llevó a ninguna parte. Tampoco me esforcé demasiado, después de aquello que pasó con el vagabundo anónimo.

Así decidí llamarlo a partir de entonces, El Vagabundo Anónimo. Tengo la impresión de que a él le gustaría, que sonreiría con esa mirada fiera y estallaría en carcajadas, bebiéndose la cerveza de un trago.

Recuerdo a menudo cómo el último verso de aquel poema me hizo soltar el aire que había contenido todo el rato, mientras le escuchaba recitarlo con voz susurrante y sugerente, algo inaudito en un hombre.

"No me sale eso de vivir".

Hace ya dos años de esto.

Hackford no ha vuelo a publicar.

Pero aquella sorpresa, y aquella risa, no podían haber sido fingidas. Para nada.

2 comentarios:

Mapache Panzarriba dijo...

Vale, sí que has mejorado xD
(pero no crees que sigues siendo un pelin pelin lento en los principios?)

Me encanta ^^

Jolene Aims dijo...

te odio, dejame en paz, mientras k yo viva y pueda encontrarte no cumpliras tu sueño d ser un vagabundo nunca jamas de los jamases en la vida. noooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo.


He dicho.

^^