20/4/09

Monstruos

Aquí, hablo de la crueldad y el amor. De su facilidad.

Una vez, encontró un espejo. No sabía cómo había llegado allí, pero le gustó.
Era enorme, con un marco negro decorado con motivos florales, y unas letras plateadas en un idioma que ella no entendía.
Lo arrastró como pudo al fondo de la laguna, y allí, se contempló.
Tenía el pelo verde, largo y ondulado, con brillos húmedos, y tacto similar al de las algas. La parte de los ojos que debería ser blanca, era negra, y sus iris eran de un tono ámbar surcado por estrías blancas.
Su piel, de un tono azulado, era suave y delicada. Sus rasgos, finos y afilados. Su desnudez le pareció sensual. Sus manos, palmeadas, extrañamente apropiadas.
Todas las noches, salía a la superficie a buscar cosas que los humanos olvidaban en la orilla.
Al amanecer, volvía a las profundidades del enorme lago, y se quedaba allí, contemplando su tesoro. En especial, aquel espejo de marco negro.
Su pieza más preciada.
Una noche, oyó ruidos mientras buscaba en la arena, y se deslizó bajo el agua con suavidad, en silencio.
Observó a un humano delgado, pálido, y con parte del rostro oculto bajo un mechón de pelo sentarse junto al agua, muy cerca de ella, y abrazarse a sus rodillas, llorando.
Pudo percibir que era un hombre, y que estaba tremendamente triste.
Ella no se movió, consciente de que la más ligera ondulación en el agua podría llamar su atención y hacer que la descubriera.
Mientras la noche avanzaba, él seguía sollozando, convulsionado por el dolor.
La luna iluminó la orilla, y la blanca arena no se distinguió del brillante agua por un momento, dando la sensación de que aquella figura, delineada por un resplandor plateado, lloraba desconsolada en un desierto de cristal.
Ella abrió mucho los ojos, cautivada por aquella imagen.
Cuando comenzaba a amanecer, él se marchó, secándose las lágrimas, y ella volvió al interior del lago, con el corazón temblándole con violencia. Se recostó sobre su espejo en su guarida, y se quedó acariciando los dedos de su reflejo, pensando en la figura de aquel joven martirizado por algún sentimiento atroz.
La noche siguiente, se acercó a la misma zona del límite de la laguna, y volvió a verle. Allí estaba, esta vez acostado en posición fetal, con la mejilla apoyada en su mano izquierda, mirando el infinito.
Innumerables noches ella fue al mismo sitio, y lo veía cada noche, derramando interminables lágrimas sobre la arena.
Finalmente, decidió acercarse.
- ¿Por qué lloras? - preguntó en voz baja, susurrante. Él levantó la cabeza y miró a su alrededor, confuso, sin poder ubicar el origen de la voz que le hablaba.
- ¿Quién está ahí? - inquirió secándose las lágrimas con rapidez en las mangas de su chaleco.
- Llevo observándote muchas lunas, y siempre vienes aquí a llorar - declaró ella aún sin mostrarse abiertamente. Él se detuvo mientras se levantaba, y volvió a sentarse, con expresión abatida.
- ...¿alguna vez te han roto el corazón? - dijo con voz ahogada y ronca. Ella entornó los ojos, empezando a comprender.
- No.
- Entonces no puedes imaginarte siquiera lo que es ver a la persona que amas en los brazos de la persona equivocada cada noche - su rostro reflejó un dolor que iba más allá de lo que ella creía que existía - Aunque sepas que vuestro amor es imposible, que va contra la naturaleza... "que no está bien visto"... - esto último lo dijo con una extraña voz nasal, y se miró los zapatos - Por el amor de dios, ¿quién está ahí?¿quién me ha contemplado estos meses de dolor y me ha acompañado en mi llanto sin yo saberlo?
- Yo - respondió ella saliendo del agua y mostrándose ante él, desnuda. Al girar el cuello, el se quedó boquiabierto, y se levantó de un salto, mirándola con una mueca de incredulidad.
- Eres... eres...
- Soy una ninfa - contestó ella tendiéndole su mano, dispuesta a consolarle. Su historia, en parte incomprensible, había enternecido su alma de un modo que no creía posible, y, sin ningún motivo en particular, deseaba ayudarle, estar con él, abrazarle y apoyarle en todo cuanto pudiera.
- ¡Un monstruo! - chilló él con voz aguda, dándole la espalda y echando a correr.
Por un instante, ella tuvo la extraña sensación de que el cielo se le caía encima, y cayó sobre el agua, con los ojos entrecerrados y los labios entreabiertos, suspirando, con el corazón latiéndole apenas, medio muerto.
Fue mecida por el tenue oleaje, y se dejó llevar por las aguas del que había sido su hogar durante siglos.
Llegó hasta su guarida, y se apoyó sobre su espejo.
Unas extrañas burbujas se arremolinaban en torno a sus ojos, saliendo de sus lacrimales y dejándole un inusual picor en la retina.
Al mirar su reflejo, se vio distinta.
Su piel estaba gris. Su esplendoroso cabello, mustio. Sus ojos... muertos.
Frunció el ceño, y se llevó las manos al corazón, cerrando los párpados y notando que algo en su interior se rompía con brusquedad, como si una pieza de cristal hubiera caído al suelo.
Cuando volvió a mirar su reflejo, lo odió.
"Un monstruo".
Empuñó un garrote, una pieza de su colección, y, emitiendo un grito desgarrado de furia y dolor, destrozó el espejo.
Los pedazos de reflejo flotaron a su alrededor tras estallar con un sonido sordo, amortiguado por el agua.
Revolotearon con lentitud, y acabaron posándose en el suelo, algunos bocarriba y otros bocabajo.
Ella soltó el garrote, y se arrodilló sobre los restos del mutilado espejo, sin importarle los profundos cortes que se abrían en su piel.
Con sólo unas palabras, aquel joven había destrozado su perfecto y aislado mundo. Se lo había arrebatado de cuajo, como su corazón.
¿Quién era el verdadero monstruo?

1 comentario:

Barbijaputa dijo...

Hay veces que no sé qué decir, pero necesito decir algo. Pues éste es uno de esos momentos. Quiero explicarte lo "perfecto" que me parece, pero no me salen las palabras "perfectas" para hacértelo saber.

Eres un genio.