12/4/09

Triángulo...

Aquí, el relato que dio nombre a este blog.



Mi cabeza da vueltas. Todo tiembla, convulsionándose al ritmo de la música a todo volumen que pusimos en el ordenador. Vuelvo a dar una calada del canuto que me ofrece una mano femenina, delicada. Al rozar mis dedos con los suyos al devolvérselo, la miro a los ojos.
Su rostro, enmarcado por una melena de cabellos rubios rizados, muestra una expresión curiosa, mezcla de una mueca placentera y otra sugerente. Es una chica atractiva, debo admitirlo.
Tiene unos ojos color miel rodeados de unas perfectamente delineadas cejas negras, que demuestran que su pelo está teñido, aunque no lo parezca. Sus largas pestañas revolotean en un ligero y sensual parpadeo que le ha salido sin querer, debido al humo. Sus labios, pequeños pero carnosos, no están pintados, al igual que sus ojos, y tienen un color sonrosado que cada vez me parece más apetitoso. Su media sonrisa deja entrever unos dientes blancos y perfectos, y me entran ganas de recorrerlos con mi lengua. Sus orejas, pequeñas y simétricas, no llevan pendientes, aunque tienen agujeros. Su nariz es ligeramente achatada y respingona, pero encaja a la perfección con la fina línea de su mandíbula y con el resto de su faz, iluminada a medias por una bombilla a punto de fundirse en aquella habitación de mala muerte.
El piso es de unos amigos míos, de los cuales sólo está presente el más cercano a mí, que me ha invitado a pasar la noche allí con más gente. La chica rubia de bote con la que he intercambiado una mirada cómplice se llama… bueno, no lo recuerdo, pero seguramente es un nombre de sonido angelical.
En realidad, el ambiente está algo sombrío. Hay cinco personas en la habitación. Mi amigo, que se entretiene en el sofá más grande con su novia, obviamente preparándose para lo que harán a continuación en la intimidad de una de las dos habitaciones del pequeño apartamento, también ha invitado a otra pareja a pasar la noche. Son la rubia de bote y su novio, un tipo que me ha caído bastante bien porque es quien nos ha proporcionado la marihuana.
Mi cabeza me devuelve a la realidad en cuanto mis dedos y los de la chica se separan. De nuevo me recuerda que está malherida por mi culpa, y sonrío. Mi mente parece celosa porque por unos instantes la he dejado sola para recorrer los labios de la rubia de bote.
En ningún momento ni lugar podría yo encontrar a alguien que compartiese mi visión del mundo, ni de lejos. Puede que haya gente con gustos afines, y que busque placeres del mismo modo que yo, evadiéndose totalmente de lo que hay alrededor y buscando cobijo en un rincón oscuro y desaliñado dentro de sus cráneos, pero nadie comparte mi optimismo ingenuo mezclado con dosis de realismo pesimista.
En ese rincón oscuro y desaliñado del que hablo, cada persona se siente más sola y cómoda que nunca. Al menos, cada una de las personas que han llegado a él. Es como si tu mente, esa casa que estás tan acostumbrado a recorrer, se destruyese, quedando un abismo bajo tus pies, y sólo pudieses mantenerte a salvo en la esquina más recóndita y desconocida de tu subconsciente.
En esos momentos, me divierto contemplando el abismo, de pie en un triángulo equilátero de treinta centímetros de lado. En lugar de verlo todo oscuro, veo unos ojos de pupilas indefinidas, caóticas, que me observan con curiosidad.
Y siento que esa mirada, tan ajena a la realidad y tan cercana a mi corazón, me traspasa el alma, leyendo entre líneas las cartas de amor que nunca te escribí, y comprendiendo cada fibra de mi ser como ni siquiera yo mismo soy capaz de comprender. Y siento que esa mirada, que no hace más que mirarme con la pregunta de “¿qué?” asomada al borde de los lacrimales, me está confirmando en silencio lo que dudo cada vez que consigo evadirme de la realidad.
Durante un corto instante, sonrío y entonces salto de ese oscuro rincón de seguridad, de ese triángulo equilátero de treinta centímetros de lado, para entrar en esos infinitos ojos marrones de significado desconocido. En el mismo segundo en el que mi mirada se cruza con la de mi derruida mente, me pierdo por completo, y estoy seguro de que he alcanzado el Nirvana.
Al volver a la realidad, la rubia de bote se está despidiendo de su novio, que no puede pasar la noche con nosotros. Sus besos son tan apasionados como imaginaba.
Mi amigo y su novia han desaparecido, pero el repetitivo sonido de unos muelles siendo castigados me confirma su presencia en el apartamento.
En cuanto la puerta de la calle se cierra, el embotamiento de mis sentidos desaparece, y me arrellano en el sillón. La chica que antes compartió conmigo un beso indirecto a través del filtro del canuto sube entonces la música, y me sonríe componiendo una mueca de sarcasmo a la vez que hace un gesto con la cabeza hacia la puerta de la habitación en la que se encerraron mi amigo y su pareja antes de que yo volviese de mi viaje por los entresijos de mi alma.
- Apuesto a que mañana se extraña de que mi novio no esté aquí – dice con tono despreocupado. Entonces se despereza, uniendo las manos por encima de la cabeza y poniéndose de puntillas.
Lleva una camiseta de tirantes gris y escotada que en la zona de los senos lleva inscrita la frase “bailo como el culo pero follo que te cagas”. No había reparado en ello antes, pero su gesto al desperezarse hace que su imponente busto sea más evidente y no puedo evitar fijarme.
El mismo gesto hace que la camiseta se le suba, dejando ver un piercing en el ombligo, y una cintura perfecta. Lleva unos vaqueros ajustados y gastados, “a la moda”, y un cinturón con tachuelas metálicas. Su calzado son dos botas de aspecto militar, negras y brillantes.
Su figura no puede ser definida de otro modo que “sensual”. Sus ojos, entrecerrados, y sus labios, entreabiertos, no hacen más que añadir leña al fuego que ya se ha encendido en mi mirada y que trato de disimular con todos los medios posibles.
De pronto, ella me mira y sonríe, consciente del efecto provocado, y yo entorno los ojos y compongo una mueca que dice “¡oh!, me ofende que pienses así de mí”.
Ella se ríe ante esa expresión, y yo la acompaño con una sonrisa que trata de parecer inocente.
En el cenicero aún quedan un par de caladas de un canuto que yo aún no he probado.
Cuando alargo la mano para cogerlo, ella es más rápida y, con un saltito ridículo y una pose aún más ridícula, se pone más cerca de mí mientras lo termina de consumir.
Le dirijo una mirada de odio en broma mientras ella deja la colilla en el cenicero, inclinándose sobre la mesa y quedando justo delante de mí.
- No deberías fumar… - me aconseja en voz baja mientras me mira desde su provocativa postura sobre la mesa, haciéndome levantar la vista para mirarla a los ojos. Un bucle rubio se escapa de detrás de su oreja y rueda por su mejilla, atravesándole la frente y apoyándose en su respingona nariz para acabar acariciándole los labios, y no puedo evitar sonreír. Ella me devuelve el gesto y, mientras devuelve el rizo a su sitio, se inclina bruscamente hacia delante y me besa sin contemplaciones, tumbándose sobre mí y arañándome el cuello para que no me separe de ella.
El sillón no es tan grande como para tumbarnos en él, y estoy a punto de caerme, pero logro apoyar la mano derecha en el suelo, soportando casi todo el peso de ella, que tampoco es demasiado, mientras su lengua se entretiene con mis dientes tal y como la mía sintió el deseo de hacer con los suyos.
Cuando me recupero de la sorpresa, empujo hacia delante y la obligo a sentarse sobre mis rodillas, continuando el beso y pensando que mi mente puede apañárselas un rato más sin mí después del momento de regocijo que le di antes.
La rubia de bote entonces se levanta, y me mira sugerentemente mientras entra en la habitación contigua a la de mi amigo, aún observándome.
Me levanto con lentitud y entro tras ella, quitándome la camiseta a la vez que ella se desabrocha el cinturón. En cuanto termina de quitárselo, deslizo mis manos por su cintura bajo su camiseta y se la quito con delicadeza, acariciando su piel mientras tanto.
Su sujetador es negro y ella me ahorra hacer el ridículo al quitárselo ella misma.
La tumbo sobre la cama con cuidado de no ser demasiado brusco mientras le quito el botón del pantalón y le bajo la cremallera. Le acaricio los labios con los míos, sin besarla, y me aparto antes de que ella lo haga, bajándole los pantalones mientras ella me desabrocha los míos.
La rubia de bote sonríe con una expresión más seria que antes. Tiene las mejillas sonrojadas y la mirada descentrada, y sus besos saben a alcohol.
De pronto, la música del salón resuena en mi cabeza como la banda sonora de una película, y mis movimientos se vuelven más rápidos y bruscos.
La caja de condones en el cajón de la mesilla de noche me resulta imposible de abrir convencionalmente, así que simplemente rompo el cartón y saco uno de los condones mientras tiro la caja rota al suelo. Ella ahora se mete los pulgares en los lados de sus bragas y me mira con lujuria mientras emite un quedo gemido y se las baja con lentitud.
La guitarra eléctrica y la batería que suenan con demasiado volumen en el salón siguen martilleándome la cabeza mientras le beso el cuello y comienzo a acariciarle todo el cuerpo.
Al levantar la vista y mirarla a los ojos, una punzada de dolor atraviesa mi mente.
Sus ojos color miel gritan lo que quieren, cuentan todo con detalles, y parecen un libro abierto.
Mis sentidos vuelven a embotarse, recuerdo el sabor y el olor de la marihuana, y mis pies, que están en el aire colgando del borde de la cama, notan una pequeña superficie bajo ellos.
Al parpadear, por un instante me veo erguido sobre un triángulo equilátero de treinta centímetros de lado, en el más profundo rincón de mis pensamientos, desconocido incluso para mí. Por un instante me veo mirando al abismo de mi hogar, mi mundo único e intransferible, el único lugar en el que me siento seguro cuando todo a mi alrededor me asusta, y, mirándome desde mi corazón, veo unos ojos marrones, indescifrables, extraños y con la mirada más curiosa que existe.
Al volver a abrir los párpados, la rubia de bote sigue mirándome con ansias, y ahora se muerde el labio inferior mientras su mano busca mi sexo, ya plastificado, para guiarlo hasta el suyo.
Suspiro justo antes de que se una a mí, y cierro los ojos, manteniendo el regular y monótono movimiento que la hace suspirar a ella. Curiosamente, no presto mucha atención a lo que estoy haciendo, y sigo teniendo esa extraña sensación en los pies.
La sensación de estar sobre un triángulo equilátero de treinta centímetros de lado.

1 comentario:

Min dijo...

Caray, tu personaje tiene una tremenda habilidad para abstraerse en los momentos más inadecuados!