26/11/08

Duplicidad

Alzó la vista, inhalando ese aire grisáceo y resplandeciente. Se vio a sí mismo, reflejado a la inversa, decenas de metros más arriba. Haces de luces de colores le rodeaban, pero él había elegido detenerse bajo el cristal más frío de la vidriera.
A su alrededor, la gente iba pasando casi sin detenerse, echando fotos y dedicando apenas un vistazo a los coloridos ventanales y las descoloridas esculturas.
Una imagen vale más que mil palabras, y parecía que, en las iglesias, se le daba sentido a esa frase. Sonrió con sorna. Ni siquiera los curas se fiaban tanto como hacían creer de sus supuestas sagradas escrituras.
Dirigió su mirada al recargado altar y a la cruz de madera, examinando con un vivo interés pintado en el rostro el icono más idolatrado de todos los tiempos, tan simple, tan... falso.
Las cruces romanas tenían forma de equis, y los clavos deberían estar en las muñecas. Jesucristo debería tener rasgos menos occidentales, y los espinos que le coronaban deberían ser mucho más largos.
Debería, debería... debería salir de allí cuanto antes, antes de gritar de frustración por tanto arte y talento desperdiciados en una creencia absurda.
¡Ah!, los mitos... claro, la mitología siempre había sido más interesante de retratar que la realidad. Se le olvidaba. Claro que los verdaderos genios preferían usar la imaginación.
Enfiló una galería de finas columnas que se cruzaban en el techo, estudiando con detenimiento los pilares maestros del edificio.
Los delgados pilares eran un reflejo eufemístico de los que sostenían, a duras penas, una fe cada vez más y más desesperada.
"Creer en algo ciegamente sin tener muestras de que sea real, o exista siquiera". "Créenos, aunque sea imposible". "Créenos contra toda lógica".
"Te estamos mintiendo".
Se detuvo bajo el arco de medio punto de la salida, y dedicó una última ojeada al interior. Las etéreas luces que brillaban con reverberaciones irisadas daban paso a una iluminación difuminada gris pálida que acababa hundiéndose en oscuras y frías sombras. Volvió a sonreír.
Qué ironía. Incluso en sus edificios advertían de la duplicidad de sus intenciones.

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