24/7/09

Señal tardía

A la espera de una señal tardía, sin saber siquiera hora exacta ni lugar, el tiempo aterido a las manos y los ojos, el cansancio a los párpados, el mieod al cuello, observo. Cuerpos huecos, mentes llenas de serrín, monótona y embriagadoramente manipulables.
El andén cambia de estación, se cancela un vuelo a última hora, y es impòsible salir ni entrar. Como en un poema de Poe, con fatídicas aves en sombrías habitaciones, o un cuento de Lovecraft, de míticos terrores que uno mismo inventa, o una película de Hitchcock, tranquila y, sin embargo, desquiciante.
Los sentidos se entumecen, las piernas se acimentan, y las puertas abiertas no invitan más que a un trágico final.
Ni una mirada ofrece libertad aquí. Sólo espera. Espera que se pega a mi piel, me asfixia, y que entre resuellos masculla caucho sobre alquitrán, gente que sale y entra, presa, presa y con las puertas abiertas.
A la espera de una señal tardía, grises en hora punta, horizontes que no conocen atardeceres. No hay agua, ni luz. Só.lo frías rosas negras enredándose en mis brazos y clavándome sus espinas, inyectándome gris.
Me inyectan rutina.

4 comentarios:

Gaia Moridin dijo...

No lo sabía, o si lo supo no lo conseguía recordar. Tenía la impresión de que debía hacerlo, al menos saber de su existencia, pero se sentía como si hubiese un hueco en su memoria por donde se escapaba esa idea. Tal vez fuese por eso que su mente no paraba de decirle que algo no estaba en su sitio, que ese algo había huido y como responsable de su propia mente debía ir a buscarlo.
Todo eso pensaba, o sentía pensar en su cabeza como una corriente ajena a la real, mientras se deslizaba por la lista de teléfonos, siguiendo el siempre presente siempre. A la hora de comer no tenía hambre, sólo un profundo desasosiego, como si el agujero de su mente se hubiera dilatado. Comenzó a vagar, con la mirada fija en el suelo y la preocupación carcomiéndole por dentro, pensando que tal vez estuviese enfermo. Acabó sentándose en el banco de un parque, a la sombra de un enorme castaño de indias que apenas dejaba pasar leves resquicios de la luz solar.


(escríbeme la continuación al blog)

Desilusionista dijo...

Caballero, todo un placer. A ver si volvemos a vernos y disparamos un nuevo arsenal de chistes por los que deberían encerrarnos.

Un abrazo!

Gaia Moridin dijo...

Una repentina exhalación, que sólo expresaba sorpresa, escapó de casi veinte hermosos labios, a la vez, coreando la afirmación del recién llegado. La mujer se giró hacia el hombre rubio, con la exigencia de una explicación en sus ardientes ojos, obviando por completo el insulto que acababa de dirigirle ante tantos subordinados.
––Yo sé lo mismo que tú––contestó él, encogiendo sus poderosos hombros envueltos en una sucia y raída camisa beige, que llevaba sin abotonar.
Él hombre continuaba en pie junto al banco, observando la escena sin comprender palabra, pero con la total y absoluta certeza de que todas aquellas personas eran peligrosas, y él no estaba en ninguna situación envidiable por nadie. De hecho, si pudiera confiar en sus piernas, saldría corriendo de inmediato. No conocía a ninguno de ellos, sin lugar a dudas lo habían confundido con alguien. De repente cayó en la cuenta de que estaba temblando, no supo si de frío o de temor, y de que no quedaba rastro del mareo que le había aquejado unos minutos antes.
La mujer negó con la cabeza, incapaz de creer lo que acababa de oír, antes de girarse con brusquedad hacia el hombre que acababa de sentarse en el banco y sujetarle la barbilla con la mano, para que fuera incapaz de apartar la mirada. En sus ojos azules, que no podían mirarla de otra forma que no fuera una mezcla de enfado y horror, no quedaba resto de la compleja barrera que los protegía hacia unas semanas, sino un camino expedito que dejaba a la luz todos los secretos de su alma, para quien supiese cómo encontrarlos. Lo que más le sorprendió fue que no quedase ningún hueco en blanco para explicar la ausencia de sus recuerdos. Era como si alguien hubiera reescrito su memoria, con asombrosa habilidad, con demasiada para que pudiera ser obra de Marcel o de ninguno de sus amigos. Eran veintiocho años de una vida completamente humana, sin el menor vestigio de nada anormal o extraño, ninguna fisura.
Cuando el hombre desvió la mirada, demasiado débil para sostener la horadante de ella, Selene le apretó con fuerza antes de soltarle, incapaz de controlar la ira que la embargaba por momentos.
––Joder, joder, joder,––comenzó a maldecir mientras pasaba entre el grupo, que apartaba automáticamente, temerosos de ser blanco para la ira de la mujer. Se paró al llegar hasta otro de los castaños–– JODER––gritó, mientras le propinaba un puñetazo en la mitad del tronco.
Le dio tiempo a soltar otros dos antes de que el hombre rubio la sujetase con fuerza por las muñecas.
––¿Eres gilipollas o qué ostias te pasa?––la recriminó con las mandíbulas apretadas.
La mujer le devolvió una mirada de odio, a la vez que intentaba liberarse, sin conseguirlo.
––Suéltame, Ígor, o te arrepentirás.
El hombre rubio, Ígor, se rió ante la cara congestionada de ella.
––Ya parece que me estoy arrepintiendo, de hecho. No puedes delatar así nuestra posición en un lugar tan peligroso, so estúpida.
––¿Y qué cojones quieres que haga?––le respondió, sintiéndose como una tonta al seguirle el juego de aquel modo––. No sé quién coño le ha hecho eso, pero nunca he visto nada igual, no le quedan recuerdos, nada de nada.

Gaia Moridin dijo...

––Pensar sería un comienzo cojonudo.––le soltó en un susurro que únicamente quedó entre ellos dos––. Cómo ostias eres tan gilipollas de entrar en su mente en mitad de la calle. Ahora no vas a poder luchar en caso de que sea necesario, estás demasiado débil; además seguro que le has dañado algo, tú eres tan chapucera leyendo mentes como Marcel rehaciéndolas, así que deja que se encarguen los que sepan––la mujer lo miró con más ira contenida, sabía que Ígor tenía razón, había hecho una soberana estupidez al meterse en su mente de aquella manera––. ¿Vas a poder hacer algo con él aquí?
Ella negó, empezando a entender la otra postura. Era una inmensa insensatez estar en mitad de aquel parque, donde podían atacarles en cualquier momento, sobre todo teniendo en cuenta que quizá ese tinglado fuera una trampa.
––Entonces nos lo llevamos y que Marcus se encargue de él. Sabes que si hay alguien capaz de devolverle a su antiguo yo, es él, es jodidamente bueno en su trabajo, por eso está con nosotros, ¿verdad?
La mujer asintió de nuevo.
––Está bien. Ahora suéltame para que podamos acabar con esto.
Ígor la soltó sin demasiados miramientos, y se quedó contemplando la escena. Selene regresó donde se encontraba una muchedumbre expectante.
––Gabrielle, id a comprobar si hay alguien cerca––ordenó. Un instante más tarde cuatro sombras se segregaban del grupo y se perdían en los cuatro puntos cardinales. Después se giró hacia el hombre que ya no era Ruphus, que la miraba con deleznable aplomo. Tampoco podía culparle después de lo que había visto.
El hombre sentado se había quedado boquiabierto desde que se vio obligado a mirar los castaños iris de la mujer. Nunca había visto una mirada tan penetrante y altanera que desnudase su mente de aquella forma tan cruel. El simple apretón de la mujer había hecho que le crujiese la mandíbula, pero no tuvo tiempo de lamentarse mucho ya que la vio llegar en un instante hasta un árbol cercano y soltarle un golpe que tronchó el tronco, mientras gritaba de tal forma que le obligó a taparse la cabeza con los brazos. Cuando regresó el silencio y volvió a levantar la cabeza pudo ver como el gigante rubio sostenía las muñecas de la mujer y hablaba con ella. La copa del castaño se apoyaba sobre una verja, que no parecía capaz de soportar su peso. Cuando la mujer se giró de nuevo hacia ellos notó como un escalofrío recorría la extensión de su espalda. Apenas vio marcharse a algunos, tan concentrado como estaba en controlar los movimientos de la mujer.
––¿Qué sois?––susurró, cuando volvió a sentir la mirada de la mujer en él.
––Cállate, Ruphus, haz algo bien de una puta vez en tu vida––le soltó––. Nos lo llevamos––dijo, dirigiéndose a Marcus.
––Y una puta mierda para ti. Mira, no tengo ni la más remota idea de quienes sois, no me importa siquiera, pero me habéis confundido con ese tal Ruphus. Verás mi nombre e-––no acabó la frase, pues había visto por el rabillo del ojo como una sombra se le acercaba por la espalda, luego sólo oscuridad.
Marcus sujetó el cuerpo inerte del hombre y miró interrogativamente a Selene, que le dio las gracias moviendo sólo los labios.