29/12/08

Ecos en la niebla

Una figura oscura, embozada con bufanda negra y gabardina negra y pantalones negros, atravesaba la niebla a paso lento, acariciada por jirones grisáceos y tarareando en murmullos una melodía apagada contra la lana que cubría su boca.
Sus zapatos resonaban, huecos, sobre la acera de madrugada, las manos en los bolsillos, los ojos enfundados en el frío. Unas ramas caducas asomaban a intervalos regulares sobre su cabeza, y desaparecían poco después, engullidos por la blancura opaca y esponjosa que le rodeaba. Ecos moribundos le alcanzaban desde lo inhóspito (un motor rugiendo, oleaje embravecido, silbidos aviares…), unos metros a su alrededor. La brisa, intermitente, desordenaba sus cabellos, descolocaba mechones en su frente y ante sus ojos.
Arrullada en la mañana, la lóbrega silueta apenas miraba por dónde iba. Erraba en línea semirrecta, la vista fija en un punto inexacto.
Imágenes difusas le acosaban inadvertidamente, aguijoneándole con mortal certeza el corazón. Un rostro, una voz, media fragancia, ningún momento exacto.
Un espacio de tiempo de fin aún indeterminado, quizá. Demasiado reciente.
Inesperadamente, un transeúnte surgió de la clara oscuridad, y estiró una mano crispada para sujetarle la manga de la chaqueta.
- ¿Cómo suena una persona al romperse? – preguntó sin mirarlo - ¿A cristales? ¿Madera? ¿Piedras? – se deshizo de la garra que le sostenía. Huyó.
Engullido por la niebla, como todo lo demás. Siguió caminando.
No, no sonaba parecido a nada de eso.
Era algo más parecido al “clack” seco de romper plástico duro. Tal vez, a veces, al ruido sordo de desgarrar una tira de plástico.
De nuevo otro transeúnte, esta vez por el lado contrario. No le detuvo al preguntarle en voz alta si podía escucharse cómo se rompe uno mismo. No obtuvo respuesta.
Engullido por la niebla, como todo lo demás. Siguió caminando.
No. ¿O sí? Sí, definitivamente. Uno lo escuchaba, pero no en el momento mismo en que se rompía, sino cuando se daba cuenta de que estaba roto.
Y no se daba cuenta hasta mucho rato después. Pero tampoco parecía romperse con el sonido sobre el que especulaba instantes (¿o eran horas?) antes. Puede que fuese distinto para cada uno.
Se detuvo de repente, cubierto de grises sombras, e inspiró profundamente, sintiendo la escarcha rozar sus pulmones en amante caricia.
El viento apartó el no humo, dejándole ver un banco alabeado por los años, y se sentó, casi recostado, a la par que cerraba los ojos, oyendo claramente la cacofonía de las calles (rugientes motores, lejanas olas rompiendo contra las piedras, pájaros cantando inseguros a la incierta mañana…), y con escalofríos recorriendo su espina dorsal por la gélida sensación que oprimía… no, que resquebrajaba su pecho.
Poco a poco, la desesperación fue cerniéndose sobre él.
Engullido por la niebla, como todo lo demás… siguió sentado.

2 comentarios:

Lily dijo...

A cristales suenan esas personas que se ríen sin ganas, sin felicidad... odio ese sonido...

Yo creo que cuando alguien se rompe no produce ningún sonido, si se rompe metafóricamente hablando, claro. Lo único que escucharía sería la variación de su propia respiración ante la sorpresa de romperse... Y de nuevo más silencio, pero de ese que molesta...

Jolene Aims dijo...

Las personas no se rompen, se vacían, o más que nada se llenan de vacío, y tanto puedes notar como vas callendo y undiendote poco a poco en ese vacío que se antoja familiar y extraño, como puedes de buenas a primeras verte una mañana sumergido en él por quien sabe qué razones que simplemente te han empujado a nadar dentro de lo que un día puede que ya fuera tu persecutor.

Las personas no suenan,es más, yo díria que al "romperse" como dices, se silencian...


(ah, y abusare de los puntos suspendidos tanto como quiera ^^)