29/12/08

Cuento de princesas y monstruos

¿Recordáis esos cuentos tan típicos en los que se habla de princesas encerradas en castillos custodiados por monstruos?
Pues, por muy típico que os suene... había una vez una joven y hermosa princesa que vivía prisionera en un enorme, oscuro y lóbrego castillo, en el cual habitaba un monstruo tan horrible, que nunca aparecía en las historias infantiles por miedo a que los niños perdiesen su interés en la vida.
La princesa, que tenía trece años y empezaba a ser una mujer, tenía el cabello corto y negro, liso, y la piel extremadamente pálida. Su aspecto asemejaba el de una muñeca de porcelana, o de cristal... diseñada para adornar. En lugar de pintarse el rostro de colores alegres, solía pintarse los párpados de colores oscuros, y no sonreía. Como podéis ver, no era la típica princesita de cuento.
Su habitación tenía las puertas abiertas de par en par, y cientos de sirvientes cumplían cada una de sus peticiones. Tenía guardias que la custodiaban día y noche, y muchas jóvenes de su edad, pertenecientes a la corte, que intercambiaban chismes con ella e intentaban despertar su curiosidad por las intrigas amorosas o políticas del reino.
Ella rezaba en silencio a algún ente pagano para que la librase de aquella tortura con la muerte, si era necesario... pero nadie oía sus súplicas, y tenía que soportar horas y horas de incesante balbuceo sin sentido, día tras día.
Después, se marchaba a la biblioteca, donde pasaba la mayor parte del tiempo, eludiendo a sus maestros.
Allí, leía todo objeto legible que cayese en sus manos, y se llevaba especialmente bien con el ayudante del bibliotecario, un chico menudo y de facciones casi femeninas al que le empezaba a crecer una pelusilla divertida por la mandíbula y que se escondía entre las estanterías a leer, como ella.
Pero, como ya he dicho, la princesa era prisionera en aquel castillo, del que nunca la dejaban salir. Ni siquiera en ocasiones especiales, como cuando algún circo iba a la ciudad, o cuando había torneos en honor a su padre.
Seguramente pensaréis que es lo típico, puesto que era una hermosa princesa en una típica historia con un típico monstruo en el castillo... pero aún no os he hablado del monstruo.
Era una bestia horrenda, terrible, cuya sola presencia provocaba escalofríos que helarían a un oso polar.
Pero esa criatura sólo mostraba su lado oscuro cuando le apetecía. Bajo la luz del sol, aparentaba ser un hombre de mediana edad, regordete y afable, que se llevaba bien con todos, pues su misión era mantener la paz en su reino. Y precisamente esa habilidad suya para fingir inocencia era lo más terrible del monstruo...
Sólo una persona había visto el verdadero rostro del rey, su faceta más terrorífica.
La princesa de ojos tristes.
Lo vio por primera vez un par de años atrás, la noche después de que terminase su primera menstruación...
Que su padre la visitase en sus aposentos era un acontecimiento extraño, pues sólo le veía a las horas de las comidas, y que lo hiciese de noche era aún más raro, si cabe.
En cuanto la luz de la luna iluminó sus facciones, ella supo que no era su padre.
La expresión amable del hombrecillo con corona que se sentaba al final de la enorme mesa del comedor no estaba en ningún rincón de aquel rostro.
Sus ojos, muy abiertos, la observaban con una avidez sádica que le hizo temblar.
Su labio inferior temblaba de un modo incontrolable, y, de vez en cuando, se lo mordía para tranquilizarlo, sin conseguirlo, o se relamía emitiendo un sonido de succión repugnante.
Su ceño estaba tenso... no fruncido, simplemente... tenso.
Su calma, su lentitud al caminar alrededor de la cama, como un depredador acechando a un conejillo, era lo más abrumador de todo...
Finalmente, el monstruo se lanzó sobre la princesa, e hizo que volviese a manchar las sábanas de rojo, tapándole la boca con una mano mientras cometía las atrocidades que le convertían en un monstruo.
Al terminar, la bestia le rugió al oído que no se lo contase a nadie, o la decapitaría, y a su madre también.
La princesa, encogida de dolor, miedo, e incomprensión, asintió.
Y le hizo caso.
El monstruo aún visitaba sus habitaciones de vez en cuando, y le susurraba al oído con voz ronca que sería suya para siempre, y que nunca, nunca la dejaría escapar de su castillo.
¿Recordáis que, cuando todo el mundo cree que la historia va muy mal, aparece el héroe y salva la situación?
Pues en esta historia, no hubo héroe. El monstruo tuvo un niño varón, heredero al trono, y lo crió para gobernar.
La princesa sufrió bajo la tiranía de la bestia tres años más, hasta que saltó por la ventana de su cuarto.
El monstruo siguió viviendo en el castillo con su descendiente, y fueron felices y comieron perdices.
Fin.



"-Cuando deseas algo tanto que cierras los ojos y lo pides con todas tus fuerzas, Dios es el que te ignora".
Larry, en "La Isla"

1 comentario:

Jolene Aims dijo...

Este lo scribiste ace tiempo?
creo k si lo iciste, si no e leido algo demasiado parecido, y k sepas k no e leido mas k asta lo d cuando termino su primera menstruacion pq no kiero traumatizarme como cn l d la niña muda :S

K el señor H.P Lovecraft no sea capaz de asustarme por las noches y tu me traumatices cn tus istorias!!!
k desvergonzonería desprendo... xD

^^