23/12/08

Bloqueado

Suspiró, empañando con su aliento el cristal de la ventana y el de sus gafas. Notó los golpes en la pared antes de oír los inconfundibles gemidos de su compañera de piso. Cerró los ojos, intentando abstraerse, rememorando la imagen del parque. Al menos, de la esquina que alcanzaba a ver desde su habitación.
El canto de varias aves emitido por las cerradas copas de los árboles, cercados por lanzas verdes y oxidadas, una figura sentada a la sombra del anciano sauce, encorvada, acariciando un gato y murmurándole ininteligibles. Vacío, ocupado apenas por el sonido de motores y el humo de tubos de escape.
No le inspiraba nada nuevo. Alienación, naturaleza encerrada, un loco en el rincón más escondido de algún reducto de verdor hablando solo...
Ya estaba harto. Acostumbrado. Se separó de la ventana, y clavó la vista en el papel que yacía sobre el escritorio, bajo un bolígrafo con la capucha puesta en señal de luto.
Miró de reojo la ventana del Word abierta en la arcaica pantalla (de siete años, siglos hablando de informática) del ordenador, con esa barrita parpadeando a principio de página, esperándole.
Pulsó off, y volvió la mirada de nuevo al folio en blanco, su némesis, antaño amante consuelo.
- Háblame - ordenó. No hubo respuesta.
Ante la impasibilidad de su interlocutor, notó la bilis de la rabia subirle por la garganta de indignación.
Empuñó el cilindro de tinta con un brillo febril en las pupilas y una mueca de crueldad en el rostro.
Pero no fue capaz de desenvainar.
Se apoyó en la mesa, abatido tras desintegrarse toda su furia, dejándole un sabor a vómito en el paladar. Le temblaban las manos, así que cerró los puños, intentando que el estremecimiento desapareciera...
El crescendo de los gemidos, ahora casi gritos, y de los golpes del cabecero de la cama al otro lado de la pared le hizo volver a la realidad.
Ni siquiera el dolor le servía ya.
Cuando se mudaron juntos, eran íntimos amigos, aunque él siempre había sentido algo más.
Ella era salvaje, impredecible y bohemia, un espíritu rebelde en toda regla. Atractiva en el sentido más liberal de la expresión; su presencia nunca pasaba inadvertida, era como si todos tuviesen que reparar en que una persona especial se encontrase entre ellos.
Sólo él, su confidente y, en los momentos más fugaces, su consuelo, conocía las cicatrices que rasgaban su alma, que la impulsaban a buscar calor humano casi con desesperación, y poco de una sola persona. Otros cuchicheaban, se les notaba en la mirada que habían oído los rumores y sus ávidas sonrisas al observarla destilaban el veneno de esas habladurías. Ella había aprendido a cegarse.
No la entendían como él.
Al principio hubo dolor, y rechazo. Paulatinamente, la indiferencia se fue adueñando de su ánimo, y ya sólo restaban sobras del intenso sentimiento que albergase alguna vez.
El papel se abrió camino de nuevo hasta su consciencia, y todo recuerdo quedó relegado a segundo plano. Seguía sin reaccionar.
En sus facciones se reflejó la profunda herida reabierta prematuramente.
- Háblame - pidió con voz entrecortada la segunda vez.
Aún silencioso, su blanco oyente parecía reírse de él, casi como si le mirase por encima del hombro con el mismo aire de superioridad que tantos años antes. Frustrado, él se llevó las manos a la cabeza, revolviéndose el flequillo y cerrando los ojos con fuerza.
Resopló, y su aliento hizo moverse la hoja en un gesto suave y relajado.
La observó intensamente, la mirada entornada, y, cuando descapuchaba el bolígrafo, una sonrisa triunfal en el rostro, un último golpe y un chillido rompieron su concentración. Silencio, en la habitación contigua y en su mente. Sus manos se crisparon.
- ¡¡MIERDA!!
Una mancha de tinta azul en la pared, y dos pedazos de plástico sobre la mesa.
Qué irónico reflejo de sí mismo.



"Soledades, amores, desengaños y sinsentidos. Vida, señores".
Anónimo.

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