24/3/09

Un principio IV

Los días transcurrían y me recordaban la lluvia. Sentimental, melancólicamente, con monotonía. La exposición fue bien, se vendieron la mitad de los cuadros y me ofrecieron una segunda a un par de meses, para dar tiempo a que se difundiese un poco mi nombre.
Ella no se marchaba, seguía gastando lienzos tal cual los compraba, y escribiendo. No solía escribir, pero poco a poco le cogí el gustillo. Era más difícil que pintar, o más fácil, no estoy seguro, la diferencia lo mismo se hacía monumental que nimia. Todo se basaba en sacar esas ideas que me atormentaban dentro, de un modo u otro.
Su perenne presencia, en mi mente o a mi lado, se volvió rutinaria, dejé de intentar que se fuera. Incluso empecé a disfrutar de su compañía, creo. A apreciarla realmente, cuando sonreía, cuando hablaba, o cuando simplemente me abrazaba mientras me inclinaba sobre lo que estuviese haciendo, sin desconcentrarme lo más mínimo, sino más bien todo lo contrario.
Mi contacto con el mundo real se desvanecía poco a poco, las regulares llamadas de Alicia para informarme de éste o aquél evento eran lo poco que me mantenían despierto la mayor parte del tiempo. Despierto de verdad, sin desviar la vista hacia el blanco desnudo que me atraía como una luz a una polilla, cabeceando contra la bombilla hasta, carbonizado, caer en forma de letras, vomitado por un lápiz a exabruptos y casi escupido hacia el suelo, con mis alas ya desintegradas y mi cuerpo exhausto, ennegrecido de tinta y ceniza, arrullado por su tenue voz que tarareaba sinsentidos y acunado por sus suaves y delicados brazos, que me envolvían con gesto cálido y protector, comprensivos.
Una semana después de nuestra última discusión, mientras ella dormitaba en mi regazo tras agotarme a desdibujados contornos de sábanas y difusas posturas al óleo, mi mirada fue a clavarse en el cuaderno y el bolígrafo que yacían, tan cansados como nosotros, sobre la mesilla de noche.
Sin deshacer el abrazo que la sostenía contra mi pecho, y cuidando no despertarla, los alcancé y logré componérmelas para dibujar grafías entre los cuadraditos pensados para corregir líneas rectas.
No pensaba, ni miraba, mis manos eran un ente aparte en ese momento. Aunque lo más probable es que fuera ella quien las guiaba, incluso desde el subconsciente.
Intentó explicármelo una vez, y no pude evitar recordarlo mientras mis desenfocados ojos traspasaban papel, tinta y cartón hasta lo más hondo de mi memoria, donde creo se almacenan los recuerdos que consideramos importantes.
-Yo no te utilizo, ni hago nada a través de ti. Tú te sirves de mí para hacerlo.
-¿Cómo es posible? Tú eres… quiero decir, eres imaginación, ¿no? Nada de lo que hago tiene sentido sin ti, ni lo que escribo, ni lo que pinto, ni siquiera lo que pienso… bueno, imagino. Todo nace de una idea que tú creas.
-No, no, no, para nada. Todo está dentro de ti, y yo sólo estoy a tu lado mientras lo sacas.
-Así que dependo de ti para sacarlo.
-No exactamente – sonreía, divertida. Yo empezaba a fruncir el ceño. “Fruncí el ceño”, escribí. Ella aún no se había despertado, aunque mis dedos se perdían con velocidad frenética en el cuaderno.
-¿Entonces qué pasa aquí?¿Tú no significas nada?¿Por qué eres quien eres? No lo entiendo.
-No sabría explicártelo de un modo… - parecía concentrada, con los labios apretados y la mirada entornada - ¿Recuerdas aquello que dijo Platón del Mundo de las Ideas, con mayúsculas, y que no era igual que el mundo terrenal?
-Sí - ¿y ahora me hablaba de filosofía griega? “Todo está relacionado con la filosofía griega…”.
-Pues es algo así, yo soy la mayúscula para tu minúscula – parecía muy satisfecha de sí misma. Recapacité sobre lo que acababa de decir.
-Entonces me das la razón, ¿no? – insistí con terquedad.
-Bueno, no me he explicado del todo bien – se incorporó, en mi recuerdo, y en la cama a mi lado. Yo no la miraba en ninguno de ambos, pero sabía que estaba con los ojos vidriosos, húmedos, y con una sonrisilla satisfecha – Ambas existen, y no tiene por qué haber relación… (¿Qué haces?)… para que me entiendas… soy un amplificador (No sigas…), o, mejor aún, el cable de un amplificador, o de un altavoz, y tú eres el instrumento (…esto no está bien, no puedes escribir eso), y el instrumentista. Todo surge de ti, el sonido y la intención, yo soy el medio.
-Entonces… no eres la Imaginación (¡Calla!¡Para!) – esta afirmación me sorprendió incluso a mí, pero era lo único que tenía sentido - ¿Y qué es la imaginación?
Sonrió. Lloró. Me besó. Dejé de recordar, y de escribir, y le devolví el beso…
Al abrir los ojos, estaba tumbado en la cama, con el cuaderno en la almohada, y el bolígrafo colgando, laxo, de la mano, en la que se veían manchas de pintura reseca.
La luz que se filtraba por las persianas era la del atardecer, y torcí el gesto, confuso, ya que recordaba que acababa de levantarme cuando ella me saltó encima y empezó todo.
-¿Estás ahí? – me temblaba la voz. Por algún motivo, me esperaba el silencio que me respondió. Miré el cuaderno. Había escrito dos páginas, pero me había cortado en una pregunta. Estaba sin terminar. Aún más, no era ni media historia. No era más que un principio.


MJ... ¿ves que sí era "un" principio?

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