29/1/09

Un principio II

Parecía un día gris. No había nubes, ni nada parecido, pero los colores se difuminaban entre la rabia de un paso rápido y desesperado que rompía la habitual prisa controlada. Sobre el típico ruido un atípico grito resquebrajó la “quietud” como un cristal, y la multitud se giró, percatándose de la existencia de ese errabundo que se había detenido en mitad de la calle y les espetaba insultos mientras caminaba en círculos.
Les increpó hipocresía y monotonía tirándose de los pelos y gesticulando con grandiosidad, hasta que alguien se adelantó y le golpeó, reiniciando el sistema; fue sólo un incidente aislado.
Seguí caminando, decepcionado de que una voz discrepante hubiese sido acallada tan fácilmente. Aún no veía bien los colores, y sabía que no tenía nada que ver con putadas cotidianas como la muerte y los desengaños amorosos.
- No habría llegado a nada, de todas formas. No era tan original, nunca he sentido el impulso de acercarme a él – anunció ella a mi lado, indiferente. Ella era la que me hacía verlo todo a través del gris. Desde que se acopló en mi piso, veía de distintas formas cada día.
- Hace tiempo que no te acercas a nadie más – repliqué, violento – Ya va siendo hora.
- No quiero – frunció el ceño, haciendo pucheros otra vez, como siempre que sacaba a colación el tema – Quiero estar contigo.
- Pues yo empiezo a cansarme de ti.
No importaba lo cruel que fuese; como mucho, me retiraba la palabra unas horas y después se acercaba llorando y me abrazaba pidiéndome perdón. Sabía que ella simplemente no podía evitarlo, me lo explicó, que era caprichosa y casquivana por regla general, y era incapaz de resistirse a sus instintos, que en ese momento le decían que se quedase conmigo… pero de vez en cuando me desquitaba siendo desagradable. Después me sentía culpable y también me disculpaba.
Siempre acabábamos en la cama, rodeados de hojas, lienzos y nuevas letras y dibujos en la pared.
Esa es otra.
Mi casa se había vuelto una exposición de arte, sin mueble ni rincón inmaculado.
Entré en la papelería, y el dependiente nos dirigió una mirada nerviosa. Como cada vez que entrábamos.
- Dos paquetes de quinientos folios y cinco lienzos apaisados de ciento veinte por noventa. También el pincel más grueso que tengas y una caja de lápices.
Vacié uno de los estantes de pinturas, acrílicas, o acuarela, no me importaba.
Tras pagar, ella cogió una bolsa con botes de pintura, dejándome a mí otras dos, además de la que llevaba los lienzos y folios. Llevaba la bolsa cogida con las dos manos ante ella, y me miraba con actitud inocente.
No soportaba que se comportase como una niña cuando llevaba ese vestido de volantes blanco. Y ella lo sabía. Seguramente sonrió, pícara, en cuanto le di la espalda y salí de la tienda. La noté tras de mí dos segundos más tarde, incansable, y me cogió del brazo con lo que ella interpretaría por ternura.
Justo antes de que llegásemos a casa, un tipo de aspecto desgarbado se detuvo frente a nosotros con expresión de asombro. La miraba fijamente, y noté que ella se incomodaba.
- ¡Tú...! - de pronto, cayó de rodillas. Numerosas lágrimas se perdían en su rala barba negra y rizada, enturbiando su mirada de ojos azules - ¡Hacía... tanto tiempo...!
Lo comprendí enseguida. Seguramente era uno de sus muchos amantes. Me la quité de encima y abrí la puerta, dispuesto a dejarla hablar un rato con él, pero ella me siguió sin dirigirle una mirada siquiera.
- ¡Por favor! - suplicó con voz rota el hombre desaliñado - Desde que te fuiste... todo es tan doloroso... tan normal, ya nada es lo mismo, y, aunque sienta que puedo escribir, simplemente... ¡ninguna idea viene a mi cabeza! - resultaba patético - ¡Te necesito...!¡Por favor, vuelve!
- No - la frialdad en su voz me sorprendió. Nunca la había oído emplear ese tono. El rostro del interpelado se encogió en una mueca de dolor - No quiero.
Acto seguido, me empujó y cerró la puerta del bloque, subiendo las escaleras con ímpetu. Aún impactado por su crueldad, la seguí.
Cuando entramos en casa, ella parecía tan animada como siempre.
- ¿Qué quieres hacer hoy? - desvié la mirada, turbado. Seguramente quería evitar el tema.
- ¿Por qué... no has vuelto con él?
Su expresión pareció indecisa, como si no supiese si mostrarse dolida u ofendida.
- Llevas ya mucho tiempo conmigo. Sé que muchos otros dependen de ti, ¿por qué quedarte conmigo? Soy un fracasado, pero con todo lo que has hecho por mí, podré vivir una temporada larga sin ti, incluso el resto de mi vida si me lo monto bien, sin embargo, hay otros que te necesitan, que no pueden seguir adelante. ¿Por qué no vas con ellos?
Definitivamente, estaba dolida. A punto de llorar. Se le cayó la bolsa de las manos, y se acercó lentamente a mí.
- Pero... siempre... yo siempre... - me agarró la camiseta, y apoyó su frente en mi barbilla - ¿Por qué no quieres que esté aquí? Yo me esfuerzo, y... quiero estar contigo. Ahora quiero estar contigo. No quiero estar con nadie más.
Comenzó a sollozar en mi pecho. Suspiré, derrotado, y la abracé con todas mis fuerzas. Ya no me importaba tanto acaparar a la Imaginación.
No soportaba verla llorar.



"La vida es un único verso interminable", Gerardo Diego.

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