28/10/14

Romper el silencio

Aunque arrecie el hastío, me dejo invadir por el silencio.

Es un silencio ensordecedor, de esos que resuenan con ecos de naturaleza, que son silencios únicamente por la ausencia de direccionalidad, no por su cualidad más evidente. Se oyen hojas, pájaros, insectos, se oye el viento y se oyen murmullos de algún coche lejano, ronroneos y el rasgar de ideas sobre el papel.

Me oigo latir y respirar, puedo oír cómo una epifanía va rompiendo su cascarón dentro de mi cabeza sólo para callarse luego, y cómo cruje el calor sobre mi piel.

A lo lejos se oye incluso algún charco pisado, y después lo escucho evaporarse.

Oigo el fruncido de los hilos de mi ropa, el chasquido sordo de una articulación cuando acomodo los dedos, la dilatación e los vasos capilares y hasta la urgencia de mi vello creciendo micrómetro a micrómetro.

Se puede oír la luz coloreando el mundo, si estoy callado suficiente rato.

Y entonces me aburro, tarareo mentalmente, y me odio un poco por romper el silencio con mis pensamientos.

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