PRÓLOGO
- Los abdominales en los tíos canijos
son como las tetas de las mujeres gordas. No cuentan, vienen de
serie.
Recuerdo que esa fue la frase que lo empezó todo. Estábamos en una
fiesta de empleados del puerto de Hanko, Finlandia, en octubre; y yo
no quería ir, pero mi energúmeno compañero de piso, otro madrileño
atrapado en la tranquila, civilizada y sobretodo feísima patria más
feliz del mundo, insistió, y no sé decir que no más de nueve veces
seguidas. Llamadme blando.Ni siquiera la dije yo, fue un amigo. Por eso me sorprendió que, mientras el grupito de españoles que conocíamos del puerto soltaba una risilla nerviosa y entornaba los ojos con expresiones de desconcierto por el comprensible dilema moral de reírse ante un chiste tan poco apropiado, una mano firme y pequeña me agarrase del hombro para darme la vuelta y, antes de percatarme de quién era la propietaria de tan determinado y hermoso apéndice, su gemela derecha me cruzase la cara de un bofetón que me hizo ver luces de colores en el fondo de mis párpados cerrados durante unos instantes.
- ¡Serás cabrón, gordo machista
hijodelagranputa! - dijo así, todo seguido, con tono de indignada.
Aún no me había
repuesto de mi propia (y, por otra parte, totalmente justificada)
indignación cuando la mujercilla bajita y pelirroja dueña de ambas
extremidades se dio la vuelta con un latigazo de sus rojizos rizos en
mi mejilla y empezó a caminar con el aire ofendido y altanero de los
que acaban de vengar una de esas pequeñas
crueldades del mundo, como un justiciero enmascarado que evita que
una avispa pique a un niño en un parque y luego posa como un héroe
de cómic para luego intentar desaparecer entre los arbustos y caerse
estrepitosamente sobre una inoportuna papelera de la que no se había
percatado e impide su salida triunfal y misteriosa. En fin, que no le
vi la cara, y la confusión unida al estupor de que me hubieran
dejado con la palabra en la boca unidas en una estruendosa cacofonía
en el interior de mi cráneo me hicieron boquear varias veces, pero
para cuando pude recomponer mentalmente la escena y constatar que sí,
que me habían dado una bofetada, insultado y luego impedido
cualquier tipo de respuesta ingeniosa o violenta, la maraña de rizos
había desaparecido. Me molestó más el hecho de que no me dejaran
explayar verbalmente mi ofensa, más que el bofetón en sí. Era una
enorme falta de respeto hacia mis exquisitas capacidades verbales.
Entonces
Gonzalo, creador del inapropiado exabrupto que provocó la
desagradable escena, se me acercó por detrás, buscando con una
mirada de conejillo asustado por encima de mi hombro a la mala bruja
que me había atacado a traición, como si fuese a salir de detrás
del señor mayor con peluquín que se tambaleaba alcoholizado
alrededor de una jovencita nerviosa como un buitre ante un cadáver,
o del larguilucho camarero con pajarita y un muy serio problema de
sobreacné adolescente... bueno, pues que se acercó por detrás,
acojonado, y lo arregló.
-
Joder, parece que alguien
está en esos días del mes.
Bueno,
y así la conocí. Admito que incluso deseaba un poco que ella
volviera a aparecer para abofetearme por el nuevo comentario tan
falto de sensibilidad ideado por aquél esperpento de ser humano que
tenía al lado, al menos para tener la posibilidad de sorprenderla
con mi más que excelente capacidad de argumentación y retórica.
Incluso tenía el discurso de defensa preparado, con las
connotaciones no verbales justas y medidas en mi mente, ni más ni
menos que lo que se me debería haber permitido hacer en el primer
contacto. Pensaba hinchar los pulmones, levantar la barbilla, alzar
el brazo en gesto ejecutor, erectar el dedo índice, máxime atributo
acusador, en dirección a Gonzalo, y exclamar con mi imponente y
poderosa voz de barítono “¡ha sido él!”. Impresionante,
¿verdad?
Pero
no pude hacerlo. Más tarde le explicaría todo esto a ella, y me
miraría con escepticismo y levantaría la ceja mientras se cruzaba
de brazos con ese gesto tan suyo, pero las cosas hay que contarlas
ordenadas y bien, o mejor no contarlas.
En
fin, os preguntaréis qué coño hacía yo en una fiesta portuaria en
Finlandia. Pues veréis, todo empezó...
1 comentario:
Buena idea, pero te excedes con los adjetivos, narras de forma muy forzada. Déjalo fluir.
:) Fdo: Una vieja amiga.
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