3/2/16

Sinestésico

Entre los blancos y grises de una piedra que imita el mármol se cuela algún reflejo de una bola de luces que anima con color la sala, y un latido profundo y grave se clava hasta el esternón y resuena en el diafragman, provocando la misma sensación de sobrecogimiento y calor que un atardecer de invierno, naranja y gris, en una playa grisazúl de arena blanca.
La sinestesia tiembla, los olores sacuden hasta el tuétano con cada vaivén de la puerta doble de la entrada, y el frío trepa hasta la nuca al abrazarla, y sentir el sudor de su cuello bajo mis manos.
La música para, y todo vuelve a su ser. Los pies se detienen, los colores dejan de girar, la puerta se tranquiliza, y sólo soy capaz de sentir su ropa empapada en sudor rozando la punta de mis dedos, y su aliento, aún acelerado, calentando mi hombro.
No llegamos a cruzar ni dos palabras, sobra con la mirada que me clavan sus ojos al alzarse de entre sus pestañas.
Nos envuelve el frío de la noche, aún más afilado en nuestro frenesí, nos arrastra en suaves ondas hasta la cama, a los abrazos del otro, a sus labios.
Ni la luna puede vernos, no le damos tiempo a la duda para concretarse más que una mota de aliento gélido sobre tela y madera.
Unas uñas que se clavan en piel desnuda, que aferran con ternura y hambre, unos dientes que buscan saciarse de calor y energía...
La luz se cuela por entre las ventanas, abriéndose paso sin piedad hasta el profundo sueño de placer que me envuelve, y el sol encuentra lo que la luna fue incapaz de ver, e ilumina socarrón una media sonrisa bajo mis brazos, y una chispa pícara en sus ojos, recién abiertos, que se fijan en los míos con certidumbre atávica y demoledora.
No hay sentidos, no hay razón, no hay duda.
Sólo instinto y luz, calor y risas.
Sólo hay tú.

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