24/5/11

Sensación incierta

Últimamente se le quedaba atascado en la garganta un sueño. Al despertar, sólo recordaba la sensación de estar con alguien cálido y familiar a su lado. Nada más.
Reflexionaba sobre ello durante el desayuno, perdiendo la mirada en el café, la mesa, o el aire; no recordaba haberse sentido especialmente sola últimamente. Hacía mucho que no tenía una relación estable, pero no le importaba. Tenía amigos y amigas de confianza, y siempre había gente nueva que conocer y hombres interesantes que podían darle lo que necesitaba, de vez en cuando. Pero ese aire de complicidad, cariño y melancolía, esa mirada que le sonaba tanto y que no lograba ubicar... era como tener en la punta de la lengua un recuerdo y no saber nombrarlo. Como cuando se tiene la primera letra de una palabra y no se encuentra el resto.
Andaba distraída, como hacía años que no le ocurría. Como cuando en el instituto se colgaba de algún chico y no podía dejar de pensar en él, como si fuese lo más importante del mundo a todas horas. Sólo que ahora no había ningún él, sólo una imagen. Ni siquiera eso; sólo esa vaga sensación por las mañanas.
Algo debería estar ahí, pero no estaba. Ésa era la sensación, estaba segura.
Como si hubiesen movido todos los muebles del salón un par de centímetros y las medidas de pronto no cuadrasen.
¿Acaso empezaba a desear una vida más estable?¿Una pareja?
Tampoco es que rechazase la idea de pleno, pero no creía estar en una etapa de su vida adecuada para intentar cimentar una relación. Acababa de empezar a trabajar fuera y aún vivía de alquiler con una compañera de piso, no había visto a sus padres en cuatro meses y le faltaba dinero para pagar la autoescuela, y el cursillo de formación de la empresa, y...
No tenía sentido.
Ni siquiera se habría planteado nada de eso un par de semanas antes, sólo vivía lo que le tocaba sin planificar demasiado. Era lo que siempre había querido, y, quizá por suerte o porque realmente era lo adecuado, todo iba bien.
Pero esa sensación... seguía ahí todo el día. Y se haría más fuerte mañana.
A veces, casi creía haberlo adivinado. Por la tarde, cerca ya de anochecer, se le entornaban las ideas y sentía con nitidez unos brazos que la envolvían, unos dedos que le acariciaban la mejilla, y un aliento cálido y confortable en el cuello, acompañado de una voz familiar y cariñosa que le ronroneaba en la oreja de un modo más que agradable.
No era ningún recuerdo, aunque... sería un recuerdo increíble.

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