29/10/09

EDAD: 7 años

Acabaría mal.
Todas las historias acababan mal, ya lo tenía más que comprobado y (según él) asumido. Había dejado muy atrás esos años soñando ser un superhéroe que salvaba el mundo de alguna catástrofe y rescataba a la doncella en apuros, también abía dejado atrás aquellos en los que era un simple hombre que salvaba a la humanidad de su propia autodestrucción acompañado por una femme fatale (a la que también rescataba en algún punto del proceso); incluso cuando se conformaba con salvar a una persona, doncella o diablesa, que le quisiese.
Parecía que el tamaño de sus sueños iba encogiendo junto con su menguante realidad...


El comandante Gorca asintió, girando sobre la esquina y apuntando en dirección adonde sabía que se ocultaba el último miembro de la Resistencia Humana X, el héroe en el que los restos desperdigados que ahora eran la raza humana había puesto sus últimas esperanzas. Pero no le quedaba ninguna, ellos tenían a la Princesa y eran muchos, mientra que él estaba solo. No, el Misterioso Salvador, que había ocultado su identidad para proteger a sus seres queridos, no podía hacer nada salvo intentar derrotarlo a él, el comandante de las Fuerzas Invasoras Extraterrestres, en combate singular.
Rodó sobre la arena, saltó sobre la vía hiperespacial con forma de tobogán, y corrió hacia el escondite del Misterioso Salvador con su arma preparada para disparar.
- ¡PAM! - gritó una voz muy cerca, a su derecha. El cañón de plástico de una de esas incivilizadas armas terrestres le apuntaba a la cara, sostenido con pulso firme por un sonriente Misterioso Salvador.
- ¡Eso no vale, no estabas en tu escondite! - Gorca se resistía a morir tan fácilmente, era el comandante más fuerte de la galaxia mundial.
- ¡Sí que vale, estaba escondido!
- ¡Pero no estabas en la casa de la Resistencia Humana X, no vale!¡Tú pierdes!
- Yo puedo esconderme donde quiera, ¡y he ganado! - el Misterioso Salvador se cruzó de brazos, sin sonreír ya, y los últimos supervivientes de la raza humana, que se habían reunido allí para contemplar la batalla entre el temible Gorca y su héroe, estallaron en gritos de felicidad, mientras, en el lado opuesto, los invasores extraterrestres alzaban voces de protesta.
- ¡Salva ha ganado! - intervino una voz chillona, y su dueña, una niña tan bonita como las muñecas de porcelana, con una rizada melena negra y unos ojos azules que destelleaban a la luz del sol, se adelantó - ¡Te ha ganado y me ha salvado!
- ¡Ja! - hizo el Misterioso Salvador con una sonrisa de autosuficiencia. Y Gorca se la borró d eun puñetazo. Él era más grande, más fuerte, y él ganaba.
Salvador cayó al suelo sujetándose la nariz con las manos, y, al ver la sangre entre los dedos, empezó a llorar. Su estúpida princesa Laura se agachó junto a él casi aullando su nombre.
- ¡Pues ahora gano yo! - chilló Carlos Gorca, que echó a correr para esconderse en los lavabos antes de que llegasen los maestros.



Sólo es el principio de una historia sobre cómo alguien puede ir perdiendo su identidad, derrota tras derrota. No está dedicado a triunfadores.

15/10/09

Conversaciones de msn

"Lo malo de los jevis es que si les lanzas jabón mueren" by Jezabel, comentando la posibilidad de lanzar un ejercito de Metal contra las hordas pijas que la acosan e impiden dormir.

Autoengaño

Cuando el recuerdo, antes glorificado objeto de autocompasivo y melancólico desprecio, se transforma en acogedor refugio, algo va muy mal.
La sensación de no ser, al menos no más allá de apático contemplador; de no sentir más allá del asfixiante calor que resbala por todos los poros, cerrados. Soterradas miradas de ardiente indiferencia grabando a fuego una imagen que sofoca el presente y ahuma la personalidad, que prende tan dentro que ni todo el océano antártico sería capaz de enfriarlo...
Invadido por dudas y resquemores, tratando de apartar la bruma matutina a soplos sólo para quedarse sin aire, y perder el conocimiento clamando oxígeno, o agua, o frío.
Y no ser respondido ni por el silencio.
La ausencia cobra forma, vida como una película en tercera persona, focalización externa heterodiegética, narrador a secas.
Un chico de casi veinte años que se incorpora sin saber ubicar el blanco en la gama de colores. No sabe que no puede ver más allá de infrarrojo o ultravioleta, así que ve. Ve manchas de rostro humano, de sudor, latidos, calor corporal, moviéndose entre frío cemento de paredes cenicientas; ve manchas de horror, blanca sangre reseca bajo capas de lejía y semen.
No sabe, y no entiende, ergo no piensa ni existe. No se cuestiona nada. Sólo ve.
Y sale del desconocido habitáculo, vaga (camina sin rumbo fijo) hasta que no distingue ni el sonido de su respiración. No sabe que no puede oír más allá de los ultrasonidos, así que oye. Oye las motas de polvo en caída libre con el vaho del aliento de los que estuvieron allí, oye la hemoglobina inyectando oxígeno a todos los cuepros que chirrian entre el ruidoso derrumbamiento de la pintura por la erosión del tiempo, oye la luz inundándolo todo.
No sabe, y no entiende, ergo no piensa ni existe. No se cuestiona nada. Sólo oye. Y huele, saborea y acaricia, infinitud de sombras, hasta las partículas más insignificantes. Pero no es.
No más allá de la sensación de estar consumiéndose.

Autosatisfacción.

5/10/09

¡Ella se muestra...!

Tarde, aunque siempre lo convierte en a tiempo.

"¿Es por mí por quien preguntas?"

Por cualquier anónima persona que me brille en la mirada y se sugiera en la comisura de mis labios al curvarse, en realidad, pero sí, pregunto por ti también. ¿Cómo no iba a hacerlo?

¿Cómo, si cada vez que miro el papel, sólo es tu nombre el que soy capaz de escribir?

A ratos, son otros, ficticios todos, imaginaciones mías, ninguna alcanza jamás a deslumbrarme si tiene nombre. Pero tú, oh, ¿tú? Tu pronombre vale más que mil suspiros de noches en vela haciendo y deshaciendo historias. Me conmueve realmente que te muestres más allá de un torcido reflejo en el espejo de carnaval que es mi mente, y vengas y me cuestiones, ¿por quién iba a preguntar si no?

Soy escritor a ratos, y sólo a ratos te miento, te exijo, te reclamo más allá de la realidad para que me ayudes a escribirte, o escribirnos, y sólo a ratos te encuentro, pero ¡qué momentos! Qué placer poder vivirlos más, si de verdad pudiese. Ella se muestra, he dicho, Ella, protagonista de tantas y tantas cavilaciones, devaneos, sinsentidos y, sobretodo, dolores de cabeza.

¿Quién es Ella?

Como ya he dicho, es por Ella que pregunto. Por ella escribo. Si me apuráis... diría que por Ella existo.