12/8/13

Sin esperar mucho

La verdad es que siempre llega pronto. Gusta de esperar unos minutos, por si las moscas, aunque no sabe qué significa exactamente esa expresión.
Sale con tiempo, caminando a un ritmo rápido, marcado las más de las veces por los auriculares; otras, por un ímpetu violento que le corroe y se siente incapaz de controlar. Olvida su entorno, ignora todo cuanto le rodea, sólo anda. Y piensa.
Piensa rencores, piensa sueños, piensa música e historias que nunca verán la luz. Barrunta, a veces, susurrando, improperios o anhelos, ambos a la vez, los tararea, los rima, los canta sin pensarlo. Luego, a veces, los escribe.
Llega pronto, la verdad, como siempre. Busca sitios donde sentarse. Suele elegir lugares donde haya asientos, porque sabe que tendrá que esperar. Es un defecto de su prepuntualidad, lo sabe, pero no le importa. Prefiere tener esos minutos para terminar de farfullar lo que piensa, a solas, antes de enfrentarse a la compañía. En algunas (muy contadas) ocasiones, luego lo cuenta. Mucho más tarde, mucho, mucho más tarde.
Es inquieto, se le ve en el gesto impaciente, en un sempiterno movimiento de rodilla o tobillo, en un ligero tic del ojo izquierdo. Pero espera. Y termina de pensar. Entonces, pone la mente en blanco, cuenta segundos o minutos, suspira, se relaja.
A veces, no espera mucho.