30/11/09

Triste comediante

No quiero seguir siendo un poeta de versos rotos,
de pies quebrados y manriques elegíacos,
de sensacionalismo puro y sentimiento vano,
de estética abstracta y vanguardismo insulso.

No aspiro a cambiar nada en estas cavilaciones,
sinsentidos que abren puertas a oscuros senderos,
perfecta sincronía de inequívocas sandeces,
absurda búsqueda de una lógica irrefutable.

¿Acaso los puntos suspensivos son realmente el recurso de cobardes
incapaces de poner punto y final? No me lo trago.
Terminar cada frase en una coma, o un punto,
no me hace parecer más valiente. La verdadera poesía nace en la prosa sin rima.

Buscarle una belleza a la similitud entre dos palabras,
¡qué sublime meta!¡Qué fin tan elevado!
¿Por qué, entonces, lo degradamos a octosílabo,
libre, blanca, abbab, estrofa, romance y soneto?

Encontrarle sentimientos a una imagen imaginaria.
Eso, señoras y señores. Eso, y nada más, es poesía.

29/11/09

I remember




Sé algo que tú no sabes.

Sé una y mil cosas, mil y una, cientos, decenas, decimales, sólo una pequeña parte, a ratos, ni siquiera estoy seguro de ello...
Aunque recuerdo unas cuantas.
Quedarse atrapado en el hueco del ascensor, por esconderse y atrancar la puerta para que nadie nos moleste, y aprovechar los recovecos en las escaleras, hasta sacarle los muelles a un colchón usado que huele a ti, y a otras, pero sobretodo a ti.
Pero hay revelaciones amargas entre piel y sudor, momentos en los que se atasca el aliento sólo para después casi vomitarlo con un suspiro o un gemido profundo, instantes en blanco de epifanía, de consciencia, y entonces se oye un grito desgarrador rajar mi cuello con tus dientes, y hacerme ver luces ante mis ojos, y paladear tu olor, perdidos mis labios detrás de tu oreja. Hay una convulsión, un orgasmo, y el dolor lacerante de saber que tiene fecha de caducidad.
¿Y qué si nada dura para siempre?¿Y qué si todo, a veces, parece marchitarse?
Entonces llueve y, en un remanso de paz, el silencio vuelve a adueñarse de la noche, en mitad de la calle luchan las gotas de agua por encontrar resquicios al centro de la tierra, ¿quién demonios les dio un libro de Verne?
Calla, rechistaré si hace falta, te pondré dos dedos sobre los labios, los cubriré con los míos, ¡calla!
Jadeamos, no lo siento, ardo, todo mi cuerpo arde, y el ombligo parece ser el epicentro, me hormiguean las ingles, y noto tus muslos estremecerse a mi alrededor. Siento punzadas de dolor y placer en brazos y espalda, y ansia, hambre, sed, síndrome de abstinencia.
Rompámoslo. Por favor, rompámoslo.
Quiero romper el silencio antes de que me haga recordar...

28/11/09

Aquí...

Aquí es donde me debato entre el filo del abismo y el frío llano. En realidad, más bien estoy al filo de una navaja, por la parte que corta, clavándome su hoja en los zapatos y empezando a sentir el metal en mis pies.
Aquí no temo, no tiemblo, no opino ni pienso, así que, por un momento, soy feliz. Sé cuáles son mis opciones, no me están ocultas como suelen, y eso lo hace todo mucho más sencillo. O casi.
Alguna vez tendré que decidir.
Pero aquí, el tiempo no importa, si finjo que no noto la sangre goteando, fluyendo, el hueso astillándose, el pie encangrenándose.
El abismo. Allí, me espera algo peor que la muerte.
El llano. Allí, me espera, por así decirlo, la vida.
El salto tampoco pareció tan alto, al final.

24/11/09

¡Oh...!

Escribir en tercera persona una autobiografía me parece demasiado poco egocéntrico. Anónimo.

22/11/09

Balbuceando

- ¿Cómo se da un golpe de estado en la actualidad? - preguntó, ladeando la cabeza para leer mejor los títulos en los lomos de los libros de la estantería. Tenía las manos en los bolsillos, expresión aburrida, y el traje de chaqueta arrugado y viejo, con algunas manchas en las mangas.
La habitación, lujosamente decorada aunque siniestra a la luz de la única lámpara, sumergía en tinieblas la parte superior de su oyente, recostado en un sillón rojo con las piernas cruzadas, y lanzando bocanadas de pálido e intrusivo humo al área iluminada.
Las estanterías a ambos lados de lo que a todas luces era un estudio rebosaban de libros sin catalogar, el escritorio estaba oculto bajo montañas y montañas de folios y carpetas, el diván egipcio tenía un cenicero lleno de colillas y fraguando un tenue aunque persistente olor a ceniza en el habitáculo, y el hombre de traje viejo paseaba por los límites de la ya agonizante luz de la bombilla mientras, al lado opuesto de la sala, el hombre a oscuras daba silenciosas caladas del undécimo, o duodécimo cigarrillo de las últimas dos horas.
- ¿Tú qué crees? - insistió el Trajeado, girándose para quedar encarado a su interlocutor.
Éste descruzó las piernas, golpeando con sonoridad el suelo con sus botas de montaña y manchando, por lo tanto, la tarima de madera con el barro que aún llevaba pegado a las suelas.
- Supongo que como siempre, con una revolución. - sus palabras llegaban casi distorsionadas, grises y cascadas, como si el humo hubiese imbuido sus propiedades en su voz. Aunque no pudo apreciarlo, el Trajeado supo que se había encogido de hombros.
- No, eso ya no sirve - siguió arrastrando los pies, siguiendo la línea claraoscura que delimitaba la visibilidad en el despacho, con la fija vista en el suelo y el ceño fruncido en un gesto de profunda concentración - La gente vive con miedo, y comodidad. Ambas cosas minan cualquier espíritu revolucionario.
- Se ha demostrado muchas veces en la historia que eso puede cambiar de la noche a la mañana... con el impulso adecuado - repuso el Hombre en Sombras.
- Hoy en día todo eso no es aplicable - replicó con aplomo el otro - La globalización, facilitada por los medios de comunicación, hacen que las afinidades se hayan... diluido demasiado.
- Resulta que hoy en día todo el mundo está en crisis, amigo mío, y eso, creo yo, es afín a muchas personas - ahora hablaba con sorna.
- Aún así, aún en crisis, tienen muchas comodidades. Y la comunicación sigue siendo imperativamente dominante. ¿Sabes qué sector ha sido el último afectado?
- ¿La comunicación? - interrogó en tono teatral el Hombre en Sombras, extendiendo los brazos en un movimiento que al otro no le pasó desapercibido, esta vez.
- No. El tabaco. Y la comunicación - ahora su voz era la que rezumaba teatralidad. Su colega soltó una carcajada ronca y grave, y dio una nueva calada al cigarro - Transportes, telefonía, internet, televisión, radio... bueno... - frunció el ceño - Excluye la radio. Y los periódicos. Llevan mucho en crisis, aún no entiendo cómo siguen a flote.
- Se podrían escribir enciclopedias sobre lo que tú no entiendes - comentó el Hombre en Sombras, apagando el cigarrillo sin alejarse demasiado del abrazo protector que le envolvía.
- Y otras tantas sobre lo que he llegado a entender - respondió irritado el otro - ¿Cómo, sino, pude encontrarte?¿Cómo, sino, es que he llegado hasta este punto pasando desapercibido?
- No tanto, amigo mío - sonrió su interlocutor.
- Sabes perfectamente a qué me refiero - el Trajeado se mostraba serio, y una nueva frialdad revestía sus afirmaciones - Te lo vuelvo a preguntar, ¿cómo provocarías un golpe de estado?
Él volvió a encogerse de hombros.
- Cortando la circulación económica. Paralizando los bancos, y dando un revés al mercado de valores.
- Tocándole el bolsillo a gente a la que no le gusta que le rasquen lo más mínimo - el tono de voz del Trajeado había pasado a ser burlón - Seguro que se te ocurre algo más original, no me decepciones así.
- No hablo de tocar los bolsillos que ya están llenos. - podía notarse lo divertido que le resultaba todo eso al Hombre en Sombras - Sino de romper los que ya están vacíos.
- Sigue sin ser original - la burla había dado paso al hastío. - ¿Eso es lo mejor que puedes ofrecer?
- Como ya te he dicho, el espíritu revolucionario puede volver a alzarse de la noche a la mañana - su sonrisa se ensanchó, y se incorporó de su asiento, encendiéndose un nuevo cigarrillo - Y los medios de comunicación... todo eso que has mencionado... bueno... - la luz iluminó las facciones de un joven que no rozaría los treinta años, con unas gafas de montura negra y el pelo rubio, desaliñado, cayéndole desordenado sobre unos ojos de un profundo color azul - Las armas que empuñan los poderosos siempre suelen tener doble filo.
A medida que el joven hablaba, el trajeado mudaba su expresión, del aburrimiento a la curiosidad, de la curiosidad a la sorpresa, y después a la satisfacción.
- Bueno... quizá... te haya subestimado.
- Y dime, amigo mío, ¿dónde pretendes dar este golpe de estado? - el joven chasqueó la lengua, relamiéndose los labios, ansiando ya el premio al final del camino. Su interlocutor levantó la lámpara, e iluminó una esquina del estudio, junto a un ventanal con las cortinas echadas, dejando ver un globo terráqueo de proporciones inmensas.
- ¿No te lo imaginas?
El joven enarcó una ceja, divertido, al verle pasear sus dedos sobre Norteamérica... pero el Trajeado sólo cogía impulso, haciendo girar el globo sobre sí mismo, y después haciéndose a un lado, abarcándolo por completo con un gesto.
- En todas partes.
Su interlocutor se atragantó con el humo.

19/11/09

Tragarse el orgullo

- Son cosas de adultos. Vete a jugar un ratito, ¿vale?
Las cosas de adultos eran aburridas, lentas, grandes e injustas. Al menos, esa era la definición que su pensante cabecita de seis años había encontrado satisfactoria. Aún así, de vez en cuando sentía curiosidad, y se acercaba a hurtadillas, sentado en el pasillo, a escuchar hablar a su madre con el vecino.
Hablaban de muchas cosas, algunas incomprensibles que él después le preguntaba a su padre cuando venía a recogerlo, como aquella vez que mencionaron "economía".
- Algo muy feo que aún no tiene que asustarte - le había explicado papá revolviéndole el pelo. Aquel día se enfado, porque a él no le asustaban las cosas feas, pero se le olvidó cuando, para pedirle perdón por herir su orgullo, su padre le regaló un helado. Después le preguntó qué era "orgullo", y, tras reírse, él respondió - Lo que hace que te enfades con las personas que quieres.
Se había puesto muy triste después de aquello, así que él, con su pensante cabecita de seis años, encontró la solución: le regaló su helado (lo que quedaba de él) y le prometió que no haría orgullo nunca más. Su padre volvió a reírse, y luego no se acordaron del orgullo y fueron al zoo, como ya habían planeado.
Al llevarlo de vuelta a casa, pasó algo extraño. Se oían ruidos raros y gemidos, y papá parecía asustado, quizá por miedo a que le hubiese pasado algo malo a mamá mientras estaba fuera, ya que llevaba unas semanas sin dormir en casa. Pero su padre se limitó a volver a cerrar la puerta, y montarse en el coche. Su hijo lo siguió, y se abrochó el cinturón mientras arrancaban.
- ¿Estás enfadado? - estaba muy serio, con la mirada fija en algún punto extraño más allá del cristal - Te prometo que no haré orgullo más nunca.
Él lo miró un momento como si no le reconociese, y después esbozó una sonrisa tan triste que le dieron ganas de llorar.
Dijo algo, pero su hijo no pudo oírle, entre el estampido de metal contra metal, de cristales rompiéndose, el claxon de un camión, el estallido de los airbag, y lo oscuro que se estaba poniendo todo a su alrededor...